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Mitos y realidades de la Rebelión de Abril y los desafíos de hoy

La caída de la dictadura debe ser el resultado de la unidad en la acción de parte de todos los nicaragüenses, independientemente del credo político

"Marcha de las flores". 30 de junio, Managua. Carlos Herrera | Confidencial

Juan Sebastián Chamorro

19 de abril 2024

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Al conmemorar el 19 de Abril, que quedará marcado en nuestra historia como un hito trascendental, vale la pena reflexionar a fin de que esta efeméride y el proceso que generó, sea recordado fielmente.

Para garantizar que quede registrado adecuadamente en la historia, primero hay que desmitificar tres narrativas que comúnmente se escuchan.


El primer mito que la dictadura quiere imponer es, que se promovió un intento de “Golpe de Estado”.  No hubo intento alguno porque no hubo plan ni liderazgos que lo condujeran.  La Rebelión de Abril fue, ante todo, una protesta espontánea, popular y generalizada contra una dictadura que ya era rechazada por un amplio espectro de la sociedad nicaragüense.

Segundo mito, el Diálogo Nacional fue una estrategia de la dictadura de ganar tiempo. En realidad, fue promovido por la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), con el fin de detener la brutal represión y a la vez encontrar una solución de largo plazo, para la democratización del país. El Diálogo rindió grandes frutos, trajo organismos internacionales de Derechos Humanos que documentaron las atrocidades cometidas por el régimen y que ahora, años después, servirán de base para sustentar las acusaciones internacionales que se están promoviendo.

El tercer mito es que los tranques fueron desmontados por la Mesa del Diálogo.  Los dialogantes no teníamos ningún control sobre los centenares de tranques instalados en todo el país.  Algunos afirman que de haberse mantenido los tranques, la dictadura hubiese caído.  Pero la mayoría de los tranques fueron desmantelados en la “Operación Limpieza”, a fuerza de fusil y no por un llamado.  Con la excepción del tranque de Juigalpa, Chontales, donde los negociadores sí jugaron un rol importante para evitar un derramamiento de sangre, la Alianza Cívica no tenía poder para ordenar el desmantelamiento de los tranques. Fueron las balas de Ortega las que los desmontaron.

Para contrastar estos mitos, hay realidades que vale la pena recordar.  La primera es que la dictadura estuvo, en los momentos más fuertes de las protestas, muy cerca de caer.  Testigos internacionales que se acercaron a la pareja dictatorial nos confirmaron la soledad que en esos días reinaba en El Carmen.  La dictadura no cayó porque en respuesta al llamado de “ir con todo”, los paramilitares, policiales y exmilitares salieron violentamente a su rescate. La tenebrosa ofensiva mediática del 29 de mayo del 2018 con el mensaje del “Llano en Llamas” y la posterior masacre en la marcha del Día de las Madres, es evidencia suficiente de que en ese momento ya se había puesto en marcha un plan de represión, que a la fecha continua vigente.

La espontaneidad de las protestas y la ausencia de un liderazgo visible y organizado, en su momento, fue la característica más positiva de la figura de los “autoconvocados”, pero fue quizás el principal obstáculo para propiciar la eventual caída de la dictadura. 

La Alianza Cívica se presentó en su momento como una contraparte en la Mesa de Diálogo, pero no como una alternativa política de poder, ya que son dos cosas diferentes.  El desprestigio que por años acarreó la clase política nicaragüense, generó un vacío de alternativa que no podía ser llenado al ruido de los gritos de las marchas.  Además de reconfirmar la espontaneidad de la protesta, la ausencia de una conducción imposibilitó a la oposición tener una estrategia unificada sobre la cual montar todos los esfuerzos.

La falta de definición de una estrategia política unificada, producto de la ausencia de un liderazgo unificado, tuvo un efecto importante.  Elementos afines a Ortega, que se hubieran volteado a nuestro favor, no lo hicieron, sino que se mantuvieron a la defensa de la dictadura, ya sea por acción o por omisión.

Esto nos privó de un elemento clave en el cambio de todo régimen dictatorial: hay un momento en el que agentes que lo sostienen, abandonan el barco.  Así ocurrió en Rumania y Yugoslavia cuando las fuerzas militares dejaron de apoyar al dictador; en Ucrania cuando fuerzas policiales botaron sus escudos antimotines; y cuando el Ejército le retiró su apoyo al boliviano Evo Morales. Ortega siempre supo que el apoyo militar era clave, por eso al inicio de su mandato recordó los orígenes sandinistas del Ejército y la Policía.  Mientras crecían las manifestaciones populares exigiendo la salida del dictador, Ortega ya había comprado la fidelidad canina de los militares y policías que se convirtieron en el principal soporte de su proyecto dictatorial y dinástico.

La sobrevivencia de la dictadura y su permanencia en el tiempo se debe al uso de la fuerza armada ejecutada por los paramilitares en el fragor de las protestas, perfeccionada por la Policía en las siguientes etapas de persecución a liderazgos políticos, todo esto supervisado y asistido técnicamente por el Ejército de Nicaragua, a través del uso de armas de largo alcance y sus aparatos de inteligencia.

Podemos buscar otros responsables secundarios, pero ha quedado clarísimamente demostrado que el poder de Ortega se fundamenta en las armas.  El pilar militar sostiene a la dictadura y a la vez hace particularmente más desafiante el trabajo de la oposición y del pueblo opositor, que ha optado por la vía cívica y pacífica.

Mucho se ha dicho que la permanencia de Ortega en el poder se debe a la incapacidad de la oposición.  Obviamente, al haber una oposición y al continuar él en el poder, una lectura simple hace concluir que la oposición es la culpable de que Ortega se mantenga. Pero esta visión simplista ignora las verdaderas razones por las que Ortega se mantiene aferrado al poder y busca atacar, tildándonos de oposición falsa o no funcional a aquellos que estamos tratando de hacer un trabajo de oposición.

Los invito a hacer una reflexión más profunda de la realidad y a convertir los adjetivos y ataques a la oposición, que,ciertamente no está exenta de responsabilidades, en críticas constructivas y propuestas concretas.

El legado del sandinismo en la cultura política nacional no se puede ignorar.  El sandinismo nació bajo el concepto de luchar contra un enemigo, en su momento, el imperialismo yanqui. Pero a través de los años, además de mantener ese enemigo fundacional, la supuesta lucha se extendió a otros enemigos: la Iglesia Católica, los empresarios, los ricos, los traidores, los agentes, y los golpistas.  La lista se sigue sumando.

Esa cultura de odio ha permeado en parte en el Movimiento Azul y Blanco.  No son extrañas las expresiones prejuiciadas y negativas de gente bien intencionada llamando a la “ansiada unidad” y acto seguido diciendo que no se pueden unir con éste o con aquel, por la razón que sea.

Los opositores estamos ante un complejo dilema: ¿Se necesita una unidad sólo entre los químicamente puros? Entonces qué pasará con aquellos que tienen algún pasado, sean somocistas, sandinistas, socialistas o liberales. ¿Se les debe aplicar un apartheid político?

La unidad, convertida en un fetiche por algunos, es un instrumento, no un fin. Se han desarrollado algunas muestras de unidad en acción y se deben seguir impulsando. Las diferencias no deben ocultarse sino resaltarse, y consolidar la concertación que existe entre opositores en torno a temas de justicia, democracia y la ruta cívica y pacífica para generar un cambio político en Nicaragua.

Las campañas mediáticas que con mucho esfuerzo se hacen para promover la liberación de los presos políticos; y las presiones internacionales son también ejemplos de unidad en la acción.  Los esfuerzos de llevar a la justicia internacional a los criminales de lesa humanidad también deben ser tema de unidad, como lo es y ha sido, denunciar la persecución religiosa y la represión que persiste en Nicaragua. 

Es crucial seguir trabajando juntos, nicaragüenses en general, en el debilitamiento de esos pilares que, a pesar del inmenso rechazo popular, siguen sosteniendo a la dictadura: el militar que lo sostiene con las armas, el material que lo sostiene con recursos financieros, y el político que lo sustenta con operadores incondicionales que pronto deben enfrentar la justica.

La caída de la dictadura debe ser el resultado de la unidad en la acción de parte de todos los nicaragüenses, independientemente del credo político.  Incluso, las personas que aún apoyan al régimen jugarán un rol importante, así ha ocurrido en todos los procesos de cambio político.  El desafío de la reconstrucción de una Nicaragua democrática radica en eliminar esos prejuicios y odios que nos ha inculcado Ortega; y en trasladar las ideas al debate, a las políticas públicas y sociales en favor de las mayorías, que se necesitarán para reconstruir el desastre que nos heredará Ortega.  Con ese debate no sólo crearemos el andamiaje democrático que tanto ha eludido a nuestra historia, sino que iniciaremos el necesario camino de reconstrucción, paz y justicia que demandamos y nos merecemos todos los nicaragüenses.

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Juan Sebastián Chamorro

Juan Sebastián Chamorro

Economista, político y exreo de conciencia nicaragüense, desterrado por órdenes de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Hijo del periodista Xavier Chamorro Cardenal, fundador de El Nuevo Diario. Tiene un máster en Economía con mención en Políticas Sociales y un doctorado especializado en Econometría. Fue viceministro de Hacienda y Crédito Público, secretario técnico de la Presidencia, coordinador del Sistema Nacional de Inversión Pública y director ejecutivo de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides). Es Miembro de la opositora Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia y ex precandidato presidencial.

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