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Del internacionalismo al aislacionismo

Sólo desde la paranoia y del autoritarismo, se puede entender que se vea en un grupo de jóvenes una peligrosa rama de los zetas

El costarricense Byron Ortiz y la argentina Ana Laura Rodríguez tras ser liberados en la frontera con Costa Rica. Cortesía consulado de Argentina.

Silvio Prado

1 de julio 2016

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Las recientes expulsiones de extranjeros por parte del régimen de Ortega confirman su matriz de las relaciones con el mundo que, comparada con la que fue en los 80, ha pasado del internacionalismo militante al aislacionismo norcoreano.

Uno de los aspectos en que se diferencia con claridad el gobierno de Ortega de los 80 y el que rige a partir de 2007, es el cambio operado en las relaciones internacionales. Si el primero se abrió al mundo, en parte por razones defensivas, en parte por motivaciones morales, el segundo ha orbitado en torno al eje del ALBA y el ostracismo voluntario respecto a países considerados no afines en lo ideológico.


Lo mismo puede decirse en las relaciones con los pueblos. Antes de que se hablara de globalización, sin internet ni redes sociales virtuales, la Nicaragua de los 80 fue un polo de movilización de personas y organizaciones de prácticamente todo el mundo. El movimiento de solidaridad con Nicaragua y su revolución tuvo expresiones en los cinco continentes y de allí llegaron miles de extranjeros que el pisar tierras se convirtieron en un nacional más a pesar de las notables diferencias culturales entre oriundos y recién llegados.

El movimiento de solidaridad con Nicaragua pronto se convirtió en una formidable organización articulada en redes como en Estados Unidos,  Europa y América Latina, con casos notables en algunos países como Alemania, España, Inglaterra e Italia, entre otros. Ello dio capacidad a este movimiento para emprender iniciativas de trascendencia como las brigadas internacionales autofinanciadas para trabajar un mes de sus vacaciones en zonas remotas del país, o la campaña “Nicaragua debe sobrevivir” que incluía el envío de barcos cargados de alimentos, herramientas y medicinas para atenuar el bloqueo del gobierno norteamericano.

Pero no solamente. De aquellos miles de no-nacionales (internacionalistas les llamaban antes, extranjeros les llaman ahora) un buen número se quedó a vivir en nuestro país. Muchos nicaragüenses formamos familias con aquellos hombres y mujeres, tuvieron hijos y arraigaron sus vidas en estos 130,00 km cuadrados en lo que podría considerarse el último mestizaje que experimentó nuestra sociedad.

Pero hubo más. Los recién llegados también entregaron sus vidas, atrapados, al igual que los demás nicas, en el conflicto armado. Benjamin Linder, Tonio Pflaum, Pierre Grossjean y Joël Fieux, asesinados por la contra, no estaban en cómodas zonas urbanas del país sino tratando de aportar sus conocimientos para mejorar las condiciones de vida de las zonas rurales. Pero también compartieron los peligros de trabajar cerca de la población, como los casos de la brigada de alemanes secuestrados por la contra por construir viviendas en las zonas remotas de Nueva Guinea, y las enfermeras austriacas evacuadas a la fuerza por el ejército en El Rama tras el paso del huracán Joan porque se negaban a abandonar la ciudad mientras quedara población en peligro.

Por supuesto que este movimiento de solidaridad internacional tenía una clara simpatía política con la revolución, pero ello no lo hacía complaciente con los errores y los atropellos que se cometieron entonces. Quienes trabajamos de cerca con las brigadas internacionales sabemos bien del carácter crítico del apoyo que brindaban “los cheles”. Las largas sesiones de entrevistas colectivas incluían preguntas incómodas y directas, lo mismo que los congresos anuales en sus países correspondientes en los que los cuestionamientos de fondo sobre el rumbo de la revolución no se escamoteaban.

En respuesta a estas actitudes críticas uno de los comandantes de la revolución propuso una política de apertura que denominó “comunidad de intereses” con quienes eran nuestra primera línea de la defensa, lejos de nuestras fronteras. Aunque algunos lo hayan olvidado no está de más recordar las manifestaciones contra la visita de Reagan a Europa, o las protestas de los estadounidenses contra las agresiones a Nicaragua, que incluyó la mutilación de Brian Wilson por plantarse ante un tren cargado de armas para la contra.

En otros ámbitos, en los 80 tampoco se restringió la llegada al país de partidos ni de organizaciones internacionales que no tenían ninguna simpatía con la revolución. En aquella época entraban y salían libremente del país delegaciones de la Internacional Democristiana y Liberal, al igual que lo hacían las de la Internacional Socialista. Tampoco se limitó la actividad de fundaciones políticas que financiaban las actividades de los partidos y sindicatos de oposición, como la Konrad Adenauer, la Frederich Naumann, al igual que la socialdemócrata Frederich Ebert más cercana al FSLN.

Asimismo, a partir de aquellos años Nicaragua se convirtió en destino de innumerables académicos y estudiantes interesados en conocer a profundidad lo que la pasaba en este país. No hay más que echar un vistazo con cualquier buscador de internet a las incontables tesis, ensayos, artículos o ponencias que hay sobre Nicaragua en casi cualquier tema. Por supuesto que ello requiere que uno lea más de 140 caracteres al día.

Con todo este pedigrí a cuestas, resulta incomprensible la involución que han experimentado, al igual que en otros campos, los jerarcas del ortegato, más o menos los mismos que de los años 80. Cómo es posible que en nombre de una supuesta seguridad soberana se haya retrocedido de la apertura a un ensimismamiento paranoide que ve amenazas por todos lados. Porque sólo desde la paranoia y del autoritarismo, que es su correlato, se puede entender que se vea en un grupo de jóvenes que enseñan a construir cocinas ecológicas, una peligrosa rama de los zetas; o que a un académico, con un programa de trabajo declarado que incluía entrevistas con altos funcionarios del gobierno, se le expulse del país como quien lo hace con un peligroso malhechor.

Los hechos parecen indicar que se trata de la construcción de un régimen de dominación que ha renunciado al consenso, al que no le interesa la investigación ni el conocimiento independiente, porque todo cuanto ocurra dentro de las fronteras de Nicaragua debe estar sometido al más estricto control del Estado. Este tipo de regímenes cada vez son más escasos. Entre los más conocidos está Corea del Norte, sometida al gobierno despótico de una dinastía que ha aislado el país del resto del mundo, y que al igual que los agujeros negros, de allí no escapa ni la luz.

Régimen dinástico, partido único, eliminación del Estado de derecho, endiosamiento del gran líder, cierre a las relaciones con el exterior…Sólo falta que nos obliguen a vestir esas odiosas cotonas Mao y a ponernos el broche el pecho con la foto del indoblegable comandante de acero y de su fidelísima esposa. Al abrigo de los argumentos más bajos de la barbarie, en pleno siglo XXI estamos enrocándonos en el aislamiento medieval norcoreano.


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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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