
16 de enero 2025
PUBLICIDAD 1M
PUBLICIDAD 4D
PUBLICIDAD 5D
Jamás las libertades públicas estuvieron tan prohibidas y perseguidas; como nunca ahora están proscritas con reformas dizque constitucionales
La familia feliz que desde su reinado residencial La Carmelita, siempre ha pregonado, con fidelidad y culto a la mentira, que en Nicaragua reina la paz y la tranquilidad social. Esa paz y esa tranquilidad la institucionalizaron, pero antes eliminaron lo estorbos contenidos en la Constitución anterior, y, según la nueva Constitución hecha en casa, elimina los títulos de presidente y vicepresidenta por el copresidente y la copresidenta, títulos que, para abreviar y ganar tiempo, podrían mencionarlos como los Cocos.
No estamos para perder el tiempo que es oro (el 99% nunca ha visto) y gastarlo en las letras, ¿verdad? Por eso ellos ahorran en todo. Por ejemplo, en vez de gastar dinero del Estado en pan y educación para en la niñez, es mejor que los niños dejen de ir a las escuelas, y se diviertan bajo los semáforos limpiando parabrisas. O durmiendo en las aceras. De este modo, garantizan su porvenir, su paz y su tranquilidad.
Aparte de eso, si los adultos pretenden cometer el delito de cambiar esa paz y esa tranquilidad para sus niños, les bastaría manifestarse en las calles con una bandera azul y blanco, y portar un rotulito demandando que maten la autonomía y la libertad de cátedra, apropiándose de todas las universidades.
En cuanto el periodismo y los periodistas que utilizan para mentir sobre la paz y la tranquilidad en que vive el país, comprar a buen precio sus medios electrónicos y la prensa escrita, para que hagan turismo por todo el mundo con la garantía de que –cuando vuelvan— los recibirán con una alfombra rojinegra y vayan, entre caricias y besos, con dirección a El Chipote primero y al hotel La Modelo después.
Y si también se decide a portar un rotulito pidiendo que se prohíba la libertad de organización política de cualquier tendencia ideología, o atreverse a condenar el respeto a la vieja Constitución, obtendrá al menos tres respuestas de los muchachos del consuegro: una felicitación por no haber sido apaleado.
¡Ah!, olvidaba: recibir con agradecimiento el título de “traidor a la patria”; demostrar por la confiscación de sus propiedades y por perder su natural condición de nicaragüense. Además, si quisiera, lo harían “viajar” hacia cualquier otro país, en avión… o a pincel.
La familia feliz de la anterior, tenía también sus métodos para hacer felices a los opositores. Para una muestra del empeño de la dictadura somocista en darles paz y bienestar a los opositores, igual que ahora: los invitaban amablemente a cruzar a pie la frontera sur, a llevar con orgullo su condición de “traidor a la patria”.
Esta era la versión original, y la versión actual tiene las mismas ofertas, a los toures iban acompañados de amables miembros de la GN con sus Garand bala en boca; hoy se hacen acompañados por los muchachos de un general vitalicio, con fusiles Aka en las costillas.
Nota: quien gozó en el pasado de varios paseos en esas condiciones entre la frontera nica-tica, fue el Poeta Manolo Cuadra, quien en 1957 “pasó a otro plano de vida”. Ahora, si quieren información de primera mano sobre este bonito ejemplo en su actual versión, llamen a Henry Briceño, a San José de Costa Rica.
Ahora, con el primer cuarto del siglo XXI consumido, a nuestro país, la familia feliz lo está regresado al pasado. Y conmemoró el segundo centenario de la independencia de ficción de aquel 15 de septiembre de 1821. Pero vamos de regreso recorriendo los siglos al revés: de 2025 a 1821.
¿Cómo lo celebraron? Aplicando tres métodos acordes con su delito de no querer la armonía social, en paz y tranquilidad: 1) mandando de vacaciones a por la cantidad de años que ellos escogen); invitando, a las madres principalmente, a visitar a sus deudos en los campos santos con ramos de flores, aunque sean flores más humildes y baratas, como las que ellos envuelven sus tribunas) 2) expulsando en masa a 222) “traidores a la patria”; 3) negando todos sus derechos –incluyendo el de la nacionalidad— y eliminando, generalmente de forma violenta, el derecho de transitar las calles en manifestaciones políticas.
Al contrario de las bondades de la familia feliz, varios países –haciendo a los desterrados— les negaron su propia nacionalidad; en los países donde les que permitieron entrar, irrespetan sus derechos humanos; los obligan, igual que aquí, a pelearse entre sí, por la falta de diversidad ideológica, odiar las libertades de opinión y libre organización; en lugar de tratarlos mal también, como aquí se lo merecen, y, para colmo, a los desterrados les otorgaron su propia nacionalidad. O sea, con el mimo odio con que los tratan aquí, les están negando su derecho su libertad y el derecho avivir sin paz ni tranquilidad. Y con el temor por volver a su país, estos nicaragüenses seguirán viviendo allá fuera, sin ninguna pisca de nostalgia, porque Nicaragua no lo merece.
(Lo que sigue para nada es irónico)
Hasta hace 45 años aquí se pagaba con seis meses de vacaciones en la cárcel el derecho de salir y entrar a nuestro país de manera ilegal. Los somocistas violaban todo tipo de derechos, y castigaban por todo; la represión la ejercían contra los manifestantes al final de los actos después de los discursos de los líderes políticos de oposición en sus manifestaciones o actos públicos.
Y, cómo no, entonces también hubo asesinatos individuales y en masa, como sucedió en la manifestación del 22 de enero de 1967. De modo que, de hecho, la dictadura somocista “conmemoró” con esa masacre, el primer centenario del nacimiento de Rubén Darío (1867).
Ahora, con los orteguistas, nada es diferente, sino en algunos casos, peor. Expulsaron de su país a 222 ciudadanos en un solo acto, en masa. Castigan a quienes salen al exterior por cualquier motivo de ser “traidor a la patria-presidente”, aunque solo sea por haberlo criticado alguna vez.
Esta pretendida legalidad solo les alcanza para violar el derecho natural del que nacemos en esta nuestra patria, otra vez irredenta. Esta es parte de la realidad de nuestro país. Tan triste como la realidad de que se vive una dictadura dinástica en su segunda versión, aunque con otro apellido. Lo cual es menos importante que llamarse Anastasio o Daniel.
Pertenezco a la generación nacida en 1930, bajo plena intervención armada imperial; tres años vividos en este período ofensivo para la soberanía nacional, más todos los 45 años de la herencia de la intervención armada estadounidense. (Perdón por esta referencia personal, pero, con 95 años, de los cuales, ochenta años de ser testigo de lo bueno y lo malo ocurrido en este pedazo de historia).
Supondrán que no tengo otra forma ni momento para hacer algunos recuerdos. Entre ellos, el día posterior al asesinato del general Sandino –22 de febrero de 1934; un día posterior, porque en esa época no había otro medio de comunicación, aparte de la prensa escrita. Y, por casualidad, la noticia se conoció a través del diario La Noticia, a falta de otros medios de comunicación.
A mi pueblo llegó en las voces amenazantes una pequeña patrulla de los guardias del ejército del asesino, obligando a las familias a cerrar temprano sus puertas. Supongo ahora, a Somoza le asustaba la posibilidad de que en los municipios se realizaran movilizaciones de condena protesta por aquel crimen. Esta fue una medida preventiva dentro de su esquema represivo habitual, pero en aquellos años, la ausencia de organización popular no hubo ningún tipo de protesta pública.
Es posible que los nicaragüenses residentes alejados de los principales centros urbanos, no sospecharan siquiera quién o quiénes podrían haber asesinado al general Sandino. Desde luego, aparte de los jerarcas liberales y conservadores sabían que era Anastasio Somoza García, quien planeó en el cubil del Campo de Marte por orden del patrón de los criminales, para garantizar sus intereses hegemónicos del país imperial más grande de la historia. La rebeldía de Sandino, era un estorbo y mal ejemplo para Centroamérica en lo inmediato, pero también en el resto de América Latina.
En Nicaragua, sus réditos significaron 45 años bajo del poder para sus asesinos, en tanto los nicaragüenses tuvieron que morir y matar, para derrocar aquel maligno régimen, y sentirse libre solo durante once años (con sus bemoles) porque el poder imperial de siempre, armó a la Contra y financió a cierta oposición de ultraderechas. Posterior a los once años de ilusiones puestas en la revolución del 79, al perder las elecciones, primeras honestas, después de los 191 años de ilusiones y república dominada por oligarcas explotadores y marionetas de la oligarquía madre estadounidense.
***Con los ganadores (y los ganaderos) funcionó una democracia liberal que, con todas sus limitaciones, no estaba tal mal, al menos no tan peor como resultó el gobierno que desde abajo, al llegar arriba en el 2007, resultó la dictadura 2.0 sin Somoza, pero con los Somoza en la nostalgia colgando en la punta de los nuevos fusiles en manos de los orteguistas-murillistas, quienes vienen dando con todo desde el 2018…sin cambiarse el uniforme revolucionario, aunque ya no se sepan que dicen o lo que intentan decir en sus discursos. ¡Pero cómo se siente lo quieren decir!
Jamás las libertades públicas estuvieron tan ausentes, porque jamás estuvieron tan prohibidas y perseguidas, y como nunca ahora están proscritas con reformas dizque constitucionales. Somos de una generación bajo cien años de soledad democrática, pero, diferente a los caciques Buendía, los caciques Somoza transformaron su apellido en Ortega-Murillo, y estos fundaron su Macondo en El Carmen.
PUBLICIDAD 3M
Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.
PUBLICIDAD 3D