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Ticos retan prestigio chontaleño

Familias se entregan a la crianza de toros, con el propósito de que sus animales sean tenidos como los mejores en Chontales y resto de Nicaragua

El criador de toros, Adolfo Matus Lazo, en una de sus fincas, en San Pedro de Lóvago, Chontales.

Guillermo Rothschuh Villanueva

22 de agosto 2021

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El entusiasmo que transmite Adolfo Matus Lazo, cuando comienza a recapitular los años invertidos en la crianza de toros, resulta contagioso. La evocación del pasado se convierte en permanente actualidad. Los recuerdos permanecen vivos en su memoria. Con una delectación que seduce y atrapa, va y vuelve sobre el tema. Su versatilidad como conversador adquiere un contrapunto especial al relatar las alegrías y congojas que le depararon los toros. Podría pasarse horas hablando de las corridas en que sus animales forjaron leyenda. Las satisfacciones obtenidas. Goza al repasar los nombres de cada uno de sus toros. Cada remembranza constituye un capítulo en la historia de su vida. El sentimiento de orgullo recibido viene a ser su más grande recompensa. El más alto honor.

La calidad probada de sus toros fue la única razón para que Felipe Torres viajara expresamente desde Camoapa, a San Pedro de Lóvago, para servir de intermediario de los costarricenses, dispuestos a pagar precio en oro, por los animales de la ganadería de Adolfo Matus Lazo. La operación implicó desprenderse de sus mejores astados. Su crianza pasaba por el mejor momento. Contaba con catorce toros vencedores en distintas barreras. El comprador sabía perfectamente cuáles eran. Dispuesto a mantener su prestigio, decidió venderle once. Dos destinó al desguazadero y el otro —el más codiciado, no estaba a la venta por ningún precio. Con El Venado había forjado una relación afectiva. Esas que comúnmente se establecen entre ganaderos y animales.


El toro del que habla sin parar, goza de un pedigrí prodigioso, pocas veces alcanzado en la historia chontaleña. Dueño de un sinnúmero de proezas, El Venado había resultado un fenómeno, razón suficiente para continuar añorándole. Su condición invicta trascendió las fronteras de un departamento que se precia de contar con toros del más alto quilataje. El Venado había labrado su propia fama. Adolfo nunca tuvo en mente vender el toro que acrecentaba la reputación de su ganadería. En San Pedro de Lóvago, tierra de los Matus, Lazo, González, Miranda, Almanza, Aguilar, distintas familias se entregan a la crianza de toros, con el propósito de que sus animales sean tenidos como los mejores en Chontales y resto de Nicaragua. Una obsesión que persiste en el tiempo.

Entre angustias y certezas, El Venado alcanzó su consagración al despuntar el siglo veintiuno. Los chontaleños llegaron a las montaderas de la Feria Expica-2001, decididos a refrendar la gallardía de sus toros. Desde los años cuarenta hasta los setenta del siglo pasado, la fama provenía de las haciendas Hato Grande, San José y San Ramón. Para asistir a Expica, Orlando Bravo, Nazer González, Conchito González, Adolfo Matus Lazo y Dámaso Romano, escogieron sus mejores astados. La corrida estaba programada para el cierre de la feria agropecuaria. Los ganaderos enrumbaron hacia la capital en horas de la mañana. Deseaban llegar temprano al matadero Proincasa, frente a los corrales verdes, en Cofradía, para que los toros se desentumieran. Una práctica arraigada.

Antes de partir por la tarde, los dueños de los toros sostuvieron un conciliábulo. En un dos por tres asignaron los toros que deberían retar la hombría de cada uno de los montadores, con sus nombres y apellidos. A la reunión se sumó como partícipe, Sergio Figueroa Aguilar. En la justa entre toro y montador, los dueños de los toros son dueños de una creencia de la que no acaban de librarse. Siguen pensando con fe de carbonero, que los montadores pueden hacerles “Macumba” (darles un brebaje o ser víctimas de maleficios), para desmeritar su desempeño. En el evento participaría Ulises Herrera, El Norteño. Conociendo que se trataba de un montador prestigiado, acordaron asignarle El Venado. Al terminar la reunión los chontaleños se sentían gozosos y confiados.

Todo marchaba de acuerdo con los planes, de pronto se apareció Ronald González Serrano, el Campisto —mote con que es conocido en el mundo taurino— diciéndole a Adolfo: “Primo, no cometa el error de darle a Ulises El Venado, no olvide que es un toro muy nuevo y la espuela del Norteño es pesada”. La respuesta fue contundente: “La decisión ya está tomada”. El Ronco, montador de varios alzos, originario de El Carmen, había manifestado al Campisto, que Ulises le había dicho, “que el trabajo ya estaba hecho”. Cástulo González, hijo de don Cástulo González, reputado criador de toros de San Pedro, junto con don Polo González, se expresó en los mismos términos: “Adolfo no se lo des, tiene arrimos”. A partir de ese momento le entraron canilleras. Las dudas le asaltaron. Nada era igual.

A las ocho de la noche la plaza de Expica estaba a reventar, los toros chontaleños eran la atracción. Todos asistían convencidos que no saldrían defraudados. Llegaban con la intención de ser testigos de una montadera, similar a las anteriores, esas que hacen época en los anales de las corridas nacionales. El estruendo crecía y se esparcía por todo el local. Cuando ya solo quedaba por jugarse El Venado, solo dos toros habían resultado imbatibles: El Cristal y El Pandillero. Pepe Matus mantenía alterado los ánimos. Montado sobre un caballo y con micrófono en mano, recorría la plaza invitando a los asistentes, ofrecer estímulos al montador. El premio consistía en entregarle plata sacada de sus bolsillos. La animación de Pepe llegaba al clímax, todos esperando el desenlace.

Don Orlando Bravo solicitó a Adolfo permitirle correr el falso, el sanpedrano aceptó gustoso la petición. Al montarse en el toro El Norteño, este en vez de mostrar su casta se echó. Dos veces más hizo lo mismo. El desasosiego se apoderó de Adolfo. El Venado se echaba apenas sentía el peso de Ulises. La expectación aumentaba. Ante el desánimo del toro, Adolfo empezó a creer que el “arrimo” era cierto, (supuestos pactos que los montadores hacen con el diablo). A eso atribuyó la dejadez. Uno más presa del dogma que embarga a los criadores: a los toros pueden “hacérseles arreglos”, con la finalidad de deslucir al animal y que los montadores salgan vencedores. Las dudas consumían y le alteraban el pulso. ¿Qué otra razón podría existir? Su nerviosismo era evidente.

Don Orlando había tenido el cuidado de ponerle una soga en el cuello; para salir del trance, el santotomasino recomendó que lo aconsejable era abrirle la puerta a la manga. Al ver despejado el frente, El Venado salió en estampida. Saltó como nunca, hizo un redondeo escalofriante. El Norteño salió literalmente lanzado por los aires. En su caída barrió el lomo y la parte baja del toro, con el filo de las espuelas. Le provocó una herida como de veinte pulgadas. La presión del Venado fue tan fuerte, que rompió uno de los “piones” de las espuelas. Los gritos eran ensordecedores. Al contarse la plata que le sería entregada como premio si domaba al astado, la suma resultó sorprendente, eran ochenta mil córdobas (C$80.000). Nunca se supo a cuánto ascendieron las apuestas.

Al concluir la corrida, Adolfo pidió al Norteño, la amabilidad de regalarle las espuelas. En un gesto de nobleza se las obsequió. Hoy las tiene guardadas en una vitrina como uno de sus grandes tesoros. En la parte inferior puede leerse una inscripción que dice: “Expica-2001”. A partir de ese momento Ulises se encaprichó. No estaba dispuesto a ceder. En la primera no tenía por qué darse por vencido. Para asentar su calidad y despojarlo de su fama, salió en búsqueda de El Venado. Era tanta la inquina que lo montó seis veces y en las seis ocasiones el toro lo desbarrancó. Para una fiesta patronal en San Pedro, Ulises montó los tres mejores toros de don Cástulo González y los paró. El último día de las corridas, Ulises pidió le dejaran montar de nuevo El Venado y lo botó. Jamás pudo con él.

Con el paso del tiempo, la leyenda del Venado siguió creciendo, Nelo Guido lo montó ocho veces y ocho veces lo despatarrangó. Adolfo sentía como propia la fama del toro. Su más grande trofeo. El cuidado que le dispensó para sanar la herida recibida en Expica, tuvo efectos positivos. Adolfo pasó con buenas calificaciones su condición de médico veterinario. El Ronco se aventuró a jugar su buena suerte, montó dos veces al Venado. Sus deseos de coronar la hazaña resultaron frustrados. No pudo con el toro. El Guapote, el afamado montador rivense, dispuesto a vengar la mala leche de sus amigos, salió disparado por los aires. En Presilla fue la última vez que lo jugaron y no pudieron domarle. Durante toda su trayectoria, El Venado, resultó invicto. Jamás pudieron pararlo.

Cuando hacemos un recuento provisional de toros, campistos y montadores, que han dado celebridad a Chontales, uno siente cierto desconsuelo. La supremacía que antes ejercíamos viene en mengua. Más desconsolador resulta comprobar que las cosas se invirtieron. Muchos ganaderos nicaragüenses, incluyendo chontaleños, viajan a Costa Rica, por el vellocino de oro. Un cambio de ciento ochenta grados. Pasamos de ser exportadores a importadores de toros. Ojalá fructifiquen los esfuerzos de muchos criadores chontaleños, decididos a renovar nuestro prestigio. Desean continuar siendo dueños de los mejores toros de Nicaragua. Debemos tener presente, tradición que no se renueva, tradición que se pierde. Hay que dejar de imitar para consolidar lo nuestro.

Tres días antes de la inauguración de la Plaza Taurina Isabel y Humberto Mongrío, el 10 de julio de 2007, El Venado estaba programado para esa tarde, pero no se pudo, al ser encontrado muerto en un potrero, con un disparo de rifle 22 en la frente. Su muerte continúa siendo una incógnita. Algunos especulan que pudieron ser montadores irritados. Saldaron sus cuentas baleando al animal. Otros dicen que pudo haber sido provocada por criadores de toros, envidiosos por la fama acumulada. Cualquiera hayan sido las razones, su nombre quedó inscrito en la galería de toros famosos, como El Cometa, El Viajero, El Cumbo Negro, El Calereño, El Supongamos, El Micailo, El Puente Roto, etc. El prestigio de la crianza de toros en Chontales está en juego. ¿Saldrán airosos del desafío? Eso aspiro.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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