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Los grandes desafíos de la humanidad

Armamentismo, crisis climática, pobreza y desigualdad, xenofobia, incertidumbre de la IA, y la cultura consumista. ¿Qué podemos hacer?

Una zona en Tiro, Líbano, tras un ataque aéreo israelí.

El humo se eleva desde una zona tras un ataque aéreo israelí, en Tiro, Líbano. EFE | Confidencial

Manuel Iglesia-Caruncho

3 de noviembre 2024

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Aunque la humanidad ha experimentado conquistas económicas y sociales nada desdeñables en las últimas décadas, seis asuntos esenciales están casi fuera de control y se nos están escapando de las manos:

En primer lugar, el armamentismo. Las guerras no existirían en su dimensión actual sin armamentismo. En 2023 nos gastamos 2,4 billones de dólares en armas, mientras la Ayuda Oficial al Desarrollo ascendía a 224 mil millones. Gastamos diez veces más en matarnos que en promover nuestro bienestar. El gasto mayor es el de Estados Unidos: 916 mil millones de dólares el pasado año. El complejo militar-industrial se encarga de producir las armas y el gobierno de EE. UU., el cual mantiene 800 bases militares en el exterior, es su principal cliente.

El segundo desafío es la crisis climática. La posibilidad de que el aumento de la temperatura mundial no exceda en 1.5 grados a la previa a la revolución industrial -la cifra máxima aconsejada por los científicos- se está esfumando. Los efectos del calentamiento global ya están aquí: incendios, sequías, olas de calor, inundaciones… y fallecimientos. Más de 200 personas han muerto en las inundaciones de estos últimos días en España. Las emisiones de gases de efecto invernadero no han dejado de aumentar y la pregunta es: ¿por qué se retrasa tanto la transición energética? Pues, sobre todo, por la presión de los lobbies petroleros.

Otro gran desafío es la pobreza y la desigualdad. La extrema pobreza afecta a un 10% de la población mundial, pero la pobreza relativa alcanza a más del 40%: 3.400 millones de personas. Almorzarán todos los días, pero sin contar con una vivienda digna o con acceso a una sanidad y educación de calidad.


La pobreza está muy relacionada con la desigualdad. Según Oxfam, el 1% de la población mundial tiene más riqueza que el 95%. The New York Times denunciaba que los CEO de las grandes compañías de EE. UU. ganan, como promedio, 320 veces lo que un trabajador medio, proporción que hace 30 años era de 60 a 1. Y según Forbes, hay 2500 personas milmillonarias en el mundo. Todo ello tiene que ver con la escasa progresividad de los sistemas impositivos. Se ha estudiado quelas 400 personas más ricas de EE. UU. pagan un tipo efectivo real inferior al promedio de la clase trabajadora. Además, los paraísos fiscales esconden billones de dólares. La presión de la clase más adinerada sobre el mundo político para obtener privilegios fiscales parece irresistible.

Un cuarto asunto es la xenofobia, el odio al extranjero y, junto a ello, la discriminación y el racismo. La demagogia sobre las migraciones que cultivan las derechas extremas provoca en buena parte esa situación. La realidad es que las migraciones son ventajosas para los migrantes, pues les supone más oportunidades; para los países de origen, a los que se transfieren en torno a 550 mil millones de dólares en remesas al año; y también para los países de acogida, que ganan en su economía, fisco y seguridad social, entre otras ventajas.

En quinto lugar están las incertidumbres que trae la Inteligencia Artificial (IA), tanto la IA General y como la Super Inteligencia Artificial, las cuales llegarían después de la IA Estrecha -la que existe hoy-. La IA General podrá aprender para volverse más inteligente, y la Super IA podría establecer sus propios objetivos con independencia del control humano. Por ello, expertos de todo el mundo han pedido una “Convención Internacional sobre Inteligencia Artificial General” para constatar sus oportunidades y también para anticipar sus desafíos.

Por último, necesitamos reflexionar sobre la cultura consumista, egoísta y hedonista imperante, alejada de las necesidades de otros seres humanos y del resto de seres vivos. ¿O acaso los desafíos señalados no guardan relación con la falta de valores y el auge del individualismo? La educación para la ciudadanía en principios, como la integridad, la generosidad o el respeto tiene todo el sentido.

Numerosos países enfrentan otros muchos problemas: inseguridad, corrupción, vivienda, dictaduras, machismo... pero aquí se han querido señalar aquellos que, si no se encauzan pronto, amenazan a la humanidad entera.

¿Qué obstáculos hay que vencer para superar estos desafíos?

Conocemos los problemas y disponemos de los medios técnicos y económicos para resolverlos. Por ejemplo, la producción de energías renovables, como la eólica y la solar, resulta ya más económica que la proveniente de los combustibles fósiles. Y, en cuanto a los recursos, se podrían redirigir una parte de los billones que cada año se gastan en armas hacia las necesidades del desarrollo y del bienestar; recuperar los cientos de miles de millones de impuestos potenciales que se evaden todos los años a través de los paraísos fiscales; mejorar de una vez la fiscalidad con un impuesto universal a las megaempresas; y, en fin, eliminar las subvenciones a los combustibles fósiles y mejorar la “fiscalidad verde”, logrando beneficios sobre la salud, el medioambiente y los ingresos públicos.

Entonces, si conocemos los problemas y contamos con los recursos para resolverlos, ¿qué obstáculo queda? La respuesta es: un conjunto de personas adineradas que ejercen una influencia desmedida sobre los gobiernos en favor de sus propios intereses. Esa parte de la “plutocracia” mundial tóxica y opuesta a la construcción de un mundo mejor está formada por quienes manejan el complejo militar-industrial de EE. UU., que necesita guerras para vender y renovar su producción de armamento; por los dueños de las grandes petroleras, opuestas a toda política climática responsable porque quieren rentabilizar hasta el final los miles de millones de dólares invertidos en las reservas de petróleo, carbón y gas; por quienes controlan la big-pharma y cuentan con lobbies poderosos que presionan a los gobiernos para que no se libere la propiedad intelectual de las vacunas que tantos beneficios les reportan, o por los de la agroindustria, las madereras y las mineras que se lucran con actividades ilegales y que desforestan las selvas. Y está la gran banca, la cual financia todas esas actividades.

La capacidad de todo ese entramado empresarial depredador y agresivo, y de sus propietarios, a la hora de controlar medios de comunicación, influir en la opinión pública, corromper políticos e influir en sus decisiones es formidable. Son personas con nombre y apellidos. Por ejemplo, en EE. UU., los hermanos Koch, del sector petrolero, se encargaron con sus millones de dólares de que desapareciese el mínimo atisbo de la preocupación ecológica que existía en el Partido Republicano. También está Elon Musk, generoso con la campaña de Trump y quien ha querido saltarse las leyes del gobierno de Brasil referidas a las TICs y a la Inteligencia Artificial. Y apoyan a Trump otras fortunas que provienen de la especulación financiera o del juego, como Sheldon Adelson, propietario de casinos en Las Vegas, con un patrimonio de 35 mil millones de dólares, o como el CEO del grupo Blackstone, Steve Schwarzman, con una fortuna estimada en 40 mil millones de dólares, en su caso, por el apoyo irrestricto de Trump a Israel.

¿Qué podemos hacer?

En primer lugar, apoyar a representantes políticos honestos que no se plieguen a la plutocracia tóxica. Personas con el coraje de gobernar para el bien de todos, que no se arredren en cobrar impuestos a los megaricos y a las grandes empresas y que impidan la evasión y elusión fiscal. Personas que lideren la consecución de los objetivos medioambientales y se atrevan a denunciar la escalada armamentística

En segundo lugar, ejercer presión cívica sobre los gobiernos para que se avance en el desarme, para que se combata con decisión la crisis climática, se acabe con los paraísos fiscales y que las grandes empresas paguen los impuestos que les corresponden; y presión también para que se cumplan las resoluciones de la ONU, como los propósitos de la “Agenda 2030”.

Y también podemos cambiar los comportamientos que la cultura dominante nos inculca por otros más acordes con los retos de nuestro tiempo. No necesitamos consumir tanto, ni el uso compulsivo del automóvil, ni la ingesta de tantas calorías, y tampoco que la economía crezca como lo hace. Una cosa es crecer en energías renovables, transporte público, vivienda social, educación, salud, cultura, deporte, investigación o políticas de apoyo a la juventud… y otra muy distinta es hacerlo en armamento, en la energía procedente de combustibles fósiles, la minería a cielo abierto, la especulación financiera o los bienes suntuarios, actividades que aumentan el PIB pero disminuyen nuestra calidad de vida.

Son numerosos los aliados para estos propósitos: oenegés, parlamentarios, gobiernos trasformadores, organismos de NN.UU., sindicatos, municipios, empresas responsables, el mundo de la ciencia, universidades... Incluso, algunos líderes empresariales apoyan un compromiso mayor con la lucha climática y se han mostrado dispuestos a pagar más impuestos.

El armamentismo, la crisis climática, la codicia con las vacunas, la desigualdad y la falta de valores nos hablan de tiempos sombríos, como los que otras veces ha atravesado la humanidad, pero el futuro lo construimos cada día y depende sólo de nosotros y de nuestra voluntad de limitar el poder de la parte más tóxica de la plutocracia mundial.

*Fragmento de un artículo publicado en meer.com

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Manuel Iglesia-Caruncho

Manuel Iglesia-Caruncho

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en distintos puestos en la Agencia Española de Cooperación Internacional y en la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional en Madrid y durante casi quince años en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay.

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