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Ya van tres generaciones

La característica más notable de las ventas en el Mercado Municipal “Esperanza Díaz”, es que su mayoría se trata de negocios familiares

Familias

Rosa Emilia Reyes, miembro de la segunda generación de la familia Reyes. Foto: Confidencial | Cortesía.

Guillermo Rothschuh Villanueva

24 de septiembre 2023

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I

Cuando el santatereseño José Gabriel Carvajal Cerda llegó a Juigalpa en 1962, traía en su mochila la experiencia adquirida como abarrotero en el Mercado San Miguel. Pasó a ser uno de los fundadores del Mercado Municipal. Instaló su negocio en la esquina noreste, contiguo al “Zoológico Thomas Belt”. Contaba con el apoyo de su esposa, Rosa Alpina Obregón. Empezaron a trabajar entusiasmados. Vinieron con la certeza que en Chontales podría irles mejor. Los primeros en asentarse en el sitio fueron una docena de vendedores. Entre ellos los Carvajal. El centro del mercado era a cielo abierto y piso de tierra. Buses y microbuses entraban y salían hacia la capital y municipios chontaleños. El pozo donde se abastecían de agua los vecinos, (compartido con el zoológico), se mantuvo intacto.


Las principales ofertas de los Carvajal, eran arroz, trigo, maíz, frijoles, cacao, café en grano, achiote en grano, canela, chía, linaza, pimienta de olor, semilla de jícaro, mecates, candiles y veladoras. Ante una demanda cautiva, el negocio creció y rebasó sus expectativas. Traían la mercadería de la capital, excepto algunos granos básicos. Utilizaban el pequeño camión Mazda adquirido como resultado de su progreso, para suplir a diez negocios juigalpinos. En menos de lo que pensaban, concretaban sus aspiraciones. Iban viento en popa. Incorporaron como socio comercial, a su único hijo, Juan José Carvajal Obregón. Un segundo miembro de los Carvajal, se sumaba a la actividad familiar. A mediados de los ochenta el negocio sufrió un vuelco. Entró en crisis.

Durante esos años, María Elsa Quintanilla, esposa de Juan José, aprendió los bemoles del negocio. Se había convertido en alumna aventajada. El negocio boyante de los Carvajal agonizaba. Entre 1986 y 2003 quedó reducido a la venta de café, cacao y candiles. Iban de mal en peor. Para no continuar en picada, José Gabriel, sintió la tentación de vender lo poco que quedaba a Efraín Marín Duarte. Ante el desaliento del abuelo y la intervención de su nieta, Débora, la transacción se vio frustrada. María Elsa asumió la administración. Con la venta de comida que realizaba, subsidiaba al negocio. Débora acompañó a su madre en la labor de salvamento. Se convirtió en el tercer miembro de la familia Carvajal en asumir el relevo. Se esforzaban por evitar el naufragio.  

Familias
Jarod Carvajal, miembro de la tercera generación de la familia Carvajal. Foto: Confidencial | Cortesía.

Entre 2003 y 2015, el binomio María Elsa-Débora, sacaron a flote el negocio.  Deemostraban que las mujeres sabían plantar cara a la adversidad y salir adelante. Ante la repentina enfermedad de su madre, Débora se mantuvo firme. Con la urgencia de viajar a Estados Unidos, buscó como persuadir a su hermano Jarod, de dar continuidad al legado de sus abuelos. Jarod era dueño de un pequeño negocio en el andén, frente al Comedor Quintanilla. Se tomó tres meses para responder a Débora. La sangre sefardita de los hermanos Carvajal- Quintanilla, quedaba en evidencia. Se convirtió en segundo miembro de la tercera generación de los Carvajal, que opera en el Mercado Municipal. En 2004 había decidido unirse como miembro fundador del Mercado Mayales.

El desplazamiento de Jarod hacia el nuevo mercado, se debió a la promesa hecha durante su primer mandato por el alcalde, profesor, Erwing de Castilla. Los nuevos locales serían propiedad de los vendedores. ¡Les cumplió! Otro razonamiento irrebatible del alcalde. Las casetas a lo largo del andén afeaban la ciudad. Era lo primero que veían los turistas cuando visitaban Juigalpa. Para mejorar el ornato, había que tumbarlas. De Castilla terminó olvidando esta última apreciación. El Parque Central, “Josefa Toledo de Aguerri” y calles adyacentes, ofrecen un aspecto deprimente. Va por su tercer mandato (segundo consecutivo) y no ha podido satisfacer una demanda urgente de los juigalpinos: ordenar el ornato, mudando a los negociantes, hacia un lugar donde puedan ubicarse dignamente.  

El mismo camino transitado por los Carvajal, tuvo que recorrer Rosa Emilia Reyes. Para asegurar la alimentación de sus tres hijas —Ana María, Aidalina y Rosa Natalia— su única alternativa fue enviar a Ana María, “Licha”, a vender a las calles. Se trataba de su hija mayor. “Mi madre me encajó desde pequeñita una batea en la cabeza, para que saliera a vender cuajadas, pijibayes, aguacates, sopas y carne asada”, razona “Licha”. No podían faltarnos los tres tiempos de comida. “Licha”, aprendió en el bregar cotidiano, los gajes del oficio. Rosa Emilia construyó una casita a base de esfuerzo y trabajo. Dejó de vivir arrimada en casa de doña Anita Zambrana. Siempre salen airosas las personas que se esmeran por labrarse un futuro mejor, para no tener que vivir de la caridad. 

Familia
Débora Carvajal, primer miembro de la tercera generación de los Carvajal establecidos en el Mercado Municipal. Foto: Confidencial | Cortesía.

Dos familias forman parte de tres generaciones de vendedores en el Mercado Municipal. Las familias Reyes y Carvajal. La primera en hacerlo fue Rosa Emilia. Se instaló frente al Club Social, junto con Esperanza Díaz, Vidalí Caballero, Carmen Guevara y Camilita Silva. Al trasladarse al nuevo lugar, ya había transmitido experiencia a su hija “Licha”. Nada más que esta realizó un giro sustantivo. En vez de vender frutas y verduras, vende sopas y comidas. Aprendió de su madre a dar un toque especial a las comidas. No le resultó difícil convencer a su hija Hassel, que aprendiera el arte culinario. El apoyo que recibe de Hassel, es indispensable. Es el tercer miembro de la familia Reyes, que prolonga las actividades de madre y abuela. “Es nuestra forma de vida”, me aseguró “Licha”.

II

Después de concluida la última remodelación del Mercado Municipal (2007), como acto de reconocimiento al empeño mostrado por Esperanza Díaz, los vendedores solicitaron al alcalde Rito Siles Blanco, bautizarlo con su nombre. El jefe de la comuna accedió gustoso perennizar la memoria de una mujer, quien tuvo la audacia de realizar un par movimientos vitales para sus intereses. Siempre la recuerdan. Tomó la iniciativa de mudarse frente al Club Social y se impuso la tarea de convencer al alcalde, Carlos Guerra Colindres, de asegurarles un espacio donde pudieran desarrollar su trabajo sin tropiezos. Como ocurre casi siempre entre las familias nicaragüenses, Esperanza despejó el camino a sus hijos, enseñándoles la importancia de ganarse la vida. Evocan su grandeza.

Tres de sus siete hijos la acompañaron en la decisión de independizarse y trabajar por su cuenta, dedicándose a la compra y venta de frutas y verduras. Esperanza es un ejemplo para nuestra comunidad. La primera en pegarse a sus faldas fue Auxiliadora, quien además de ejercer el magisterio, llegaba todos los días a apoyar a su madre, con la finalidad que el negocio familiar fuese exitoso. Después se uniría Cony, con posterioridad prefirió dedicarse a la venta de comida. Continúa haciéndolo fuera de los linderos del mercado. Toñito, el cumiche, seguiría al pie de la letra el rumbo dictado por su madre. Al preguntarle por qué se había dedicado a esta clase de negocios, me dio una respuesta inapelable: Yo me crie y crecí entre los canastos, viendo vender a mi madre”. 

La irreversibilidad de la enfermedad de Elsa Quintanilla, fue decisiva para que Jarod asumiera el negocio. No le resultó difícil convencer a su mujer —Yamileth Álvarez Ruiz— de compartir responsabilidades. El 19 de julio de 2016, fallecía la progenitora de los Carvajal-Quintanilla. Para que el compromiso adquirido con sus hermanos, Débora, Jair y Jatzack prosperara, la primera determinación que asumió fue trasladarse a la esquina donde despachaban sus abuelos. Se volvía imperioso asumir de tiempo completo el trabajo. A partir de ese momento Jarod no volvió a despachar en el Mercado Mayales. Comprendió que su hermana Débora tenía razón. La única forma de salir airosos era fajarse y a la vez inyectar capital fresco al negocio familiar. Eso fue lo hizo.

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Hassel Reyes, miembro de la tercera generación de vendedores en el Mercado Municipal Esperanza Díaz. Foto: Confidencial | Cortesía.

Tenía presente la forma en que sus abuelos consolidaron las ventas; si se vinieron a pique en los ochenta, fue por la escasez de mercadería y falta de compradores. Para asentarse a la mayor brevedad, se hacía indispensable tener una visión renovada. Aparte de regresar a la comercialización de granos, Jarod introdujo la venta de productos plásticos: mesas, sillas, barriles, baldes y pichingas. Incorporó la comercialización de sartenes. Con la intención de ampliar la oferta, abrió espacio a la venta de productos cárnicos: pollo, cerdo y res. El Matadero Masesa, es su proveedor. Sintió haber dado en el blanco. El negocio empezó a florecer. Decidió continuar vendiendo linaza, chía, semilla de jícaro, verduras y legumbres. Así como salsa de tomate, salsa inglesa, vinagres, mostaza, etc. 

La característica más notable de las ventas en el Mercado Municipal “Esperanza Díaz”, es que su mayoría se trata de negocios familiares. En un continuum, los padres enseñan a sus hijos los secretos del oficio. Les aportan una pequeña suma, para garantizar su reemplazo. Una buena parte ha desertado. Con la formación recibida gracias al esfuerzo de sus padres, trabajan como educadores, contadores, administradores de empresa, abogados, economistas, secretarias, enfermeras, periodistas, etc. Cultivaron en sus hijos el deseo de superación. Hoy laboran por cuenta propia o en oficinas públicas o privadas. Los Carvajal y las Reyes, siguen el camino trazado por abuelos, padres, madres y hermanos. En honroso y digno relevo, se convirtieron en ciudadanos ejemplares.  

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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