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¿Lo que hay que cambiar, es el régimen cambiario?

La efectividad de la política cambiaria se mide en términos de su contribución a la estabilidad macroeconómica y al crecimiento económico

"Los nicaragüenses quieren recibir dólares o córdobas no creo que estén dispuestos a tener rublos" advierte expresidente BCN.

Rene Martin Escoto

6 de julio 2017

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Si hay algo que deseamos los “científicos sociales” es poder tener un escenario de investigación social, económica o antropología, controlado. Nos sentiríamos felices los economistas de tener al menos un factor clave de la economía constante durante un largo periodo de tiempo para ver más claramente que efecto se puede atribuir a las otras variables. Los economistas estudiosos de la economía nicaragüense tenemos el privilegio de contar con una tal variable: 23 años del mismo régimen cambiario de deslizamiento diario del tipo de cambio córdoba-dólar. Variable que está íntimamente asociada a un resultado: estabilidad macroeconómica.

Estos 23 años reflejan que tan profundo ha calado en los tomadores de decisión de todo signo ideológico el trauma de la hiperinflación de los 80. Aprendimos la lección. Ahora, quizá, debemos aprender otra.

¿Por qué es deseable tener una política cambiaria de determinado tipo? Según la teoría económica, por múltiples razones, y todas ellas no siempre armonizan entre sí; además, la política cambiaria nunca se define de manera aislada de las políticas monetarias y fiscales. Por otra parte, siendo un medio y no un fin, su definición se supone que debe depender de los objetivos macroeconómicos y de desarrollo económico que tiene un país. Y esto últimos son definidos por los grupos de poder que controlan el Estado.

En este sentido, unas preguntas de fondo para abordar la posibilidad e idoneidad de cambiar o no el régimen cambiario serian, en los últimos 23 años con un mismo régimen cambiario: ¿Qué grupos económicos y políticos han controlado el Estado? ¿Qué objetivos macroeconómicos y de desarrollo económico se ha planteado el Estado?


El Estado nicaragüense ha pasado por muchas manos. Grupos económicos y políticos diversos han controlado sus políticas macroeconómicas en más de dos décadas. Y todos ellos han mantenido la misma política cambiaria. Obviamente, hay que suponer que han tenido algún interés en común en mantenerla.

¿Y en cuanto a los objetivos de desarrollo económico? Pues, también han cambiado. En el escenario de los (casi inexistentes) debates entre corrientes de pensamiento, la lucha frontal ha sido entre políticas actuales auto-denominadas socialistas (“populistas”, llamadas así por el campo contrario), y las anteriores de liberalismo económico (satanizadas como “neo-liberales” por las autoridades actuales).  Pero, a pesar de las emociones, moros y cristianos han mostrado un amor por el régimen cambiario actual, como medio para diversos objetivos; lo que hasta cierto punto debería ser objeto de estudio por aquellos filósofos, politólogos y sociólogos que procuran encontrar los elementos que hacen parte de la “nación nicaragüense”, del consenso nacional, tan nica como el pinol.

Ahora bien, no se espera que los grupos económicos-políticos que controlan el Estado cambien en el corto-mediano plazo; y, tampoco se ha planteado, al menos públicamente, el cambio de los objetivos de las políticas macroeconómicas fiscales y monetarias, y de desarrollo económico ¿Qué motivaría entonces una modificación del actual régimen cambiario? ¿O, es que se visualizan cambios en uno, o ambos factores a la vez?

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Pero, supongamos, en nuestro laboratorio  “científicamente controlado”, que hoy existieran fuertes motivadores de cambio. Cambiar por razones de superar algo obsoleto, no parecer ser una razón poderosa. Si ha funcionado siempre ¿para qué cambiarlo? Las políticas fiscal y monetaria conservadoras bajo la supervisión del FMI también tienen más de 20 años en el país, pero no parecen ser lo suficientemente obsoletas como para que se pida su “modernización”.

La efectividad de la política cambiaria se mide en términos de su contribución a la estabilidad macroeconómica y al crecimiento económico (mínimamente  por sus efectos en las exportaciones e importaciones).

En este sentido, recordemos que en nuestro laboratorio en las últimas dos décadas hemos tenido un factor constante, el régimen cambiario, y otros dos variables: grupos económicos-políticos y objetivos de desarrollo económico. En este contexto es revelador resaltar, ya no por el lado de la economía monetaria, sino por el de la economía real, otros factores que también han sido constantes: una productividad bajísima de la mano de obra y de la tierra, y una rentabilidad alta del sistema bancario del país (el capital). Tres factores de producción, los que, junto con la innovación, el conocimiento y la institucionalidad, definen el crecimiento y el desarrollo de los países.

Pero, resulta que la institucionalidad también ha cambiado en el país en los últimos años, y mucho: ha sido una variable; lo que no se sabe, es que si los nubarrones que se perciben en el horizonte llevara a cambios institucionales de nuevo, en una u otra dirección, y que tan pronto. En cuanto a la innovación/uso de conocimientos, en contraste, probablemente nadie negaría que siempre han sido poco relevantes a lo largo y ancho de la economía nacional, es decir, una constante en el laboratorio.

Si la economía no ha crecido tanto como es deseable y posible (no recuperamos todavía el PIB per cápita que ya teníamos en 1963!!), y si se ha mantenido el régimen cambiario, la baja productividad de la mano de obra y de la tierra y poca innovación, a pesar de cambios de grupos económicos y de objetivos de políticas de desarrollo, no es difícil concluir que el régimen cambiario, siendo parte de la política macro-económica, no ha sido un factor tan determinante en la explicación del insatisfactorio crecimiento de la economía.

La ecuación es más compleja y multivariable. Habría que pensar más en lo que pasa en la economía real, en el fracaso evidente del Estado (más de dos décadas, y de hecho, una sola década, basta para valorar si hay o no fracaso) en incrementar la productividad de la mano obra y de la tierra, en por qué esto último ocurre al mismo tiempo que las ganancias del sector financiero  del país son tan altas para estándares de otros países centroamericanos, en por qué ni el Estado ni el sector privado han logrado echar andar procesos de innovación y de apropiación de conocimientos de manera más generalizada, por qué los niveles educativos (habilidades duras y suaves) de los jóvenes al salir tanto de secundaria como de las misma universidades son tan bajos, etc.

Claro que el régimen cambiario afecta a la economía monetaria y a la real, pero lo que se requiere con urgencia no es cambiarlo, al menos que se esté previendo que fuertes inestabilidades escondidas entre los nubarrones desafortunadamente obligaran a cambios drásticos. Lo que se requiere, ceteris paribus las políticas macroeconómicas, es cambiar el resto, aprendiendo del por qué muy penosamente no se ha podido o querido hacer: fortalecer las capacidades de la gente, aprovechar bien y sosteniblemente la tierra y sus recursos, sintonizarnos con la economía global del conocimiento y, del por qué, al capital financiero…, incluyendo al vinculado a los mercados cambiarios, siempre le va tan bien.


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