5 de enero 2025
Frontera Costa Rica-Nicaragua. Cada diciembre las terminales de buses en las principales provincias de Costa Rica atienden una afluencia masiva de viajeros. Los pasajeros llegan de todos los rincones del país. Muchos son costarricenses, pero a medida que los buses se aproximan a la frontera norte, van quedando solo los nicaragüenses que aprovechan sus vacaciones de fin de año para visitar a sus familias “del otro lado”.
Al finalizar 2024, el viaje estuvo marcado por el temor y la incertidumbre, después de los cambios a las leyes migratorias en Nicaragua, aprobadas de forma exprés por el régimen, que ahora contemplan multas de hasta mil dólares por “evasión de control fronterizo con fines ilícitos” y prisión de seis meses a dos años para el nicaragüense que salga o ingrese al país de forma irregular para cometer presuntamente “menoscabo a la integridad nacional, la soberanía” o supuestos actos “conspirar o inducir actos terroristas o de desestabilización económica y social de país”.
Estas nuevas medidas, a juicio de defensores de derechos humanos, son arbitrarias, ya que le otorgan a los agentes gubernamentales la discrecionalidad para decidir quién representa “un riesgo para la seguridad del país” y les autoriza el uso de sus armas si así lo consideran.
Pese al temor generalizado, en la terminal de Ciudad Quesada hace cambio de bus, Joaquín, de 38 años, un exdocente de la confiscada Universidad Centroamericana (UCA), con destino a Las Tablillas, la frontera localizada en la parte central de la línea fronteriza nica-tica. Joaquín solicita el anonimato a CONFIDENCIAL para contarnos su viaje de ida y regreso. “Nosotros no podemos regresar a Nicaragua porque somos considerados terroristas por el régimen, por ser una persona que trabaja en defensa de derechos humanos, y porque estuve involucrado en la resistencia cívica desde 2018”, afirma.
Es la primera vez que Joaquín retorna a Nicaragua desde que se refugió en Costa Rica en octubre de 2023, y lo hace consciente de que podría ser arrestado si los militares o policías nicaragüenses lo identifican como disidente. En su mochila lleva dos mudas de ropa, un par de tenis, y su cédula nicaragüense, suficiente para un viaje en el que evitará los controles migratorios oficiales tanto en Costa Rica, como en Nicaragua. “Te juro que fue una decisión súper difícil porque yo no quería ir a Nicaragua, pero la razón por la cual lo hago es estrictamente humanitaria. Mi mejor amiga está agonizando de cáncer, y mi papá está recién operado y necesita mi apoyo, entonces esas son las razones que me hacen tomar este riesgo. No tenía de otra”, relata, mientras se despide para bajar del bus en Las Tablillas, y sumarse a una fila interminable de personas que cruzan a Nicaragua a través del bosque. Nos veremos a su regreso, si todo sale bien.
Peñas Blancas
En la terminal de Liberia, Guanacaste, el primer bus del día con destino a la frontera de Peñas Blancas sale a las 4:30 de la mañana. Va a capacidad máxima de pasajeros y carga, dejando en la terminal una fila que se enrolla varias veces y se renueva con el paso de las horas. “Cambio colones por córdobas”, pregona un cambista; otra vendedora ofrece “empanadas de carne y café”, y no faltan los taxistas “piratas” que sin contar con los permisos ofrecen viajes expresos a la frontera. “Me falta uno”, anuncian, dando a entender que pronto inician su marcha. Llegarán antes que el bus, pero al doble o triple de su precio.
Una mujer y un hombre que viajan juntos cambian los colones a córdobas. “Tenemos que pagar las pasadas”, le dice ella, en referencia a los “puntos de control” en las veredas de paso irregular, en donde cobran un “peaje” de cincuenta y hasta cien córdobas por viajero.
El bus inicia su marcha, el sol aún no alumbra el camino. Los pasajeros son tantos que muchos van de pie. El compartimento interior del bus para pasajeros en silla de ruedas, está lleno de mochilas y bultos. Algunos pasajeros aprovechan la oscuridad de la madrugada para dormir, y otros entablan charlas anecdóticas sobre la última vez que estuvieron en Nicaragua.
El bus arriba a Peñas Blancas con los primeros rayos de sol. Todos bajan a reclamar sus maletas. El vehículo queda completamente vacío, aunque aún le falta el último tramo antes de llegar al complejo fronterizo de Costa Rica. Los pasajeros se apartan de la carretera, y empiezan a perderse entre la maleza y los árboles. Aquí los pregones son otros; “un rojo por pasar”, “cinco rojos y lo guío”, “le llevo la carga”, “no se vaya por allá”, “por aquí no hay guardias”.
La pasada masiva de nicaragüenses activa una economía informal en estas fechas. “Por lo menos 22, para amanecer 23 de diciembre ¡uh! eran ‘montononones’ de gente. Es bonito, a quién no le va a gustar pasar como antes verdad, diariamente que pasaba uno, pero hay que poner las cosas en las manos del Señor verdad, que es el único que puede, porque el hombre en la tierra puede decir lo que quiera pero ante Dios? Con Dios adelante todo es posible”, comenta una vendedora ambulante nicaragüense que acepta charlar con nosotros siempre y cuando no mencionemos su nombre.
María vende comida y café en las pasadas no autorizadas cerca de la frontera, y advierte que muchos de los viajeros comentan sobre las nuevas medidas migratorias del régimen de Nicaragua. “Ayer pasó cualquier cantidad de gente para Nicaragua a ver a sus familias. Ellos siguen firmes amparados a su fe en el Señor, porque desde luego salieron en esta fecha es porque ellos tienen fe en el Señor, y así como el Señor los ha guardado de ida, los va a guardar de regreso”, señala.
En otro de los senderos encontramos a Martha, una mujer trans nicaragüense con residencia costarricense, que viajó para guiar a una de sus amigas en su viaje a Nicaragua por punto ciego. “Yo toda mi vida viajé por aquí mismo, pero hace seis años tengo mi residencia y ahora puedo hacerlo más tranquila a través de los controles migratorios, mi amiga todavía no tiene papeles, pero quería visitar a sus padres”, comenta Martha. Aunque ella no viaja, conoce muy bien los caminos irregulares.
“Si uno va ilegal corre muchos peligros; que le roben, a veces las mismas autoridades si no les paga uno, no lo dejan pasar, a veces lo detienen, a veces lo devuelven, así, pero a veces lo dejan pasar normal. Ahí uno se les esconde también y pasa”, dice la comerciante que emigró a Costa Rica hace veinte años.
La información sobre los cambios en las leyes migratorias se ha propagado rápidamente en la comunidad nicaragüense en Costa Rica. A Martha, que tiene a toda su familia en Nicaragua, los cambios le parecen injustos; “como nicaragüense que soy, que somos todos los que pasamos acá, siento que se le debería dar el recibimiento adecuado a toda persona que es nicaragüense, que se identifique que es nicaragüense. ‘Diay’ porque somos nicaragüenses, es la patria de nosotros, y si uno sale del país es porque no hay las condiciones, entonces uno tiene que buscar otras condiciones para llevar ingresos al país. Incluso le sirve al Gobierno porque uno con las remesas está aportando a la economía de Nicaragua”, subraya.
El sendero para cruzar a Nicaragua
Adentrándose en el camino, los senderos se bifurcan en más de un punto. Unos llevan por los patios de las últimas casas en territorio costarricense, otros atraviesan arroyos y fangales creados por el andar masivo de personas. La gente sabe que ha pasado a tierra nicaragüense cuando encuentra a los primeros soldados del Ejército de Nicaragua, portando fusiles AK-47.
Los militares le piden la cédula a cada viajero, relatan los migrantes que van y vienen. También les preguntan qué llevaban en sus maletas. La gente se detiene, baja su carga, abren el saso o la mochila y muestran lo que llevan. A una pareja, hombre y mujer, los escolta un soldado hacia Costa Rica. El uniformado camina sujetando su AK-47 con una de sus manos. Los civiles caminan en silencio. Llevan una caja en sus hombros, que parece ser un electrodoméstico. Otros viajeros susurran “seguro van a revisarles la carga en el puesto militar. Nadie se atreve a preguntar, y la escena se diluye cuando el soldado y los viajeros que escolta se internan en el monte, fuera del sendero.
De vuelta a casa, adiós Nicaragua
Es enero de 2025, y el viaje del profesor Joaquín ha concluido. “La experiencia para mí fue humillante. Es súper triste, no es un traslado digno absolutamente para nada. Conectás con el miedo, conectás con la desesperación porque estás sofocado de cruzar o no cruzar, y la verdad que si; experimentás todas esas emociones y sentimientos y sensaciones de miedo, pero no tenés de otra, o sea, tenés que hacerlo, lo está haciendo día a día cada una de las personas”, relata con expresión de angustia.
“Muchas mamás las escuché diciendo que tenían la desesperación de ir a traer a sus hijos y a sus hijas, para traerlas aquí antes de que el régimen terminara de cerrar las puertas, lo que ha provocado también entre la población un tipo de pánico y estrés”, continúa.
Para Joaquín la experiencia ha sido más que un viaje de alto riesgo, él lo describe como un viaje hacia sus propias heridas. “Regresar allá fue como reabrir la herida, pero también fue tomar consciencia de que la situación de Nicaragua la noto cada vez peor a nivel económico y de represión. Entonces más bien me dio como tristeza regresar y ver cómo es que se está sobrellevando la situación en el país”, relata.
“Después de estar bastante tiempo en otro país llevando mi duelo, y llevando una vida cotidiana normal, regresar a ese estrés de; “cuidado, no podés hablar esto aquí, todo calladito, todo bajito’; mis amigos incluso me dijeron que hasta se habla la gente en códigos. Entonces, para mí fue estresante volver a esa situación, porque se percibe esa sensación de miedo, eso de que no podés hablar, no decir lo que querés ni lo que opinás sobre lo que está pasando en Nicaragua en todos los ambientes, en todos los espacios”, cuenta el exprofesor, que no parece dispuesto a repetir la experiencia.
“Para serte honesto, por lo humillante y lo peligroso que fue este viaje, no lo volvería a hacer, solo que fuese una emergencia humanitaria, pero incluso mi familia estaba muy preocupada y me hicieron prometer que no iba a volver a tomar este riesgo”, concluye.
Otros migrantes como Martha, afirman que mientras tengan familia en Nicaragua harán lo que sea necesario para regresar y abrazarlos. “No volver sería como tener a su madre uno y no quererla, porque Nicaragua es la patria que nos vio nacer. Tenemos todo el derecho de regresar y espero que un día sea a mi Nicaragua como un país democrático donde se respeten los derechos de todos los nicaragüenses por igual”, remarca, dejando escapar una sonrisa y el brillo de sus ojos a punto del sollozo. Su autobús ha parado frente a ella, y es hora de regresar a casa en Costa Rica.