El periodista y escritor colombiano Alberto Salcedo Ramos recomienda a los jóvenes periodistas que asisten a los talleres de crónica que imparte por encargo de la Fundación Gabriel García Márquez, que se pongan una mochila en la espalda y viajen cada cierto tiempo, que salgan de su zona de confort, y que vean con una mirada de sorpresa. Porque Salcedo Ramos nunca pierde la curiosidad por el mundo que lo rodea, su música, la comida, la gente. Se ha convertido en uno de los grandes cronistas de América Latina, la región que recorre sin parar observando con mirada sagaz, para encontrar las historias que reúne en libros o publica en revistas del continente.
Sus libros de crónica son objetos de culto entre periodistas, que se los pasan de mano en mano para descifrar su estilo. Títulos como “El oro y la oscuridad", "La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé”, “La eterna parranda” o “Botellas de náufrago” ocupan un lugar destacado entre la bibliografía de la crónica latinoamericana. El periodista estuvo en Managua, invitado al encuentro de narradores Centroamérica Cuenta, y en esta entrevista con CONFIDENCIAL habla sobre la crisis del periodismo tradicional, el humor —él es un contador incansable de chistes— y lo que los periodistas del continente hemos dejado de contar. “No estamos poniendo una lupa en la forma en que los poderosos, con caprichos y con negociados debajo de la mesa, rigen nuestros destinos de manera perversa”, asegura este periodista galardonado dos veces con el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, y el Premio Ortega y Gasset.
¿A qué crees que se deba este interés de contar América Latina a través de la crónica?
Creo que en América Latina ocurren muchas cosas que excitan en la gente que escribe, tanto ficción como no ficción, la voluntad de dar un testimonio. América Latina es un testimonio de asombros, de una realidad vertiginosa que se envejece muy prontamente, pero si uno se pone a mirar detenidamente la realidad, lo que sucede viene siendo lo mismo desde hace 50 años, porque básicamente se renuevan los rostros, pero no el horror, esa tendencia a ser repúblicas bananeras. América Latina es un territorio de escándalos, donde todo es posible, pero al final no pasa nada. Es un terreno de lujuria informativa, pero al mismo tiempo de amnesia. En América Latina vamos a remolque del escándalo del momento, no tenemos oídos sino para lo ruidoso, no para lo importante. Pasa algo dramático que genera un tremendo escándalo, pero al siguiente día ya no es noticia, porque hay un nuevo escándalo. En ese orden de cosas la crónica juega un papel importante, que es ayudar a decantar, a entender lo que tenemos al frente.
¿Cuál es el espacio natural de la crónica, porque me da la impresión de que los grandes diarios no le están dando el espacio que necesita?
Hubo una época en que el hábitat de la crónica era el periódico, especialmente el del domingo, porque era el periódico que se suponía le añadía a la información del día a día un relato más tranquilo, que ayudara a la gente a tener un resumen de lo que pasó en la semana, que les permitiera entender lo que día a día, en una semana, se había dado de manera fragmentada y apresurada. Las cosas cambiaron, porque desgraciadamente los periódicos han perdido la fe en sí mismos. El cronista argentino Martín Caparrós dice que los malos editores de los periódicos se inventaron la más exótica especie de periodismo que hay sobre la tierra, que es la de un periódico escrito para gente que no lee, y por estar escribiendo periódicos para gente que no lee, se fueron los que sí leen. Esos que sí leen se fueron de los periódicos porque eran subestimados, porque los trataban como retrasados, diciéndoles: “mire, usted es un tonto, no tiene agallas para leer algo que no tenga más de cinco párrafos, entonces lo que le vamos a dar es un montón de capsulitas sin sentido”. Entonces esos que sí leen, al sentirse menospreciados, se fueron a las revistas. Pero ahora resulta que las revistas están en la misma tónica y también han perdido la fe en sí mismas. Siendo así la cosa, el hábitat de la crónica está quedando reducido básicamente a los libros.
¿Eso podría explicar la crisis por la que atraviesa la gran prensa tradicional, los periódicos?
Conozco editores que están espiando las redes sociales y van a remolque de la tendencia que se crea en las redes sociales, es decir, se dejaron arrebatar la agenda de la información, la brújula. Ya no escogen sus noticias interactuando con la realidad, sino espiando lo que sucede en Twitter, por ejemplo. ¡A mí eso me parece terrible! Yo por eso digo: dime dónde hay un editor orientándose a través de Twitter, y yo te diré que ahí hay un mal editor.
¿Qué tal? Casos se han visto, como dice mi abuela pic.twitter.com/Vj4I2ARK5T
— Alberto Salcedo R (@SalcedoRamos) 15 de junio de 2017
¿Qué papel juega el humor en el periodismo?
El humor, en términos generales, es un rasgo de la inteligencia. Pero el humor no comienza abriendo la ventana, sino plantándose frente al espejo. Eso quiere decir que el humor empieza por uno mismo, burlándose de uno mismo. Yo no le creo mucho al que hace humor burlándose del otro, del débil, del distinto, del diferente. Es decir que un rasgo del humor es la generosidad. Creo que en el periodismo se necesita el humor no solo en el contenido, cuando cabe, porque, por ejemplo, hay pueblos que se miran a sí mismos con humor, pero el periodismo los ve con lástima: el periodista llega donde ellos a hacer un texto con una especie de lírica del fatalismo. En Barranquilla, mi ciudad, en los barrios pobres se come un plato que es una loma de arroz atravesada por un banano, que llaman arroz al puente, pero cualquier persona del periodismo, de estos que hacen panegíricos miserabilistas sobre la pobreza, diría: “pobre señor, pobre familia”. Pero resulta que quien se está comiendo ese plato tiene sentido del humor. Se necesita que el periodismo vaya más allá de la porno-miseria y que entienda que allá, al frente, en la realidad, hay gente que tiene humor y que ese humor también debería estar reflejado en las páginas de nuestros periódicos.
¿Por qué crees que los periodistas renegamos tanto del humor?
El deporte favorito de los periodistas es la queja. Los periodistas viven quejándose de la capa de ozono, del bigote de Einstein, la caspa de Tarzán, del sueldo, de la falta de vacaciones, de la falta de espacio. Había en el periódico El Tiempo, de Bogotá, un editor que tenía a la entrada de su oficia el siguiente aviso: “Si usted necesita más espacio, por favor vaya a la NASA”. A mí me gusta contar esta historia porque ese periodista, con humor, le decía a la gente que se sacudiera, los retaba con el humor. El humor es algo fundamental.
¿Crees que el periodismo en América Latina, en general, es aburrido?
No diría eso. Sí diría que a veces se toma muy en serio a sí mismo. Todavía uno oye emisoras que dicen “la voz de los que no tienen voz”; todavía uno lee periódicos que se rasgan las vestiduras por causas supuestamente humanitarias, pero que en el fondo solo son corporativas, porque lo que buscan es legitimar su imagen como si todos fueran el San Pedro Claver. Hay que elaborar un discurso más inteligente, el periodismo no puede seguir siendo hecho para un público dócil, que recibe unilateralmente lo que le demos, porque eso definitivamente ya cambió.
¿Qué es lo que no estamos contando los periodistas en América Latina, a qué historias le estamos huyendo?
No estamos contando los abusos del sector financiero. El dirigente político es un blanco fácil, el político, al final, lo que nos cobra a todos es una indemnización por ser el rostro visible de la corrupción. Cuando hablamos de corrupción siempre pensamos en el político, pero casi nunca pensamos en el empresario que hay detrás, que le paga al político para que se corrompa y corrompa a los demás y ser él el verdadero ganador de esa corrupción. No estamos contando la vida de los poderosos, los abusos de los poderosos, de ese poder financiero. No estamos hablando de los abusos de la minería ilegal. No estamos poniendo una lupa en la forma en que los poderosos, con caprichos y con negociados debajo de la mesa, rigen nuestros destinos de manera perversa. Si tú ves el libro “Reportero” de David Remnick, el editor de la revista The New Yorker, ves que hay varios perfiles ahí que muestran la vida de los poderosos y su injerencia en la sociedad. Me pregunto: ¿en cuántos libros de nosotros, los cronistas de América Latina, la gente se puede enterar de cómo viven los poderosos? Ahí tenemos una asignatura pendiente, tristemente pendiente.
¿Por qué te hiciste periodista?
Me hice periodista por cobarde, porque quería ser un novelista, un poeta, y cuando me di cuenta de que no era Tolstoi, me pregunté: ¿qué me queda? Y me dije, el periodismo. Pero cuando comencé a hacer periodismo descubrí, felizmente, que desde esa trinchera también se pueden crear cosas que aspiren a una cierta dignidad.