25 de mayo 2019
NUEVA YORK – Ésta es mi columna número 100 para Project Syndicate. Llega casi 20 años después de la primera. Como sucede con la mayoría de los hitos, ofrece una buena oportunidad para hacer un balance, revisar lo que he escrito y ver qué dice sobre el mundo en estas dos décadas y hacia dónde podemos estar dirigiéndonos.
Se destacan tres temas. El primero es cuánta atención del mundo, y de mi persona, consumió Oriente Medio. Pensemos un poco: es una región donde vive alrededor del 6% de la población mundial y, a pesar de tener grandes cantidades de petróleo, representa menos del 5% de la producción económica global. Sin embargo, logra contabilizar una porción importante de los titulares, los conflictos, los terroristas y los refugiados del mundo.
Algunos culpan a las potencias coloniales europeas de los muchos problemas de Oriente Medio. Pero esa época está demasiado lejos de la nuestra como para explicar los fracasos de hoy. Después de todo, muchas ex colonias en otras partes del mundo están prosperando.
Dicho esto, los terceros han hecho cosas peores en las dos décadas pasadas, tanto por lo que hicieron (me viene a la mente la invasión norteamericana a Irak en 2003 y la intervención de la OTAN en Libia y de Rusia en Siria) como por lo que no hicieron.
Aquí incluiría la reticencia de Estados Unidos a actuar en Siria inclusive después de que el gobierno allí desafió las advertencias y utilizó armas químicas. Si bien la intervención en Libia fue errada, una vez que se tomó esa decisión, Estados Unidos y sus socios europeos tenían la obligación de montar un esfuerzo para estabilizar al país luego del derrocamiento de Muammar al-Qaddafi.
Sin embargo, la mayor responsabilidad por la terrible situación de Oriente Medio recae en los líderes de la región, que en general no ofrecieron la oportunidad económica o los derechos políticos en casa y que se han negado a comprometerse en la causa de paz. En verdad, lo que hemos visto son conflictos prolongados y costosos en Siria y Yemen, estancamiento en Egipto y perspectivas marchitas de cualquier acuerdo duradero entre Israel y los palestinos.
El segundo tema que surge de las dos últimas décadas es el surgimiento de Asia como la arena central de las relaciones internacionales modernas. Si Europa fue el principal escenario de gran parte de la historia mundial del siglo XX, incluidas dos guerras calientes y una guerra fría, ahora es el turno de Asia. La región es donde se encuentra el grueso de la población mundial, la mayor parte de su producción económica y, cada vez más, su poder militar. Es donde las grandes potencias de esta era se enfrentan entre sí.
La buena noticia es que durante los últimos 20 años –de hecho, desde el fin de la Guerra Fría- Asia se ha mantenido estable, sostenida por la mano de Estados Unidos e impulsada por un rápido crecimiento económico. El interrogante ahora es si la estabilidad seguirá siendo la norma, dado el ascenso de China, la casi certeza de que Corea del Norte no sólo conservará sino que posiblemente expandirá sus capacidades nucleares y de misiles y las disputas persistentes por el Mar de la China Meridional y el Mar de China Oriental, Taiwán y numerosas islas y fronteras.
El tercer tema que recorre muchas de las 99 columnas anteriores es la desaparición del mundo que conocíamos. Los títulos de varios comentarios lo dicen todo: “Orden Mundial Liberal, QEPD”, “Guerra Fría II”, “Europa en caos”, “La era del desorden”.
Una razón para esta evaluación negativa es la creciente prominencia de una China que sigue siendo iliberal fronteras adentro, que se involucra en infinidad de prácticas injustas para impulsar su posición comercial y que básicamente no está dispuesta a asumir responsabilidades globales acordes a su fortaleza. Otra es la Rusia del presidente Vladimir Putin, que pretende violar la soberanía –la norma más básica de lo que implica el orden internacional- con ejércitos tradicionales y digitales por igual. Es más, la brecha entre los desafíos globales, como el cambio climático, y la voluntad del mundo de lidiar con ellos se ha ampliado. La tesis de mi comentario de 2013 “¿Qué comunidad internacional?” sigue vigente: la frase representa un concepto que es más aspiración que realidad.
Otro factor se destaca en medio de este deterioro: la negativa por parte de Estados Unidos a seguir desempeñando su papel tradicional en el mundo. Las dos últimas décadas han dejado en claro que hoy no existe ningún consenso en materia de política exterior de Estados Unidos post-Guerra Fría. Lo que existe es un recelo originado en las costosas intervenciones militares en Irak y Afganistán, y un impulso populista alimentado por la crisis financiera global de 2008, una creciente desigualdad y un menor ascenso social.
Éste es el contexto que dio lugar a la elección del presidente Donald Trump. En los más de dos años que han transcurrido desde que asumió, Trump ha contribuido a la turbulencia global a través de su mezcla única de hostilidad con las instituciones y alianzas multilaterales; un uso sostenido de aranceles y sanciones en nombre de objetivos tan ambiciosos como poco realistas; un mayor gasto militar pero una menor acción militar; un énfasis mucho menor en promover la democracia y los derechos humanos, sumado a una predilección por los autócratas; y una fe en su propia diplomacia personal pero no en los diplomáticos profesionales.
Como sugerí más arriba, todo esto ha contribuido al desvanecimiento del mundo post-Segunda Guerra Mundial y post-Guerra Fría. Lo que tomará su lugar es incierto; Trump es más un disruptor que un constructor. Los próximos 20 años por ende prometen ser aún más desordenados que los últimos 20. Lamentablemente, habrá material más que suficiente para, al menos, otros cien comentarios.
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Richard N. Haass es presidente del Consejo de Relaciones Exteriores y autor de A World in Disarray.
Publicado originalmente en www.project-syndicate.org