Guillermo Rothschuh Villanueva
1 de septiembre 2019
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¿La decisión de la Cámara de Representantes de EE. UU., tratando de meter en cintura a Facebook, Google, Apple y Amazon, no será una reacción tardía?
El Estado sigue siendo debilitado
¿La decisión de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, tratando de meter en cintura a los emporios mediáticos y comerciales —Facebook, Google, Apple y Amazon— no será una reacción tardía? Su condición monopólica venía siendo cuestionada sin que se tomasen medidas por el gobierno ni por las cámaras legislativas. El desafío planteado es proporcional al consentimiento obtenido a lo largo de varias décadas. Su poderío creció de manera vertiginosa. Las fusiones multimillonarias se convirtieron en retos formidables para las instituciones encargadas de impedir que llegasen a transformarse en empresas capaces de retar la legislación antimonopólica existente. ¿La preocupación y malestar de la clase política se debe al convencimiento que ya sobrepasaron su poder? ¡Lo desafían y meten en crisis!
El control que ejercen sobre el mercado y su ascendiente sobre la ciudadanía se ha disparado de manera excesiva. La incidencia de Facebook durante la campaña electoral en Estados Unidos (2016), detonó que las plataformas digitales funcionan como dispositivos de comunicación. Expertos e investigadores de diferentes partes del mundo vieron convalidadas sus tesis. La defensa esgrimida por Zuckerberg —ingenua viniendo de su parte— fue que él no tenía conciencia de la influencia que podría tener la red sobre los electores. Una chorrada. El uso de cuentas falsas por actores foráneos —los rusos fueron señalados de manera reiterada— se efectuó con idénticas finalidades. La contratación de bot y troles durante fue desmedida. Las redes fueron colocadas en primera fila política y continúan estándolo. Cada día que pasa se ratifica.
En el imaginario de políticos, académicos y periodistas, quedó registrado el papel que jugaron en la captación del voto estadunidense y en el recalentamiento de su conducta. Los gobiernos siguen haciendo llamados a Facebook exigiéndole mayor control. Posee millares de cuentas falsas incitando al odio. Los directivos de las redes no han actuado con diligencia para cumplir los compromisos adquiridos. La lentitud con que proceden no se corresponde con la posibilidad de reducir el uso espurio por parte de empresas, gobiernos, ejércitos, hackers y organizaciones dedicadas al espionaje. Zuckerberg coqueteo con la idea de ser aspirante a la presidencia de Estados Unidos. ¿Cuál fue la reacción de la clase política? ¿Les produjo algún malestar? Otro desafío es su pretensión de disponer de su propia criptomoneda.
El sentimiento de republicanos y demócratas de regular los monopolios es unánime. Al despegar los noventa del siglo pasado, era evidente la pérdida de liderazgo de la clase política. El fortalecimiento del sector mediático fue meteórico. El experto en geopolítica, Ignacio Ramonet, analizó el progresivo empuje económico y la manera como configuran las imágenes del mundo. Sus actividades no son únicamente de orden económico. La clase política siente cada vez más disminuida su influencia. Las infotecnologías rejerarquizaron el poder. Desplazaron hasta un tercer lugar el poder político, ubicándose en segundo lugar, solo después del poder económico. En una encuesta hecha en los noventa, al indagar sobre las cincuenta personas más influyentes del planeta, no figuraban ni un solo jefe de Estado, ni un ministro o diputado.
Preocupados por la alta acumulación de poder por los dueños de Facebook, Google, Amazon y Apple, los congresistas estadounidenses buscan cómo poner límites a su poderío. El exsecretario general de Naciones Unidas, Butros-Ghali, fue explícito: “La realidad del poder mundial escapa ampliamente a los Estados. Y esto es tan cierto como que la globalización implica la emergencia de nuevos poderes que trascienden las estructuras estatales”. (Cf. Ignacio Ramonet, Un mundo sin rumbo, Editorial Debate, España, 1997, pág. 95). ¿No será que la clase política estadounidense actúa de manera tardía sobre un tema crucial para la sobrevivencia del Estado-Nación? Por que esperaran tanto para aceptar lo expuesto en Davos (1996), por el secretario general del sindicato francés, Marc Blondel, qué “el mercado gobierna y el gobierno gestiona”. Su papel es secundario.
¿Tendrán suficiente coraje para contener el avance vertiginoso del poder político y económico acumulado por los dueños de los gigantes mediáticos y empresariales? Fueron desplazados del centro neurálgico de las decisiones políticas. Vienen a la zaga. Desde hace rato Ramonet estaba convencido que “el objetivo de cada uno de los titanes de la comunicación es convertirse en el único interlocutor del ciudadano: quieren poder comunicar a la vez noticias, ocio, cultura, servicios profesionales, informaciones financieras y económicas; y ponerlos en estado de interconectividad por todos los medios de comunicación disponibles: teléfono, fax, video cable, pantallas de televisor, red Internet”. La concentración mediática ha conducido a una situación inesperada: políticos y Estados-nacionales han terminado jugando un papel alcahuete. Nunca se interesaron por sujetar su avaricia.
Las riñas que se avecinan son monumentales, los dueños de las corporaciones no van a ceder fácilmente. No está en su ánimo dejarse arrebatar su posición hegemónica. En la medida que fueron engordando, ampliaron su influencia sobre la clase política. Millones de dólares fueron invertidos —a través de lobistas— para lograr la anuencia de congresistas y senadores. Se trata de un mecanismo efectivo para mediatizar su actuación. El mejor dinero donado para asegurar posiciones. El Center for Responsive Politics, que contabiliza “las contribuciones de la industria de la influencia y potencias del lobby (sector armamentístico, bancario, automovilístico y grandes empresas tecnológicas), registra que juntas gastaron más de 55 millones de dólares el año pasado, el doble que en 2016”. Con su plata inciden en la elección de congresistas. La auspician.
Para tratar de atemperar el vendaval —en mayo de este año— “la Asociación de Internet, el grupo de cabildeo que representa a Amazon, Facebook y Google, entregó su premio a la libertad en Internet. La distinguida fue Ivanka Trump, hija del presidente y esposa de su consejero”. Saben que la campaña electoral que se avecina estará teñida por el debate que presentará sobre el tema la aspirante demócrata Elizabeth Warren. La pregunta proveniente de diversos sectores, es que si la Cámara de Representantes llevará hasta el final la urgencia de regular el funcionamiento monopólico de estas empresas. Los esfuerzos hechos anteriormente para lograr su desmembración fueron infructuosos. Existen dos razones para que la iniciativa llegue hasta el final: la ley antimonopólica de Estados Unidos está desfasada y el futuro de la clase política está en riesgo.
Cualquier concesión podría resultar demasiado costosa para los intereses de la clase política. Las alianzas forjadas en el pasado con los sectores económicos no tenían las implicaciones que tienen ahora para atentar en su contra. Estados Unidos requiere de una nueva ley antimonopólica que dé cuenta de las nuevas realidades sociales, económicas y políticas, derivadas del crecimiento desmesurado de los cuatro grandes, como de tantas otras empresas comerciales e industriales. Ceder implicaría hacerse un harakiri. Si no contienen el poderío de los emporios mediáticos y de los monopolios empresariales sería un duro revés. El trabajo de estos mastodontes es diametralmente distinto al que realizan cualquier otra empresa: son los forjadores del imaginario social, político, económico y cultural de la sociedad contemporánea.
La complejidad de las decisiones que debe adoptar la Cámara de Representantes está matizada por las relaciones creadas por los monopolios mediáticos con el estamento militar. Es probable que intervengan a su favor invocando razones de seguridad nacional. Este alegato no sería nada nuevo. Las telecomunicaciones están comprendidas dentro de las prescripciones no negociables de la política exterior de Estados Unidos. Cuando ocurrieron los debates en el seno de la Unesco sobre los problemas internacionales de la comunicación e información, orientadas a la creación de un Nuevo Orden Mundial de la Información y Comunicación (Nomic), Estados Unidos prefirió salirse de la institución antes que hacer concesiones. Esta vez, la discusión se celebra en casa y es promovida por su clase política. ¿Ocurrirá algo?
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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