2 de julio 2015
Al principio de esta semana, justo seis meses después del histórico acuerdo para terminar con medio siglo de hostilidad entre sus dos gobiernos, los presidentes Obama y Castro anunciaron planes para reabrir embajadas en La Habana y Washington e intercambiar embajadores. Esta renovación de las relaciones diplomáticas formales es un paso crítico más en un proceso constante hacia la reconciliación, llevada a cabo hasta el momento con un enorme profesionalismo y buena voluntad por ambas partes.
Los logros anteriores incluyen:
Una serie de sesiones de negociaciones formales muy publicitadas (dos en Washington y dos en La Habana) para trabajar en los detalles logísticos y políticos de los cambios diplomáticos. Un fuerte aumento, por más del cuádruple, del monto de las remesas que individuos y familias pueden enviar a Cuba, y el levantamiento de muchas restricciones sobre los viajes a la isla. El transporte aéreo a Cuba se ha ampliado, se han abierto nuevas oportunidades comerciales, y los EE.UU. ha autorizado el servicio de ferry entre Florida y Cuba (que ahora requiere la aprobación de La Habana). La primera reunión de los presidentes de Estados Unidos y Cuba desde 1958, que tuvo lugar en la Cumbre de las Américas en Panamá en abril. Su sesión privada, que se prolongó durante casi una hora, fue el punto culminante de la Cumbre. Se transmite un sentido de respeto entre los dos líderes y un compromiso mutuo para lograr una nueva relación. La retirada de Cuba el pasado 29 de mayo de la lista de naciones patrocinadoras de terrorismo, que despejó lo que pudo haber sido el obstáculo más difícil para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas.
De ahora en adelante el camino hacia la plena normalización de las relaciones entre los dos países es casi seguro que se volverá más empinado. Algunos de los próximos pasos cruciales, incluyendo el más importante de todos, el fin del embargo estadounidense, requerirán la aprobación de un Congreso de Estados Unidos dominado por los republicanos, que dificilmente es entusiasta de la nueva política de Obama hacia Cuba. Por su parte, las autoridades cubanas tendrán que tomar decisiones a las que se han resistido tenazmente, con respecto a la apertura de su política y economía.
Es notable y sorprendente, sin embargo, cuán limitada ha sido la resistencia, ya sea en Washington o en La Habana, a los esfuerzos de reconciliación entre Estados Unidos y Cuba. De hecho, los tres influyentes senadores cubanoamericanos, dos de los cuales son candidatos a la nominación a la presidencia por los republicanos, respondieron airadamente a la iniciativa de Obama y pidieron su reversión. Pero muy pocos de los miembros del Congreso se unieron a ellos en abierta oposición, y la decisión de Obama de retirar a Cuba de la lista de países que apoyan el terrorismo fue indiscutible. Además, incluso en Miami, no hubo ni un clamor público grave ni tampoco leves protestas contra el cambio de política hacia Cuba.
La alguna vez intensamente anticastrista comunidad cubano-americana, se divide por igual frente el nuevo enfoque de la Casa Blanca hacia Cuba.
Lo que esto significa es que los avances realizados hasta ahora hacia la normalización de la relación entre Estados Unidos y Cuba son, probablemente, irreversibles. Sí, el próximo presidente de Estados Unidos podría, en principio, deshacer la nueva política hacia Cuba. Varios contendientes republicanos ya han dicho que lo harían. En la práctica, sin embargo, es poco probable un giro así. Sería romper familias y empresas cubano-americanas, dividir fuertemente a la comunidad estadounidense de Cuba, y defraudar a la mayoría de los estadounidenses. También reduciría drásticamente la confianza mundial en los EE.UU. como un interlocutor responsable. En Cuba, a pesar de algunos oponentes poderosos, aún no han surgido retos visibles al esfuerzo de reconciliación.
Sin embargo, es difícil saber si el progreso hacia la normalización será sostenido. Tanto en la Casa Blanca como en el Congreso, aunque en diferentes grados, la nueva política de Cuba será juzgada en gran medida por los avances en los derechos humanos, la libertad de expresión, la posibilidad de elegir en la política y la liberalización económica de la isla. La continua flexibilización de las restricciones de Estados Unidos hacia Cuba dependerá en gran medida de la voluntad del gobierno de La Habana para aliviar las restricciones en su política y economía.
Sin embargo, desde el anuncio de diciembre, Raúl Castro y otros funcionarios cubanos han declarado en repetidas ocasiones que, si bien los sistemas político y económico de Cuba pueden y deben ser modernizados, no van a ser alterados fundamentalmente. El paso de tortuga de la reforma económica en los últimos ocho años es una amplia evidencia del rechazo por parte del gobierno de las reformas sistémicas y de una falta de voluntad obstinada a ceder el control centralizado.
Otra cuestión crucial es si Washington es plenamente consciente de los límites de su influencia en la política de la isla, y puede contener su característica impaciencia en el trato con el gobierno cubano. Los EE.UU. seguirán instando a las autoridades cubanas a respetar los derechos humanos, el Estado de Derecho y los principios democráticos. Pero, al hacerlo, Washington tendrá que atenerse a su palabra de renunciar a la demandas con manos dura, presiones y plazos, que bien podrían ser contraproducentes y reforzar la resistencia de La Habana al cambio.
La normalización, en definitiva, es poco probable que ocurra rápida o fácilmente. Será exigente para ambos gobiernos, y requerirá un período de acomodación continuada y concesiones en una miríada de temas polémicos.