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Un fueguito purificador o la deriva al oscurantismo

El Cortezal es un modelo de ensayo de la deriva actual del país hacia el medioevo oscurantista y hacia el irrespeto a los derechos humanos

El lugar donde Vilma Trujilla fue arrojada en una hoguera en El Cortezal. Carlos Herrera/Confidencial

Fernando Bárcenas

20 de marzo 2017

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El pasado 21 de febrero, una secta religiosa de las Asambleas de Dios quemó en la hoguera a Vilma Trujillo, una campesina de una comunidad muy aislada y pobre del Cortezal, en Rosita, ubicada en la Región Autónoma del Atlántico Norte. En esa comunidad abandonada, esta secta actuaba, a su vez, como poder religioso y como autoridad política, legislativa y judicial, como ejército y policía. Era un microcosmo estatal autocrático, donde reinaba una mezcla de ignorancia y pobreza en el atraso social de la marginación económica. Un pequeño califato extremista, regido por las creencias religiosas. Esa comunidad cerrada, es un modelo de ensayo de la deriva actual del país hacia el medioevo oscurantista y hacia el irrespeto a los derechos humanos. Sin perspectivas económicas, revela una discontinuidad del desarrollo desigual, donde un Estado en franco retroceso se eclipsa permanentemente, en un abandono total.

La falta de humanidad brota de las creencias religiosas sin control cívico

Este crimen tiene componentes esenciales de atraso social, de ignorancia, y violencia, en una zona rural, aislada como un náufrago, que convierte a los autores materiales del suplicio infligido a la campesina en víctimas propicias para manifestar visiones delirantes por medio de las creencias religiosas. La secta, sin pretender la ironía, se llamaba visión celestial.


Las creencias religiosas inducen un comportamiento irracional, fanático, cuando la sociedad laica se retrae y no logra resguardar los diques de una humanidad civilizada. Entonces, los fantasmas del más allá inducen ideas exorbitantes que saltan a sus anchas los confines de un orden jurídico laico.

Un Estado laico no tiene que ver con la conciencia laica, sino, con normas civilizadas de convivencia, que sancionan los derechos jurídicos de todas las convicciones. No es extraño, sin embargo, que una dictadura retrógrada debilite al Estado laico, como parte de su dominación política basada en el mesianismo medieval, y no en la representatividad cívica.

Causas antropológicas del crimen

De pronto, la sociedad despierta con este crimen atroz, de carácter religioso. Llega a regañadientes a la zona desolada, y juzga ese mundo pre moderno con una visión hipócrita legal. El Estado, que ignora la desigualdad, que fomenta por omisión, en un santiamén ataca racionalmente ese mundo sumido en el pasado, y saca de la chistera su estructura jurídica laica frente a una comunidad que se rige por mandatos divinos, propios de un pensamiento mágico.

Las ideas religiosas, puestas nuevamente en condiciones de atraso medieval, sin derechos humanos, provocan el mismo comportamiento oscurantista y cruel de entonces.

Hay, en el crimen del Cortezal, una mezcla de atraso social, es decir, de fragmentación nacional, y de fanatismo religioso. Lo cual, aunque reduce a la mínima expresión el sentido de humanidad, empequeñecido por lo sobrenatural, hace que el crimen no obedezca a la maldad, o al deseo de dañar para obtener algún provecho, o a una inclinación perversa, antisocial. Los padres de los seis indiciados, pobres ancianos incapaces de valerse por sí mismos, rodeados de niños harapientos, malnutridos, enfermos, lamentan que las autoridades detengan a sus hijos sin vicios, a jóvenes efectivamente correctos, temerosos de Dios. Su iglesia debería asumir el compromiso social de ayudar a esta gente.

La sociedad no está preparada para lidiar con este crimen, cuyas raíces culturales se adentran en el organismo social debilitado, como se nutre un tumor de los tejidos del cuerpo. Y, por desgracia, la única forma de abordar el problema es con simple represión.

Este crimen bárbaro, en su desborde lógico, tiene variados atenuantes circunstanciales, pese a su gravedad. Es similar a los sacrificios humanos que practicaban los pueblos aborígenes. Debe ser visto, en consecuencia, desde una óptica antropológica, no necesariamente compasiva, porque la compasión encierra una dosis petulante de superioridad moral, sino, como una manifestación socio-cultural de una comunidad atenazada por el atraso y el abandono, con una auténtica cosmovisión mágica.

Una religión cómplice en una sociedad desigual

Todas las religiones del país se avienen con el poder opresor, callan ante el abuso, juegan a las escondidas con la corrupción y la prepotencia, cubren sus espaldas. En consecuencia, la congregación del Cortezal no fue educada, por su religión, a sentir un temblor en el alma al sólo pensar en el sufrimiento de un ser humano. No ha recibido mínimamente, antes de verse atiborrada de creencias sobrenaturales, un profundo sentido civilizado de humanidad, que debiera prevalecer siempre.

Impresiona comprobar que los pastores dirigentes, al racionalizar el crimen, muestran en las entrevistas que carecen de una perspectiva humana.

Una respuesta religiosa a conflictos y enfermedades

Luego que los creyentes del Cortezal mantuvieron a la campesina por seis días, amarrada y en ayunas, para purificarla de un pecado considerado obra del demonio, una revelación de Dios se le insinuó a una creyente de la directiva, y le dijo que hicieran pasar a la endemoniada por un fueguito, para que saliera el espíritu malo. La congregación del Cortezal fervientemente esperaba que Vilma muriera en la fogata, para verla resucitar sana y salva. Se aprestaban a llevar sus restos calcinados a la iglesia, y entre cantos de gozo esperarían allí su regreso, purificada. Probablemente, Vilma también confiaba que hacía su parte en el milagro, hablaba en lenguas, vertía espumas por la boca, le daba veracidad al portento. Su marido mansamente dejaba que el proceso sobrenatural siguiera su curso.

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La magia es un ansia íntima del hombre de ver más allá, por un camino alterno más accesible que la ciencia.

En esta tragedia, cargada como toda tragedia de un componente absurdo, no hay ni maldad ni cinismo, sino, una creencia colmada de milagros y posesiones diabólicas que se entremezclan conflictivamente, sin que el odio ni la misoginia hayan operado en este crimen atroz. Una gota de religión, químicamente pura, sin las defensas racionales del laicismo, puede causar un comportamiento extremista irracional. Y sin límites sociales de convivencia, la irracionalidad degrada al hombre y lo hace menos humano.

La raíz del crimen, desde una óptica religiosa

Hay quien comenta que la razón de este hecho criminal es la creencia en el diablo. Escribe a este propósito, en Confidencial, la teóloga María López Vigil:

Creo que la raíz de este horrendo hecho es la perniciosa creencia en la existencia del diablo, predicada durante milenios para aterrorizar a la gente.

Y añade:

Jesús predicó la existencia de un Dios bueno en el que se puede tener una confianza ilimitada, y la superación del miedo como camino de “salvación”. 

Resulta extraño, a la lógica, que a Dios se le pueda atribuir alguna cualidad, como la bondad. Peor aún, si tal cualidad moral no es producto de una selección voluntaria entre alternativas. El demonio, al que se atribuye de igual manera absurda la maldad, no ha sido concebido para aterrorizar a la gente (aunque aterrorice a muchos, por supuesto). Lo que realmente aterroriza a la gente es la idea de un Dios que premia o castiga ilimitadamente, a creaturas imperfectas creadas por él premeditadamente con defectos, en circunstancias infrahumanas.

¿Qué sería un camino de “salvación”, sin un camino alterno de “perdición”?

Si se concibe que lo sobrenatural se inmiscuye con la realidad, lo sobrenatural debe adquirir, por fuerza, cierta racionalidad natural para lograr alguna comunicación significante, aunque dicha comunicación sea, en esencia, irracional, sustentada en la fe. La fe es una contradicción que ocurre, por supuesto, en la razón humana.

Razón de la fe

La inmensa mayoría de la humanidad se ha visto condenada, irremediablemente, desde sus orígenes, a la esclavitud y la servidumbre, a una vida miserable, inhumana.

Todo plan compensatorio sobrenatural requiere, lógicamente, de un castigo sobrenatural de magnitud semejante, para inducir en el ser humano cierta tolerancia con su suerte. Dios, sin el diablo, deja de ser Dios. No tendría una pizca de humanidad. Simplemente, se convierte en una fuerza descomunal avasalladora, sin leyes físicas de desarrollo y cambio.

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El autor es ingeniero eléctrico.


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