El profesor del barrio Monimbó, de Masaya, Álvaro Gómez, vivirá en el exilio el primer aniversario del asesinato de su hijo Álvaro Gómez Montalván, de 23 años, pero quisiera estar aún más lejos. “Ese 21 (de abril), ese aniversario de mi hijo, yo me quisiera ir. No quisiera estar aquí, quisiera estar lejos”, dice desde San José, Costa Rica, donde vive hace ocho meses, obligado a exiliarse por la represión del Gobierno que asesinó de un disparo en el pecho a su hijo.
“No me veo en un acto en el que estén honrando la memoria de ellos. Yo quisiera estar, no sé, aislado de todo para ese 21 de abril”, reitera.
Gómez llegó un cuatro de agosto a territorio tico, después de cruzar la frontera por punto ciego. En la guerra de los ochenta perdió un pierna, pero era más seguro caminar varios kilómetros, en la oscuridad y entre el fango, sorteando cercas de alambres de púas, que salir por la frontera de Peñas Blancas, donde para entonces ya habían detenido a varios de Masaya, que permanecen como presos políticos del régimen de Daniel Ortega.
“Entre julio y agosto, cruzar, para un nicaragüense hacia Costa Rica, lo veían raro. Peor si decía que era de Masaya y que tenía como domicilio Monimbó”, explica. Masaya fue uno de los bastiones más emblemáticos de la rebelión cívica, contra la cual se ensañó la represión orteguista. Como el hijo del profesor Gómez, otros treinta fueron asesinados en esa ciudad.
“Luego de haber asesinado a mi hijo, era un delito decir que quiero justicia. Para el Gobierno y los simpatizantes —no les digo simpatizantes, les digo fanáticos del Frente Sandinista—, yo soy una amenaza, porque estoy amenazando a su líder”, agrega.
Un disparo al pecho
Álvaro, de 23 años, fue una de las primeras víctimas mortales de la represión. Un disparo dos centímetros arriba de la tetilla izquierda acabó con su vida. Trabajaba en una zona franca y estudiaba en la UNAN-Managua. Su muerte fue registrada por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), que confirmó los crímenes de lesa humanidad de la dictadura.
Para el profesor Gómez, sobrellevar la muerte de su hijo en el exilio es doloroso. “Sí hay dolor, dolor físico, mental y espiritual, porque uno no se cansa de estar rogando justicia para nuestro país, justicia para que regresemos… y hay otra parte más dolorosa aún: regresar y no ver a aquella persona que uno… estaba con… (balbucea). Esa es la parte más difícil, que yo a veces me pongo a pensar: ‘Y ahora que regrese, ¿qué voy a ver?’. Es triste”, dice sin poder contener las lágrimas.
“La naturaleza es que el hijo entierre a su padre y no los padres a sus hijos. Desgraciadamente, en Nicaragua hemos tenido una epidemia de que ser joven es delito... ¿En qué país un ciudadano saca su bandera y es arrestado? Es algo irrisorio. Y los fanáticos de Ortega lo ven normal”, lamenta.
Gómez impartió clases de matemática y física durante más de 20 años en un instituto de Masaya. En el exilio, da clases particulares para completar un tiempo de comida al día. Pero se siente más seguro. “Allá, en Nicaragua, no puedo hacer esto que estoy haciendo ahorita, denunciar al régimen, de que no solo a mi hijo asesinaron”, comenta.
La búsqueda de justicia
El padre de Álvaro reclama la impunidad de la masacre. “Yo espero justicia, que haya una Comisión de la Verdad, que esto no se repita, no a la repetición”.
También está dispuesto a denunciar la matanza ante instancias internacionales. “Yo lo llevaría y no me cansaría. Sí hay un desgaste, puede ser hasta desgaste económico, pero no me cansaría de llevar ese proceso hasta ver la justicia en Nicaragua”, afirma. También rechaza la posibilidad de cualquier amnistía, que define como un problema que ya se registró a finales de los ochenta.
“Nosotros no tenemos nada que perder. Ellos (el Gobierno) son los que tienen qué perder, ellos fueron los que asesinaron.... No dicen ‘el pueblo de Nicaragua cometió crímenes de lesa humanidad’, dicen que es el Gobierno de Daniel Ortega el que cometió crímenes de lesa humanidad”, sostiene.
Para Gómez, la mejor manera de honrar a los asesinados es “hacer una nueva Nicaragua”, que no tolere la corrupción y sea justa. “De esa manera —estima— tendremos que honrar a estos muchachos que perdieron su vida”.