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Anécdotas de verano

El verano suele ser una época para vivir nuevas experiencias o atesorar recuerdos familiares o entre amigos, recopilamos seis anécdotas de verano

Redacción Niú

25 de marzo 2022

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Llevar a tu hija a conocer el mar, tener una pesca inesperada durante un paseo familiar, los viajes con amigos que a veces salen mal, las despedidas o las escapadas son parte de las anécdotas memorables de nuestros veranos. En Revista Niú recopilamos seis anécdotas de veranos memorables.

Here comes the sun: cuando mi hija conoció el mar

Nunca encontré lógica en anotar lo que me pasa en un diario. En el país del eterno verano, no me gusta el sol radiante y la arena caliente bajo mis pies… ¡ay!, siempre preferí la lluvia, verla caer escuchando a Los Beatles, observar a la vida pintarse de verde. Un poema.


Pero hoy es uno de esos días extraños. No solo porque llueve brevemente en pleno abril, un milagro de la naturaleza en Nicaragua, sino porque me dieron ganas de escribir sobre el grandioso episodio de una niña conociendo el mar. Tiene pocos meses de edad y el chapoteo la alegra inmensamente. No recuerdo cuando fui por primera vez a una playa, ya no, pero creo que tenemos una relación con lo que decimos odiar o malquerer, y no lo aceptamos. Ver feliz a la niña me contagia. La vida es bella. Entonces observo ese inmenso azul, cargándola en brazos, hay mucha magia en ese instante que sigue hasta que la música, que hago sonar en mi celular, termina de reescribir mi falsa idea del verano. Así me rindo a la letra “Here comes the sun, here comes the sun/And I say it’s all right” (The Beatles).

Verano memorable en Poneloya, pese a los pies ardidos 

Tengo una especial fascinación por el mar, la arena y todo lo que va en el paquete de “veranear” desde las chucherías hasta la arena en el traje de baño. No entiendo cómo es que las personas tienen tantos buenos relatos sobre sus viajes a la playa, los míos parecen sacados de una película cómica o de terror según la interpretación de cada quién. Sin embargo, a pesar de las revolcadas que me da el mar, es de mis lugares favoritos.

Una de mis recuerdos más atesorados en la playa, fue hace cinco años, viajábamos para estas fechas a Poneloya, en León, en un carro al que no se le podía bajar el vidrio de la ventana y tampoco tenía aire acondicionado. El sol estaba “picante”, como dice el buen nica, y todos dentro del vehículo estábamos derretidos. Poneloya estaba llenísimo, tan lleno que pasamos alrededor de dos horas buscando espacio para aparcarnos y disfrutar de unos sándwiches deshidratados con una coca cola tan caliente como sopa de domingo. Ya a las 2 de la tarde encontramos un pequeñito espacio para descansar cerca de la playa, y una prima y yo corrimos sin las chanclas para mojarnos los pies y recoger conchas, para nuestra desgracia el sol a las 2:00 p.m quema como el mismísimo infierno, a medio camino y a unos cuantos metros de la playa nuestros pies eran chicharrón y cada paso era una lágrima derramada, en resumen, nos orinamos del dolor, no nos duró nada la bañada y sufrimos durante todo el trayecto, pero las risas no faltaron. 

Un paseo que salió mal, por no escuchar a mamá

Erase una vez, muchas semanas santas atrás, exactamente un miércoles sin ningún plan, cuando sonó una llamada: un grupo de amigos planeaba irse por tres días a San Juan del Sur y me daban una hora para alistar maletas y conseguir el permiso de mi mamá. Yo tenía 18 años, estaba comenzando la universidad y no tenía dinero.

Alisté mis maletas y justo cuando le pedía permiso a mi mamá, me dijo: “No me da buena espina este viaje, así sin planear”. Pero le rogué, la convencí y conseguí lo justo para cubrir el costo de pasajes y comida.

Llegué a la terminal de buses del mercado Roberto Huembes, para reunirme con mis amigos y tomar el bus, y este mal viaje comenzó. Cuando el cobrador se acercó por el pasaje, uno de mis amigos se dio cuenta que le habían robado la billetera, y él era el encargado de pagar nuestro hospedaje.

No teníamos mucho dinero, y tuvimos que llamar a familiares que vivieran cerca para que nos dieran posada, conseguimos quedarnos a hora y media de San Juan, pero solo había un cuarto pequeño con una cama y dos sábanas para el grupo de cinco.

A la mañana siguiente cocinamos para “no comprar comida en San Juan”, pero no teníamos recipientes y metimos todo en una sola bolsa plástica. Al llegar a la playa, contamos el dinero disponible y nos percatamos que casi todo se había gastado en la cena y la compra de la comida preparada. En ese momento, mi mamá llamó, quería saber que tal iba todo, lo único que pude contestar fue: “Todo va bien”. Sin embargo, la realidad era que la noche anterior habíamos dormido prácticamente amontonados en un piso helado y en ese momento mis amigos organizaban cómo dormiríamos por turnos en la arena. “Tres duermen y dos cuidan… y todavía hay pollo para la cena y el desayuno”. En ese momento, hice un recuento de todo lo que había pasado en el viaje, recordé las palabras de mi mamá y pensé que mejor no me hubiera sumado al viaje.

Intenté convencer a mis amigos de que regresáramos a Managua, pero ninguno quiso, y decidí regresar sola. En el bus de regreso, un hombre que iba sentado a mi lado estaba abriendo mi mochila, lo empuje y llamé al cobrador, pero lo único que me pudo ofrecer fue sentarme sobre la caja del motor y ahí fui sentada desde San Juan del Sur hasta Managua. 

Adiós tía, una despedida sin chicheros, tamales ni café

En cada Navidad, Año Nuevo, Semana Santa o cumpleaños, mi tía “Karlita”, de 65 años, decía que probablemente esa sería su última celebración. Estábamos tan acostumbrados a escucharla, que no nos inmutábamos. Hasta que llegó 2020 con la pandemia de covid-19. Mi tía empezó a mostrar síntomas respiratorios y en pocos días estaba en cama, conectada a un tanque de oxígeno. Ella había vencido varias enfermedades, pero esta vez se complicó. Los hospitales estaban llenos de enfermos y había pocos médicos disponibles.

Mi familia y yo creemos que mi tía no murió de covid-19, porque más de diez personas –incluidos adultos mayores– estuvimos a su lado y nadie se enfermó. Su adiós fue silencioso: sin chicheros, sin carroza fúnebre, sin tamales y sin café. No hubo nada de lo acostumbrado en los entierros tradicionales de nuestro pueblo. Por protocolo sanitario no permitieron velarla. La tía “Karlita” se fue una madrugada de mayo. Cuánta razón tenía en abrazarte cada Navidad o Año Nuevo pensando que podría ser la última vez. Esa, precisamente, fue la de 2019. 

“Pesca a la vista” en un viaje familiar en Aserradores

Era la Semana Santa de 2010, y como siempre para esas fechas, fuimos con mi familia a una isla en Aserradores, en Chinandega. Mi papá le extendió la invitación a un muy buen amigo de él que nunca había vivido la experiencia de pescar en mar abierto, una actividad que nosotros realizábamos de manera frecuente.

Mi familia y yo nos fuimos a la playa desde el Miércoles Santo y su amigo al día siguiente, así que fuimos por él. Para llegar a la isla debíamos embarcarnos en una lancha durante unos 15 minutos, y generalmente aprovechamos para probar suerte con la pesca en ese corto lapso de tiempo. 

Llegó el Jueves Santo y partimos en nuestra lancha hacia la costa, en búsqueda del amigo de mi papá. Nada emocionante hasta ese momento, excepto por la hermosa puesta de sol. Decidimos hacer una pausa de 20 minutos para apreciar el sol y el mar al horizonte desde nuestro bote, cuando mi papá le preguntó a su amigo si quería pescar por unos minutos, aprovechando que en ese momento había “buena pesca”. Su amigo aceptó y mi padre le prestó una caña. 

Diez minutos después, observamos como una docena de peces pequeños saltaban fuera del agua de manera desesperada, cuando de pronto, la caña hizo un fuerte ruido. El amigo de mi papá había pescado un pez grande, pero no sabíamos qué tan grande. Tras casi 20 minutos forcejeando, logramos subir al bote a un pargo rojo de unas 50 libras, un pez enorme. Era el más grande que había visto en mi vida. Nada mal para una pesca exprés de 20 minutos. 

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Redacción Niú

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Revista Niú es un proyecto periodístico de CONFIDENCIAL que nació en agosto de 2016 para compartir contenidos sobre cultura, estilo de vida tendencias mundiales e historias que inspiren.

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