
8 de mayo 2025
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Trump 2.0 es una presidencia activista e imperial, más unilateralista que aislacionista. La mayor incertidumbre sigue siendo su relación con China
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firma una serie de órdenes ejecutivas relacionadas con la atención médica en la Oficina Oval de la Casa Blanca. EFE | Confidencial
Apenas han transcurrido 100 días del segundo mandato del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pero muchas cosas ya están claras. Trump 2.0 es totalmente diferente: más seguro de sí mismo y rodeado de un equipo decidido a aplicar una agenda mucho más amplia. El personal de la administración –más amplificadores que limitadores, más facilitadores que guardianes– ha pasado los últimos cuatro años preparándose para este momento.
Trump 2.0 es una presidencia activista e imperial, en casa y en el extranjero. Parece estar en todas partes, dominando por igual el espacio público y las conversaciones privadas en gran parte del mundo. El contraste con su predecesor, el presidente Joe Biden, no podría ser más marcado.
Hasta ahora, el principal objetivo político ha sido cumplir la promesa electoral de Trump de proteger la frontera sur de Estados Unidos. Pero los aranceles a la importación –un gravamen básico general del 10%, más aranceles adicionales específicos para cada país, que alcanzan el 145% en el caso de China– se han convertido en la iniciativa definitoria de su presidencia.
La política exterior también ha cambiado sustancialmente. Estados Unidos pasó de ser un firme defensor de Ucrania a inclinarse decididamente a favor de Rusia. El cambio parece estar motivado por una clara aversión al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, y un abrazo al presidente ruso, Vladimir Putin, por razones desconocidas.
Trump, quien durante su campaña se jactó de que lo único que necesitaba era un día para poner fin a la guerra, de la que suele culpar a Biden y a Zelenski, habla ahora de abandonar la diplomacia para poner fin a la guerra por completo. Le está resultando difícil cumplir su promesa electoral, en gran parte porque su política prorrusa no le da a Putin ningún incentivo para comprometerse, ni a Zelenski la confianza para hacerlo. El acuerdo para crear un Fondo de Inversión para la Reconstrucción entre Estados Unidos y Ucrania debería ayudar, pero, para lograr el cese de las hostilidades, habrá que hacer mucho más en ayuda a Ucrania.
Europa y los demás aliados tradicionales de Estados Unidos tampoco reciben un trato especial. Este es, sin duda, el caso de los aranceles, que, de forma reveladora, perdonaron a Rusia, pero afectaron gravemente a Japón, Corea del Sur y Taiwán. El vicepresidente J.D. Vance viajó a Múnich en febrero para provocar un choque cultural con los europeos, mientras que el secretario de Defensa, Pete Hegseth, planteó abiertamente sus dudas sobre el compromiso de Estados Unidos con Europa en la sede de la OTAN. Esto ha espoleado los preparativos europeos para apoyar a Ucrania si la ayuda estadounidense disminuye y para lograr la autosuficiencia estratégica en un sentido más amplio.
En Oriente Medio, la administración inició lo que podría resultar una prometedora negociación con Irán. El escenario estaba preparado por la acción militar israelí contra Irán y sus apoderados, la caída del régimen de Assad en Siria y el empeoramiento de la economía iraní, todo lo cual hace que retroceder en su programa nuclear para evitar un ataque militar y asegurar el alivio de las sanciones sea particularmente atractivo.
Si la administración Trump está dispuesta a permitir a Irán un enriquecimiento limitado de uranio –una concesión que puede ser necesaria para asegurar un acuerdo–, puede esperar críticas de algunos en Estados Unidos e Israel. Pero Trump es lo suficientemente fuerte como para capear el contraataque si se produce.
Por lo demás, la administración Trump ha dado esencialmente vía libre al gobierno de Israel para hacer lo que quiera tanto en Gaza como en Cisjordania. Parece haber perdido interés en prorrogar el alto el fuego entre Hamás e Israel, ya que esto lo pondría en desacuerdo con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que parece dar prioridad a la supervivencia de su coalición, mediante la continuación de las operaciones militares en Gaza, frente a la liberación de los rehenes restantes.
Ha desaparecido la presión sobre Israel para que frene sus operaciones militares o incluso permita la entrada de ayuda humanitaria en Gaza, que lleva casi dos meses de bloqueo total. La propia propuesta de Trump para Gaza, de vaciarla de sus dos millones de habitantes palestinos y reconstruir una nueva Riviera, no llegó a ninguna parte, pero parece haber envalentonado al gobierno israelí para despoblar, ocupar y, potencialmente, colonizar grandes áreas del enclave.
En Cisjordania, la administración Trump rescindió las sanciones de Biden a los colonos que cometan actos de violencia contra los palestinos o sus propiedades. No hay ningún llamamiento a Israel para que se abstenga de la actividad de asentamiento ni ninguna sanción por no hacerlo. De hecho, esta es la primera administración estadounidense que no presiona a israelíes y palestinos para que reduzcan sus diferencias.
La dimensión más inesperada de la política exterior estadounidense, que no se previó en el primer mandato de Trump ni durante la campaña, ha sido la atención prestada al hemisferio occidental. Canadá y México fueron objeto de aranceles tempranos por supuestas deficiencias en el control de sus fronteras. También se hicieron fuertes llamamientos para afirmar la soberanía estadounidense sobre el canal de Panamá, Groenlandia y Canadá. Más que nada, estos objetivos han desencadenado una reacción antiestadounidense que incluso cambió el resultado de las recientes elecciones federales canadienses.
También existe lo que podría describirse como un sesgo amoral en la política exterior estadounidense. La administración Trump prácticamente ha ignorado el debilitamiento de la democracia en países como Turquía e Israel, y ha recortado drásticamente el apoyo a los esfuerzos de promoción de la democracia en todo el mundo.
La mayor incertidumbre en política exterior sigue siendo China. Por un lado, Trump concedió a TikTok exenciones que le permitieron permanecer en los teléfonos de los estadounidenses, a pesar de la incertidumbre sobre si tiene autoridad para hacerlo. Sigue hablando bien del presidente chino, Xi Jinping, y expresa su confianza en que Estados Unidos y China lleguen a un acuerdo.
Pero los aranceles masivos que ha impuesto a esa nación significan que las economías estadounidense y china se separarán cada vez más. Si los aranceles son un intento de ganar poder de negociación o son fines en sí mismos sigue siendo quizá la mayor incógnita en las relaciones sino-estadounidenses.
En general, la política exterior de Trump 2.0 es más unilateralista que aislacionista. Esto seguirá siendo así. Menos claro está hasta qué punto Trump actuará para reducir los aranceles, reconsiderar su postura prorrusa sobre Ucrania y presionar a Israel para que modifique su enfoque sobre Gaza y Cisjordania.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.
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Diplomático estadounidense. Ha sido presidente del Council on Foreign Relations desde julio de 2003. Antes fue director de Planificación de Políticas para el Departamento de Estado de los Estados Unidos y asesor cercano del Secretario de Estado, Colin Powell.
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