27 de octubre 2018
Otra vez, misteriosamente va dirigido este texto A QUIEN CONCIERNA, en forma de fragmentos para relacionarse en estas tumbas en que los monarcas han convertido Nicaragua, siempre pletórica de héroes.
I-“Sobre héroes y tumbas”
Caminando sobre tumbas, vamos al encuentro de los héroes. Porque esos héroes nunca mueren, ni siquiera dijeron que iban a morir. A diferencia de sus asesinos, no tienen muerta el alma. Pienso, por pensar en un pasado presente, en Lenín Díaz Mendiola, hijo de la heroína sandinista Benigna Mendiola, y en Ángel Gahona, dos mártires a quienes la monarquía ha decidido sustituirles a sus verdaderos asesinos materiales, por chivos expiatorios. Les roban hasta la verdad de sus muertes. Pienso también en los 500 sacrificados por la Patria que ha habido desde el 18 de abril, y que sigue la cuenta mortuoria y deliberada de los tiranos, aparte de desaparecidos sin tumba, secuestrados y prisioneros políticos. Los centenares asesinados con voces que claman por justicia, y han encontrado en la Iglesia un refugio espiritual, cuyo manto protector los monarcas trabajan para llenar de estiércol, y ya cavan la tumba de algún obispo. No puedo dejar de escuchar a todos esos héroes que, como escribió Leonel Rugama, “nunca dijeron que morían por la patria, sino que murieron”.
Pero sus almas viven, por ser de redentores y no de exterminadores. Estamos en Nicaragua, y la monarquía nos obliga a hablar de muertos, pues sobrevivimos, como en el título de la novela de Ernesto Sábato, “Sobre héroes y tumbas”. En el capítulo “Informe sobre ciegos”, Sábato se refiere de esta manera a nuestra monarquía: “¡Oh, dioses de la noche!/ ¡Oh, dioses de las tinieblas, del incesto y del crimen, / de la melancolía y del suicidio! ¡Oh, dioses de las ratas y de las cavernas, / de los murciélagos, de las cucarachas!/ ¡Oh, violentos, inescrutables dioses/ del sueño y de la muerte!”. En estas lecturas para relacionarse, llegamos a la “Rima LXXIII” de Gustavo Adolfo Bécquer: “Cerraron sus ojos/ que aún tenía abiertos,/ taparon su cara/ con un blanco lienzo, /y unos sollozando,/ otros en silencio,/ de la triste alcoba/ todos se salieron./…/ y entre aquella sombra/ veíase a intérvalos/ dibujarse rígida/ la forma del cuerpo. / Ante aquel contraste/ de vida y misterio, de luz y tinieblas, / yo pensé un momento: / ¡Dios mío, qué solos/ se quedan los muertos!/…/ No sé; pero hay algo/ que explicarme no puedo,/ el dejar tan tristes,/ tan solos los muertos.”
Sería, digo, una falta de humanidad con quienes dieron su vida física por nosotros. Que se queden solos es propósito de tiranos. Esos que mandaron a asesinarlos. Esos que pasarán la eternidad con el estigma de ser asesinos. Esos que traman mancharse las manos con sangre episcopal. Con sangre de Cristo. A esos mismos a quienes les romperán sus techos de vidrios las mismas piedras con las que pretenden lapidarnos. Y con estas reflexiones llegamos al poema de cierre de esta introducción a #fragmentos para relacionarse#. Se trata de partes del estupendo poema “Un pensamiento en tres estrofas”, conocido también como “No son los muertos”, atribuido a Rubén Darío, al peruano Ricardo Palma, y al español Gustavo Adolfo Bécquer, pero que es del colombiano Antonio Muños Feijoo: “No son los muertos los que en dulce calma/ la paz disfrutan de su tumba fría; / muertos son los que tienen muerta el alma/… y viven todavía./…/Por eso hay muertos que en el mundo viven,/ y hombres que viven en el mundo, muertos.”
II- ¿Un obispo morirá?
Mientras lo calumnian y traman su muerte, los monarcas malignos despojan a Jesús de sus vestiduras, y le piden al papa Francisco que lo lleve al Calvario. Igual le piden que haga con otros obispos que no acaten sus designios imperiales. Convocan a las “Comunidades Eclesiales de Base de San Pablo Apóstol”, para que le propinen los primeros latigazos. Le ofrecen a las turbas orteguistas escoger entre Barrabás y Monseñor Silvio Báez. Desde luego que el pobre Barrabás, muy a disgusto, sale “favorecido” de envejecer como servil y no ser crucificado. Se dice que con vergüenza contempló el vía crucis de Jesús, camino del Gólgota. Antes pasó por “El Chipote”. María, su madre, no pudo verlo, pues la habían encarcelado en “La Esperanza”, pero llegó justo a tiempo cuando expiraba en la cruz, y esa mirada significó entre madre e hijo el amor perpetuo entre el género humano. A Monseñor Silvio Báez le hicieron sus amigos la misma pregunta que a San Romero de América, antes de asesinarlo, respecto a si temía por su vida. Y respondió: Un obispo morirá, pero la iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás.”
III-Techos de vidrio
Sólo los monarcas malignos desean y traman esa muerte. Ese asesinato. Ese sacrilegio. Deambulan por su Palacio de Cristal con cucarachas, ratones y murciélagos ya descritos por Sábato. Los entrenan para matar santos, como quisieron hacer con Jesús de la Divina Misericordia, que recibió centenares de balazos, y demostró ser de los santos que nunca mueren. Ahora están preparando sus huestes hitlerianas, en nombre de su secta, para agredir la fe de los creyentes en una paz y libertad verdaderas. Tras un histórico baño de sangre de 500 asesinados, piensan compensar ese genocidio con nueve días de celebración “honrando” a 133 patronos. Esa cantidad, contra las bienaventuranzas. Después, según creen, todo será normal, tendrán su propia iglesia, y la sangre de los caídos se coagulará en las calles y en sus conciencias.
Siguen entrenando a sus sicarios, en la farsa que sólo ellos se creen, de hacer que sus turbas les griten, ¡asesinos!, a los inocentes a quienes pretenden culpar de sus horribles pecados de violaciones, incestos, crímenes y suicidios. Las turbas vociferan desde rotondas y calles, obligados por el hambre. Sus palabras, como piedras últimas pues nunca se encontró la primera, rebotan con furia en la verdad, para estrellarse en los enormes techos de vidrio de los monarcas, y hacerlos añicos.