
16 de febrero 2025
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La disyuntiva para Israel hoy podría ser: ceder territorio a Trump, o, regresar el territorio a sus legítimos dueños -los palestinos
Manifestantes en apoyo al pueblo palestino protestan por las declaraciones de Donald Trump sobre el futuro de Gaza, frente a la embajada de Estados Unidos en Londres. EFE |Confidencial
En medio de un frágil cese al fuego convenido entre las fuerzas de Hamas y el Estado de Israel mortalmente enfrentados desde los atentados terroristas aquel trágico 7 de octubre, Washington tendió alfombra roja a Benjamin Netanyahu, un criminal de guerra buscado por la Corte Penal Internacional CPI. Si bien ni Estados Unidos ni Israel son signatarios del Estatuto de Roma, órgano rector de dicha corte, el desprecio de ambos mandatarios al derecho penal internacional fue patentemente reiterado.
Empero Netanyahu, el primer dignatario en visita oficial a Washington desde la inauguración del Presidente Trump, debió haber tragado aserrín para negociar los planes de Trump de apoderarse de la franja de Gaza a fin de expandir su portafolio inmobiliario. Aunque visiblemente seducido por la idea del desplazamiento forzado de dos millones de palestinos sin mancharse las manos, y mostrándose sonriente ante las cámaras; el Primer Ministro Israelí habría encontrado espinosa la transacción con el autoproclamado dueño del enclave costero.
Después de todo -reflexionaría Netanyahu en sus adentros- ¿una tierra prometida sin horizonte azul? ¿una tierra prometida sin yacimientos de petróleo y gas? ¿una tierra prometida sin la inmensidad del mar? Dios -especularía Netanyahu- sólo pudo haber conferido al ‘pueblo elegido’ un paraíso con vistas al mar; así que habría que sopesar celosamente la propuesta de Trump -recapacitaría el Premier Israelí.
Lo revelado en conferencias de prensa en días pasados es continuidad de las políticas iniciadas en el primer mandato de Donald Trump cuando reubicó en Jerusalén su embajada, desde donde esbozaba, con su yerno y enviado personal, Jared Kushner, los primeros planos de su complejo turístico/inmobiliario, no sin la anuencia de Tel Aviv.
Era obvio, como constatamos por las últimas declaraciones, que los términos del reciente cese al fuego serían alterados tras la llegada a la presidencia de Donald Trump, pues, en su visión, la solución al conflicto es simple y llanamente una operación masiva de limpieza étnica. Pero antes del estreno de Trump había relativo optimismo sobre el cese al fuego. La observancia de intercambio de rehenes y el restablecimiento de cierta ayuda humanitaria, incluso en medio de las agresiones contra UNRWA -la agencia humanitaria de Naciones Unidas con mayor presencia en Palestina desde la primeraNakba de 1948- parecían buenas señales. Hoy los planes de Washington y Tel Aviv de ejecutar desplazamiento palestino masivo cambian todo: para los gestores de la industria del desperdicio humano, como la llamaba Zygmunt Bauman, la limpieza étnica no es asunto de derecho internacional, es asunto de eficacia administrativa: todo sobrante debe ser eliminado.
Más allá de las consecuencias del affaire Trump/Netanyahu, conviene recordar cómo operan los paradigmas y ‘relatos’ occidentales predominantes durante siglos. En la visión de la modernidad colonial los imperios se adjudican atributos de soberanía sobre los territorios que ‘descubren’. Para nadie es secreto que la creación del Estado de Israel en 1948 no fue únicamente la respuesta internacional ante la barbarie del Holocausto Judío, sino que constituyó, simultáneamente, una estrategia expansionista del mandato británico que reinventaba, para su beneficio, la cartografía del antiguo Imperio Otomano. Como toda potencia, el sionismo, que, por cierto, buscaba simultáneamente echar de Europa a los judíos, tejió su relato para encubrir sus intenciones colonialistas. Dicho relato es hoy ingeniosamente recreado por el ‘sionismo cristiano’ encabezado por el inquilino de la Casa Blanca, aunque sigue apelando a añejos conceptos como ‘derecho divino’ y ‘destino manifiesto’.
Pero una y otra vez el pueblo palestino, acompañado en su calvario por numerosos grupos judíos anti-sionistas, ha puesto en evidencia las falacias y artimañas de tales relatos, y ha resistido a la violencia neocolonialista con inamovible convicción sobre el derecho a la autodeterminación Palestina. Ahora más que nunca, entiendo las palabras de Yasser Arafat a quien entrevisté en Managua en 1980 y posteriormente en Beirut en 1982: Ben-Gurion, decía, se equivocó cuando afirmaba que, al cabo de una o dos generaciones, los palestinos se olvidarían de la tierra. Testimonios del error de Ben-Gurión son las imágenes de millones de palestinos hoy defendiendo Gaza y Cisjordania.
El anuncio de Trump de imponer sanciones a la CPI -legado de Nuremberg donde por primera vez se juzgaron los execrables crímenes del Holocausto- se suma a la lista de acciones de Trump para desmantelar el derecho internacional y, en consecuencia, sacudir los cimientos mismos del Estado-nación. El desplazamiento forzado está prohibido por el derecho internacional y la amenaza de Trump de desplazar a millones de palestinos constituye un crimen contra la humanidad, tal como alertó el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres. Pero la decisión de Trump de desconocer el derecho internacional y las recientes arremetidas contra la CPI y UNRWA, son parte de un mismo plan: allanar el camino para ocupar Gaza.
Simultáneamentebusca allanar el camino para debilitar al Estado-nación y substraer el binomio territorio/soberanía. Pese a su retórica nacionalista y ‘anti-globalista’, el inversionista inmobiliario parece estar llevando a los extremos los sueños de Margaret Thatcher y toda la escuela Hayeksiana del neoliberalismo: la deflación del estado y el desmantelamiento de toda maquinaria estatal. Pero, achicar al estado, implica, en última instancia, descobijaral Estado-nación, lo que significa, irónicamente, que, además de amenazar el sueño de un Estado Palestino, el propio Estado Israelí podría evaporarse por el neoliberalismo al estilo Trump.
Se equivocan quienes calculan que Trump va solamente tras los Palestinos. Trump, cabalgando en su Caballo de Troya rumbo a Gaza, quiere un estado dentro de otro estado; en éste, no hay cabida, ni para los Palestinos, ni para los Israelíes. Con las acciones del dúo Trump/Netanyahu el divorcio del ‘matrimonio territorio/soberanía’ característico del Estado moderno, parece consumarse. El estado encarnado en Trump, el estado, reducido a ejecutor del “mercado omnisciente yomnipotente” (cf. Bauman), parecería poner en jaque al propio Estado de Israel.
Al enorme sufrimiento humano causado tras los ataques terroristas de 2023 y las subsiguientes embestidas Israelíes, hay que sumarle la devastación de los ecosistemas en Gaza. La mayoría de las emisiones de CO2asociadas con cambio climáticoen situaciones de guerra provienen, no únicamente de la industria militar, sino, paradójicamente, de la industria constructora empleadapara reconstrucción, tal como observa el Relator Especial de Naciones Unidas, David Boyd.
Aunque el Marco Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC) exige a los gobiernos a documentar sus emisiones anuales, el registro de emisiones por actividad militar no es obligatorio, hecho del cual se aprovechan Israel y sus proveedores de armamento. Los bombardeos aéreos e incursiones terrestres de Israel han generado en Gaza cientos de miles de toneladas métricas de dióxido de carbono; y con el plan Trump, enemigo declarado de los Acuerdos de París, las emisiones por actividad militar serían simplemente reemplazadas por las de la industria inmobiliaria. Difícil imaginar en su quimérica ribera la restauración de los ecosistemas arrasados por el ecocidio Israelí.
Trágica ironía: en su obsesión por frenar la creación de un Estado Palestino, el autodenominado ‘pueblo elegido’ sigue minandolos cimientos mismos del Estado Judío. Con su conocida arrogancia, el presidente estadounidense reitera que los palestinos no podrán volver a Gaza. Pero ¿qué garantía existe de que dicho litoral quedará en manos de Israel? ¿Realmente están los sionistas dispuestos a transformar la Estrella de David en una estrella más de la bandera anglosajona, o, peor aún, una estrella engullida por los logos Trump LTD? ¿Está dispuesto el ‘pueblo de Dios’ a mutar, de hijo predilecto, en turista de segunda en su propio paraíso?
Si Israel acepta la propuesta de Trump aplastará todo el tinglado ideológico construido con base a la tergiversación hermenéutica de las Escrituras, la narrativa del ‘destino manifiesto’, y demás mitos fundacionales del Estado Judío. ¿Pasará Israel a la historia como un ‘pueblo elegido’ que voluntariamente renunció a la ‘tierra prometida’ para que un magnate corporativo ‘administre’ el paraíso en Tierra Santa? La disyuntiva para Israel hoy podría ser: ceder territorio a Trump, o, regresar el territorio a sus legítimos dueños -los palestinos.
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Periodista y socióloga mexicana. Es máster y doctora por la Universidad de Essex, Inglaterra. Actualmente es investigadora visitante del Interdisciplinary Global Development Centre (IGDC) de la Universidad de York, Inglaterra.
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