
28 de abril 2025
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Steven Levistky, politólogo y profesor de la Universidad de Harvard: “ya estamos en un autoritarismo competitivo, pero puede ser frenado”
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla con los periodistas antes de partir al funeral del papa Francisco, el 25 de abril de 2025. // Foto: EFE/EPA/Aaron Schwartz/POOL
El próximo miércoles 30 de abril de 2025 se cumplen los primeros 100 días de la segunda presidencia de Donald Trump, en Estados Unidos, marcada por un asalto a las instituciones democráticas, la guerra comercial de los aranceles, una política antiinmigración indiscriminada, y un giro de 180 grados en las alianzas establecidas después de la segunda guerra mundial.
El politólogo Steven Levitsky, profesor de la Universidad de Harvard, experto en el estudio comparativo de la democratización y el autoritarismo, considera que “Estados Unidos ha dejado de ser una democracia plena, y ya estamos en un autoritarismo competitivo”.
Coautor con Daniel Ziblatt del libro Cómo mueren las democracias, publicado en 2018, Levitsky compara el autoritarismo, bajo Trump, con el de otros regímenes como Turquía, Hungría, Rusia, o El Salvador, en los que un gobernante autoritario controla y utiliza los medios del Estado para socavar las instituciones democráticas, aplastar a la oposición, y detener o intimidar a sus adversarios, pero en el cual, en teoría, la oposición podría llegar al poder y desplazarlo a través de elecciones.
En febrero de 2025, publicó con Lucan Way un ensayo en la revista Foreign Affairs titulado El camino hacia el Autoritarismo en Estados Unidos, que viene después del quiebre de la democracia, cuyo pronóstico, dice, muchos consideraron “alarmista”. En la víspera de los 100 días de gobierno de Donald Trump, Levitsky afirma que “Trump se ha movido más rápido que Chávez en Venezuela, Orbán en Hungría o Erdoğan en Turquía”, cuando llegaron al poder, “no sé si va a poder sostener esto, pero lo que ha hecho en los primeros 100 días ha sido mucho más (de lo ) que esperábamos”.
“Trump se cree (Anastasio) Somoza, o quizás la última versión de (Daniel) Ortega, cree que el Estado es suyo, que puede y que debería poder utilizar cualquier institución del Estado para sus fines personales y políticos. Planearon un asalto al Estado y lo lanzaron desde el primer día”, advierte.
El académico, uno de los promotores de la defensa de la Universidad de Harvard ante el ataque de la Administración Trump, considera que “la sociedad norteamericana, hasta hace poco, estaba en shock”, pero en las últimas semanas “se ve poco a poco que la sociedad civil está despertando”.
“Nosotros, tenemos una sociedad civil mucho más poderosa, mucho mejor organizada que, por ejemplo, la sociedad civil salvadoreña, nicaragüense, o de Hungría. Tenemos la capacidad, tenemos los músculos para defendernos, pero habíamos estado medio dormidos. Van a ser cuatro años muy peleados, con mucho abuso de poder, debilitamiento de las instituciones, pero creo que tenemos buenas posibilidades de frenar el autoritarismo”, sostiene.
En febrero de 2025, en un ensayo que publicaste con Lucan Way en Foreign Affairs sobre el autoritarismo en Estados Unidos, alertaban sobre algunas de las señales de quiebre de la democracia norteamericana en camino hacia una autocracia, o un autoritarismo competitivo. ¿Qué conclusión se puede extraer después de estos primeros 100 días del Gobierno de Trump que se cumplen el miércoles 30 de abril?
Escribimos ese artículo en diciembre (de 2024), antes de que asumiera Trump, fue una especie de pronóstico. Muchos consideraban que el análisis era alarmista, pero la verdad es que ha sido peor de lo que anticipábamos. El Gobierno ha sido más agresivo, ha actuado con más rapidez, haciendo guerra en más frentes que esperábamos. Y la verdad es que se ha movido más rápido que Chávez en Venezuela, más rápido que Orbán en Hungría o Erdoğan en Turquía. No sé si va a poder sostener esto, pero lo que ha hecho en los primeros 100 días ha sido mucho más (de lo) que esperábamos.
¿Cuál es la particularidad de este autoritarismo de Trump? ¿está relacionado con su liderazgo y el control total que tiene del partido Republicano y del Estado?
Como estuvieron en el poder entre 2017 y 2020, él y su equipo aprendieron varias lecciones. Cuando ganó la primera vez, Trump no esperaba ganar, no tenía plan, no tenía equipo, y tuvo que gobernar, como consecuencia, con republicanos tradicionales y con tecnócratas conservadores, y ellos lo confundieron en muchos sentidos.
Trump se cree Somoza, o quizás la última versión de Ortega, cree que el Estado es suyo, que puede y que debería poder utilizar cualquier institución del Estado para sus fines personales y políticos. Pero esta vez aprendieron y tuvieron un plan y un equipo que planeaba un asalto al Estado y lo lanzaron desde el primer día.
La mayoría de las encuestas en estos primeros 100 días revelan una tendencia mayoritaria de desaprobación de la gestión de Trump en torno al 55%, incluso en algunos temas económicos específicos, como la inflación, aumenta más. ¿Qué relevancia tiene la economía y el apoyo de la población para apuntalar o debilitar el proyecto político de Trump?
Tiene muchísima relevancia, los autócratas que hacen el mayor daño son los que son muy populares. Figuras como (Hugo) Chávez, (Vladímir) Putin, (Nayib) Bukele, (Alberto) Fujimori, en su momento, (Rafael) Correa, los que llegan a 70, 80% de aprobación, muchas veces pueden hacer un montón de daño a las instituciones. Los autócratas menos populares pueden hacer daño, pero no es tan fácil.
Trump, por suerte, nunca ha sido tan popular y también su Gobierno es bien inepto. Al lanzar una guerra contra diez frentes, ha hecho un montón de enemigos en 100 días y también en su manera de manejar la economía ha sido inepto. No es un equipo con mucha capacidad y eso genera problemas económicos, están debilitando mucho el Estado, que nos va a causar problemas por décadas. Pero lo bueno es que está debilitándose como gobierno autoritario. Un gobierno con 42% es mucho menos amenazante que un gobierno como Bukele con 85%.
Como anticipaban ustedes en ese ensayo, Trump ha hecho un uso intensivo del control del Estado a través de decretos ejecutivos, de la venganza política con adversarios, el otorgamiento de favores a empresas privadas de la oligarquía tecnológica, el desmontaje de funciones del Estado democrático. Pero, ¿cómo reaccionan las instituciones y la sociedad norteamericana? ¿Hay capacidad de reacción?
Hasta hace poco estaban en shock. La verdad es que el establishment y la sociedad civil norteamericana no esperaba eso. Y no sé exactamente por qué, pero la actitud dominante en noviembre y diciembre (de 2024) era no preocuparse mucho. Se creía que el segundo gobierno de Trump iba a ser parecido al primero, sin pensar mucho en el 6 de enero (2021), que el Gobierno no iba a poder hacer mucho daño.
Entonces, nos tomó, a mí no, pero a la sociedad, nos tomó por sorpresa. Y nunca nadie había vivido un asalto autoritario así. Las universidades, las empresas, los medios, muchos actores de la sociedad civil no sabían cómo responder y respondieron con miedo y en muchos casos cediendo, autocensurándose, no enfrentando el Gobierno porque tenían mucho miedo.
Creo que ahora, en las últimas dos semanas, se ve poco a poco que la sociedad civil está despertando. Nosotros, en la sociedad civil norteamericana, tenemos una sociedad civil mucho más poderosa, mucho más rica, mucho mejor organizada que, por ejemplo, la sociedad civil salvadoreña, nicaragüense o de Hungría. Tenemos la capacidad, tenemos los músculos para defendernos, pero habíamos estado medio dormidos.
¿Cómo valora la capacidad de los contrapesos institucionales del sistema? Empecemos por el sistema de justicia, en el que ya se están dirimiendo la legalidad de muchos de los decretos ejecutivos de Trump. ¿Puede Trump imponerse ante la Corte Suprema de Justicia, o será un campo de batalla permanente?
Probablemente será un campo de batalla. Los gringos tenemos mucha confianza en nuestro sistema de checks and balances, de contrapesos. Tenemos mucho orgullo, y con razón, en nuestra Constitución. Pero hay que reconocer que las instituciones de checks and balances norteamericanas han fracasado de una manera rotunda en los últimos años. Donald Trump, como todos sabemos, intentó robar una elección. La primera vez en la historia de Estados Unidos que el Gobierno oficialista busca revertir los resultados de una elección y bloquear de una manera violenta la transición de un Gobierno al otro. Inédito en la historia de Estados Unidos, un crimen abierto contra la democracia. ¿Qué pasó? El Congreso no utilizó el mecanismo obvio que es el impeachment y por eso pudo seguir en la carrera (política). El Poder Judicial no fue capaz de juzgarlo en los cuatro años entre las presidencias y quedó libre. Y el Partido Republicano, a pesar de que Donald Trump era un conocido golpista decidió nominarlo para la Presidencia. Todas las instituciones fracasaron a diferencia, por ejemplo, de lo que pasó en Brasil, y Donald Trump siguió en la carrera (electoral). No hubo rendición de cuentas.
Ahora ya sabemos que las instituciones no tienen la fortaleza que deben. El Congreso ha abdicado su autoridad, no está jugando ningún papel. Creo que la Corte Suprema sí va a dar batalla, pero la Corte sola no va a poder constreñirlo al 100%. Va a poder bloquear algunas cosas, pero no todo.
¿Qué pasa en la política en el Congreso hoy, en el Partido Demócrata? Algunos dicen que está completamente desaparecido, otros llaman la atención a la emergencia de este movimiento del senador Bernie Sanders y la congresista Alexandria Ocasio-Cortez contra la oligarquía. ¿La política se va a dirimir hasta dentro de dos años en esas elecciones de medio término, o hay una estrategia del Partido Demócrata para llegar a ese momento?
No tiene estrategia, pero eso no debe sorprendernos demasiado. Las fuerzas de oposición en los nuevos regímenes autoritarios siempre sufren, tienen un montón de problemas, pensando en la oposición a Chávez en Venezuela, la oposición en México, la oposición en El Salvador, la oposición en Turquía, en Hungría, en Perú, con Fujimori. Siempre, la oposición empieza muy mal.
El Partido Demócrata todavía herido por su derrota electoral, y además, nosotros hemos sido una democracia estable por mucho tiempo. El Partido Demócrata sabe actuar en democracia, sabe competir en elecciones, sabe manejarse en el Congreso, no es un movimiento social, no es un partido que sabe enfrentar a un gobierno autoritario.
Esos tipos fueron entrenados en ganar elecciones y legislar, y eso es lo que saben hacer. hay que adaptarse, hay que aprender a lidiar en un ambiente totalmente diferente. Creo que lo van a hacer, pero es un proceso lento, solo han sido 100 días. Y va a tener que haber cierta renovación del liderazgo. Charles (Chuck) Schumer, por ejemplo, el jefe de la bancada en el Senado, es muy buen político, pero no sabe lidiar con ese problema, en este momento. Entonces, el Partido Demócrata sabe competir en elecciones, está pensando sobre todo en eso. Eso no es suficiente para defendernos, tenemos que hacer mucho más que pensar en elecciones.
¿Qué representa ese movimiento de Sanders y Ocasio-Cortez, que está llenando plazas en distintos Estados? ¿Eso conecta con la sociedad civil o incide internamente en el Partido Demócrata?
Hay una brecha enorme entre los líderes del Partido Demócrata que están todavía en el siglo XX, son de la vieja escuela. La base demócrata quiere enfrentar al Gobierno, quiere movilizarse en contra del Gobierno. Entonces, los pocos políticos, y Sanders y Ocasio-Cortez son dos ejemplos claves, se están dando cuenta que el partido no está donde está la base del partido. Creo que se van a ver más políticos demócratas asumiendo posiciones, no radicales, pero más opositoras, más militantes en su oposición, porque ahí está la base.
Usted mencionaba la tradición de la sociedad civil norteamericana, una tradición muy fuerte de democracia asociativa, democracia local y, de libertad de prensa. Pero hay una embestida del Gobierno de Trump contra los medios de comunicación que fiscalizan el poder. Unos han capitulado como el Washington Post, otros están resistiendo. ¿Cómo ve usted el papel de la prensa independiente como contrapeso del poder, con un Gobierno que ahora es más autoritario?
Va a ser difícil subordinar a la prensa. Lo están intentando y, como usted ha dicho, algunas empresas han cedido. Lo que pasa es que los dueños de muchos medios tradicionales en Estados Unidos son grandes grupos que tienen muchos intereses en juego que pueden ser afectados por la política económica y regulatoria del Gobierno. Y por eso no están dispuestos a dar pelea por tres o cuatro años contra Trump, no porque los medios no quieren dar pelea, pero sus dueños no quieren dar pelea. Ese es el caso en el Washington Post.
Sin embargo, gracias a Internet y a las redes sociales, hay muchas alternativas para buscar información y noticias que no van a poder controlar ni contener. Si, por ejemplo, el Washington Post deja realmente informar, los lectores del Washington Post van a poder encontrar alternativas online. Creo que va a ser super difícil establecer un control total sobre la información en Estados Unidos.
El ataque de Trump contra las universidades bajo el pretexto de protegerlas del antisemitismo, se ha traducido en presiones y chantajes económicos que afectan la libertad académica. Vimos, por una parte, la Universidad de Columbia cediendo a todas las presiones de Trump y, por el otro lado, la oposición de la Universidad de Harvard. ¿Qué está en juego en esta batalla en las universidades?
Está en juego la democracia. En ninguna democracia del mundo el Gobierno tiene derecho a imponerse sobre la administración, la enseñanza, y la investigación en las universidades privadas. Esta intromisión de exigir controlar quién se contrata y quién no, qué se enseña y qué no, eso solamente ocurre en regímenes autoritarios, ni siquiera ocurre en muchos regímenes autoritarios en América Latina, es algo casi totalitario.
Si las universidades no se defienden, si permiten que el Gobierno decida quién puede ser profesor y quién no, quién puede ser estudiante y quién no, cuáles son los cursos, el contenido que es permitido o no, es totalmente incompatible con una sociedad democrática.
Entre esos dos polos que hemos visto sobre cómo han reaccionado, por un lado Columbia, por otro Harvard, ¿cuál es la tendencia? ¿hay posibilidades de un frente común de las universidades, o se van a imponer los intereses económicos que usted mencionaba similar a los dueños de medios de comunicación?
Esta es la gran pregunta. Las grandes universidades privadas tienen mucha plata en juego. Hay un sistema muy importante, muy positivo, de financiamiento del Estado a la investigación en las universidades, investigación médica, biomédica, un montón de investigación financiada por el Estado. Pero esto da al Gobierno cierta capacidad de chantaje, de amenazar con cortar fondos, y las universidades que dependen del Estado por su financiamiento, se preocupan mucho.
Harvard está a punto de perder 2000 millones de dólares o más, de financiamiento, y eso es mucho. Los líderes de las universidades no esperaban eso, quedaban super asustados. Y como no hubo una alianza entre las universidades, dejamos sola a Columbia, y Columbia cedió.
Creo que hubo un proceso de aprendizaje, vimos lo que pasó con Columbia, permitió ciertas concesiones que son terribles; Columbia ni siquiera consiguió la plata y el Gobierno, como cualquier bully (abusador), volvió y pidió más. Harvard, viendo lo que pasó con Columbia, decidió tomar otra estrategia.
Hay esfuerzos para unificar la respuesta universitaria, para construir, tejer alianzas entre universidades, pero es muy difícil, son 6000 en el país y todos tiene su propio interés y no es fácil. Poco a poco las universidades se están dando cuenta que tienen que dar pelea, que no pueden ceder de la manera que hizo Columbia.
El presidente Trump y algunas personas de su entorno han empezado a sugerir que hay métodos para promover un posible tercer periodo presidencial, lo cual no está contemplado en la Constitución. ¿La Constitución puede ser un factor de contención, o será rebasada por Trump?
Siempre se puede interpretar la Constitución de maneras distintas en casos extremos, como ocurrió en Nicaragua y en El Salvador, una Corte leal al Gobierno puede interpretar la Constitución de una manera que se burle del Estado de derecho y, aunque haya prohibición a la reelección, puede permitirlo.
No creo que esa Corte Suprema permita tal interpretación. Creo que Trump tiene miedo de ser lo que llamamos un lame duck (pato cojo), de perder poder cuando se acerca al final de su mandato. Y entonces, quiere tirar la idea de que quizás va a ser reelegido, seguramente va a intentar algo, no creo que tenga éxito.
¿Qué balance le dejan estos primeros 100 días de acuerdo a lo que analizaban en diciembre de 2024? ¿es inevitable la imposición de un autoritarismo competitivo en Estados Unidos, o puede ser frenado este proyecto de Donald Trump?
Puede ser frenado. Francamente, ya cruzamos la línea, Estados Unidos ya dejó de ser una plena democracia, estamos en un autoritarismo competitivo suave. Pero como hemos visto en muchos países, en América Latina y otros países como Polonia, siempre es posible revertirlo. Y como tenemos una oposición bastante fuerte, una sociedad civil bastante fuerte, van a ser cuatro años muy peleados, con mucho abuso de poder, debilitamiento de las instituciones, bastantes abusos autoritarios, pero creo que tenemos buenas posibilidades de frenarlo.
¿Cómo ve el impacto internacional que tiene este giro de la democracia norteamericana hacia el autoritarismo? En América Latina, por ejemplo, Trump está armando alianzas con Milei, con Bukele, con Novoa. Estados Unidos pareciera también aliado de regímenes autoritarios, la manera en cómo se relaciona con Putin. Y por el otro lado, alguna gente dice: esta es la hora de Europa para relanzar proyectos democráticos, pero en Europa también hay un resurgimiento de movimientos de ultraderecha en Alemania, en Francia, en otros países. ¿Estamos en un momento de regresión autoritaria global?
Es un momento muy peligroso. Viendo el giro que hizo Estados Unidos, el giro político en cuanto a la guerra en Ucrania, es como si Roosevelt en el año 1939 hubiera dicho que: “En vez de estar con los aliados, vamos a apoyar a Alemania”. El líder de las fuerzas liberales en el mundo acaba de pasarse al otro lado.
No sabemos si es permanente, pero es un cambio en el equilibrio de poder super importante. Las democracias europeas, algunos en Asia, en América Latina, son importantes, pero no tienen el peso de Estados Unidos y van a tener que reorganizarse por completo, si van a defenderse en un mundo sin Estados Unidos. Yo sigo con la esperanza que Estados Unidos volvería pronto al lado del liberalismo, pero hoy por hoy es muy feo.
¿El primer paso para despejar esa posibilidad, depende de estas elecciones de medio término en Estados Unidos?
Sí, y la verdad es que como Trump ha caído mucho en las encuestas, y como la economía parece que va bastante mal, la oposición va a tener una buena posibilidad, por lo menos para capturar la Cámara de Representantes, y es un paso importante.
Pero, volviendo al tema de democracia en el mundo, el daño que puede hacer el Gobierno de Trump es enorme. Pensando en los últimos años, el paso hacia autoritarismo competitivo en El Salvador, Honduras y Guatemala, ocurrió bajo Trump. Y el atentado de golpe, en el caso de Bolsonaro en Brasil, fue bloqueado en parte por el Gobierno de Biden. Si Trump hubiera estado en el poder, es muy posible que Bolsonaro hace un golpe, entonces, importa mucho quién está en el poder en Estados Unidos.
Temo que, sobre todo en las democracias más débiles en la región, puede haber una regresión autoritaria en varios países y Estados Unidos o no hace nada o lo apoya bajo Trump.
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Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Fundador y director de Confidencial y Esta Semana. Miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha sido Knight Fellow en la Universidad de Stanford (1997-1998) y profesor visitante en la Maestría de Periodismo de la Universidad de Berkeley, California (1998-1999). En mayo 2009, obtuvo el Premio a la Libertad de Expresión en Iberoamérica, de Casa América Cataluña (España). En octubre de 2010 recibió el Premio Maria Moors Cabot de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York. En 2021 obtuvo el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria periodística.
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