17 de abril 2019

Rafael Correa, persona non grata en Ecuador

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Abril fue una gran insurrección popular: multitudes movilizándose sin un mando centralizado ni sectorial, con una dirección sin rostro determinado
Abril fue una gran insurrección popular: multitudes movilizándose sin un mando centralizado ni sectorial
Abril fue el big bang. Eran días de sofocante calor pero el clima político era más bien frío. La sociedad en general y la clase política tradicional en particular, lucían sumisas. Todo era apacible en la hacienda –pensaban los caporales del capital– con un gobierno corporativista de “alianza, diálogo y consenso” por más de once años. La pareja presidencial, por su parte, sonreía complaciente: en El Carmen todo era acumulación de riquezas, poder y alborozo.
Sin embargo, llegó Abril.
Lo primero a reconocer es que Abril fue una explosión social tan intensa que invisibilizó los múltiples actos de resistencia que le precedieron. Luchas persistentes de organizaciones de mujeres, agrupaciones juveniles, ambientalistas, movimientos anti-mineros, periodistas, defensores y defensoras de derechos humanos, protectores del territorio de pueblos indígenas y afrodescendientes, pobladores organizados a nivel comunitario y, especialmente, la lucha campesina anti-canal contaba con varios años de combativa confrontación con la dictadura.
Sin embargo, Abril fue una sublevación no prevista. A pesar de las valiosas resistencias que la precedieron, no fue el producto final de un proceso consciente, ni tampoco fue la culminación de un desenvolvimiento natural de luchas sectoriales que de repente escalan hasta el nivel superior. Abril no fue tampoco el fruto de la acción progresiva de ningún partido político o de específicos movimientos sociales organizados. No se trató del llamado de ningún religioso iluminado, ni mucho menos del resultado de una campaña de propaganda mediática, o la treta de algún imperio.
En realidad, Abril fue una gran insurrección popular: multitudes movilizándose sin tener un mando centralizado ni sectorial, con una dirección sin rostro determinado. Se trató de una ciudadanía, como sujeto, en abierta rebelión contra las acciones sanguinarias de la dictadura y el malestar acumulado por años, y sosteniendo demandas de Justicia y Democracia.
En el desarrollo de esta insurrección, las necesidades derivadas de sobrevivir a la represión, de ejercer control sobre el terreno para salvaguardar las vidas, fueron haciendo surgir diversas voces de mando: había que organizar, conseguir materiales, levantar la barricada y el tranque; dar el alto, dejar pasar; buscar comida, agua, morteros, pólvora, medicamentos, el sonido para la marcha… En fin, de la multitud de necesidades, surgen diversos nuevos liderazgos.
La gran mayoría no tiene nombre propio, solo apodos y así van reconociéndose las primeras referencias organizativas y vocerías. Es evidente, muchas son mujeres. Resueltas, las personas con más experiencia se acercan y se suman. Dan sugerencias y entran como apoyo de los nuevos liderazgos surgidos desde el terreno, que en la ciudad son jóvenes, estudiantes, y en el campo campesinos y campesinas. Sin que se diga, poco a poco la memoria de luchas pasadas comienza también a jugar su rol. Los cantos y consignas iniciales no dejan duda de ello.
De pronto la bandera Azul y Blanco cubrió a toda la población. Espontáneamente se canta el himno que une y que no discrimina. Son los “auto-convocados”, son los “azul y blanco”.
La tecnología entra a funcionar masivamente imprimiendo velocidad a los acontecimientos. Los celulares comunican con inmediatez y van tejiendo los vínculos entre personas y grupos, dando a conocer los rostros cubiertos y sus demandas. Las redes no tardan en multiplicarse y de ahí a la magia globalizadora de los periodistas y medios de comunicación, en especial, independientes. Todo se sabe, dentro y fuera del país.
El poder, asombrado y estupefacto, no puede ocultar ni frenar la avalancha popular que amenaza incluso con llegar hasta la residencia presidencial. Daniel, abandonado por las masas, desconcertado y temeroso, ordena disparar. La masacre ha comenzado: espanto, llanto y sangre por toda Nicaragua.
Ante el terror inicial desatado por la dictadura no hay repliegue, más bien lo contrario. La gente sale de la indiferencia, supera el temor y resuelta se suma a la lucha ya iniciada por los nuevos referentes éticos: jóvenes, mujeres y campesinos. En pocos días, la explosión inicial se ha transformado en una insurrección cívica generalizada. El país está tomado: tranques, barricadas, recintos universitarios, marchas, plantones y piquetes por doquier encarnan el poder popular desatado bajo las consignas de justicia y democracia.
Como si no hubiese sido suficiente, y despreciando el llamado de los obispos a parar la represión y tomar la senda del diálogo, los tiranos ordenan “ir con todo” y aplastar a como fuera la sublevación cívica. El más brutal baño de sangre de nuestra historia se habrá consumado en la “operación limpieza” y esta vez, con los chacales escudándose en los colores rojo y negro de Sandino.
¿Qué balance preliminar puede hacerse de una lucha inconclusa que, a pesar de los reveses y la represión, resiste?
Aventurémonos:
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Politólogo nicaragüense desterrado y desnacionalizado por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Recientemente nacionalizado español. Fue director de Relaciones Internacionales del FSLN en los años ochenta.
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