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La presidencia de Donald Trump ha terminado

Es muy probable que el covid-19 sea el punto de inflexión de la presidencia de Trump; el momento cuando todo cambió

8 de abril 2020

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Cuando en enero de 2016 escribí que, a pesar de ser un republicano de toda la vida que trabajó en las tres administraciones anteriores del Partido Republicano, nunca votaría por Donald Trump, aunque su administración se alinearía mucho más con mis puntos de vista políticos que una presidencia de Hillary Clinton, muchos de mis amigos republicanos estaban confundidos. ¿Cómo podría no votar por una persona que marcó muchas más casillas de mi política que su oponente?

Lo que expliqué entonces, y lo que he dicho muchas veces desde entonces, es que Trump es fundamentalmente no apto (intelectual, moral, temperamental y psicológicamente) para el cargo. Para mí, esa es la consideración primordial en la elección de un presidente, en parte porque en algún momento es razonable esperar que un presidente enfrente una crisis inesperada, y en ese punto, el juicio y el discernimiento del presidente, su carácter y capacidad de liderazgo, realmente importa.


“El señor Trump no desea familiarizarse con la mayoría de los problemas, y mucho menos dominarlos”, así lo expresé hace cuatro años. “Ningún candidato presidencial importante ha sido tan desdeñoso de conocimiento, tan indiferente a los hechos, tan despreocupado por su ignorancia”. Agregué esto: La virulenta combinación de ignorancia, inestabilidad emocional, demagogia, solipsismo y venganza del señor Trump no hará más que resultar en una presidencia fallida; podría muy bien conducir a una catástrofe nacional. La perspectiva de Donald Trump como comandante en jefe debería provocar un escalofrío en la columna vertebral de cada estadounidense.

Tomó hasta la segunda mitad del primer mandato de Trump, pero la crisis ha llegado en forma de una pandemia de covid-19, y es difícil nombrar a un presidente que haya sido tan sobrepasado por una crisis como la de este virus ha sobrepasado a Donald Trump.

Sin duda, el presidente no es responsable ni del covid-19 ni de la enfermedad que causa y no podría haber evitado que golpeara nuestras costas, incluso si hubiera hecho todo bien. Tampoco es el caso de que el presidente no haya hecho nada bien; de hecho, su decisión de implementar una prohibición de viajar a China fue prudente. Y cualquier narrativa que intente culpar a Trump por el covid-19 es simplemente injusto. La tentación entre los críticos del presidente de usar la pandemia para vengarse de Trump por cada cosa mala que haya hecho debe ser resistida, y el schandenfreude (arte de disfrutar de la desgracia ajena) nunca es una buena mirada.

Graves y costosos errores

Dicho esto, el presidente y su Administración son responsables de errores graves y costosos, especialmente los fallos épicos de fabricación en las pruebas de diagnóstico, la decisión de evaluar a muy pocas personas, la demora en ampliar las pruebas a los laboratorios fuera de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, y los problemas en la cadena de suministro. Estos errores nos han dejado ciegos y muy rezagados, y, durante algunas semanas cruciales, crearon una falsa sensación de seguridad. Lo que ahora sabemos es que el covid-19 se propagó en silencio durante varias semanas, sin que nos diéramos cuenta y mientras no hacíamos nada para detenerlo. Los esfuerzos de contención y mitigación podrían haber disminuido significativamente su propagación en un punto crítico temprano, pero desperdiciamos esa oportunidad.

“Simplemente han perdido tiempo que no pueden compensar. No se puede recuperar seis semanas de ceguera”, dijo a The Washington Post Jeremy Konyndyk, quien ayudó a supervisar la respuesta internacional al ébola durante la administración de Obama y es uno de los principales creadores de políticas en el Centro para el Desarrollo Global. “En la medida en que haya alguien a quien culpar aquí, la culpa está en la gestión pobre y caótica de la Casa Blanca y la falta de visión y reconocimiento del panorama general”.

A principios de esta semana, Anthony Fauci, el respetado director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas –cuya reputación de honestidad e integridad solo se ha mejorado durante esta crisis–, admitió en un testimonio ante el Congreso que Estados Unidos todavía no está proporcionando pruebas adecuadas para covid-19. “Está fallando. Admitámoslo”. Trump añadió que “la idea de que nadie pueda conseguir [pruebas] fácilmente, la manera en que la gente de otros países lo están haciendo, no estamos preparado para eso. Creo que deberíamos estar, pero no lo estamos”.

También sabemos que la Organización Mundial de la Salud tenía exámenes de trabajo que Estados Unidos rechazó, y los investigadores de un proyecto en Seattle intentaron realizar pruebas tempranas para el covid-19, pero los funcionarios federales se lo impidieron. (Los médicos del proyecto de investigación finalmente decidieron realizar pruebas de covid-19 sin aprobación federal).

Pero eso no es todo. Según los informes, el presidente ignoró las advertencias tempranas sobre la gravedad del virus y se enojó con un funcionario de los CDC que en febrero advirtió que un brote era inevitable. La Administración Trump desmanteló la Oficina de Salud Global del Consejo de Seguridad Nacional, cuyo propósito era abordar las pandemias mundiales; ahora estamos pagando el precio por eso. “Trabajamos muy bien con esa oficina”, dijo Fauci al Congreso. “Sería bueno si la oficina todavía estuviera allí”.

Ahora podríamos enfrentar una escasez de ventiladores y suministros médicos, y los hospitales pronto pueden verse abrumados, si el número de casos de covid-19 aumenta a un ritmo similar en países como Italia. (Esto causaría no solo muertes innecesarias relacionadas con el covid-19, sino también muertes de aquellos que padecen otras dolencias que no tendrán acceso inmediato a la atención hospitalaria).

Las mentiras de Trump, lo más alarmante

Algunos de estos errores son menos graves y más comprensibles que otros. Hay que tener en cuenta que las cosas salen mal en el Gobierno cuando las personas se ven obligadas a tomar decisiones importantes basadas en información incompleta en un período de tiempo corto.

Sin embargo, en algunos aspectos, la avalancha de información falsa del presidente ha sido lo más alarmante de todo. Ha sido un deslizamiento de rocas una tras otra, como nunca hemos visto. Día tras día, tras día, negó descaradamente la realidad, en un esfuerzo por mitigar el daño económico y político que enfrentaba. Pero Trump está en el proceso de descubrir que no puede girar o twittear para salir de una pandemia. No hay nadie que pueda hacerle al covid-19 lo que el fiscal general William Barr hizo al informe de Mueller: mentir al respecto y salirse con la suya.

La información errónea y la mentira del presidente sobre el covid-19 son asombrosas. Él clamó que estaba contenido en Estados Unidos cuando en realidad se fue extendiendo. Afirmó que lo habíamos “apagado” cuando no lo habíamos hecho. Afirmó que las pruebas estaban disponibles cuando no lo estaban. Afirmó que el covid-19 algún día desaparecerá “como un milagro”; no lo hará. Afirmó que una vacuna estaría disponible en meses; Fauci dice que no estará disponible por un año o más.

Trump culpó falsamente a la Administración de Obama por impedir las pruebas de covid-19. Dijo que el covid-19 golpeó a Estados Unidos más tarde de lo que realmente lo hizo. (Dijo que habían pasado tres semanas antes del momento en que habló; la cifra real era el doble de eso). El presidente afirmó que el número de casos en Italia estaba mejorando “mucho” cuando empeoraba. Y en una de las declaraciones más impresionantes que ha hecho un presidente estadounidense, Trump admitió que prefería mantener un crucero frente a la costa de California en lugar de permitir que atracara, porque quería mantener la cantidad de casos reportados de covid-19.

“Me gustan los números”, dijo Trump. “Prefiero que los números se queden donde están. Pero si quieren quitárselos, se los quitarán. Pero si eso sucede, de repente sus 240 [casos] obviamente serán un número mucho más alto, y probablemente las 11 [muertes] también serán un número más alto”. (Las cabezas más frías prevalecieron, y sobre las objeciones del presidente, al crucero Gran Princesa se le permitió atracar en el Puerto de Oakland).

Y así sigue y sigue.

Fracaso masivo del liderazgo

Para empeorar las cosas, el presidente pronunció un discurso en la Oficina Oval destinado a tranquilizar a la nación y a los mercados, pero en cambio sacudió a ambos. La alocución del presidente fue incómoda y forzada. Peor aún, en varios puntos el presidente –que decidió improvisar y salirse del discurso del teleprónter – expresó erróneamente las políticas de su Administración, lo que la propia Administración tuvo que corregir. Las acciones bursátiles se desplomaron incluso cuando el presidente aún pronunciaba su discurso. En su discurso, el presidente llamó a los estadounidenses a “unificarse como una nación y una familia”, a pesar de haberse referido al gobernador de Washington Jay Inslee como una “serpiente” días antes del discurso y atacar a los demócratas la mañana siguiente. Como lo expresó Dan Balz, de The Washington Post, “casi todo lo que pudo haber salido mal con el discurso, salió mal”.

En conjunto, este es un fracaso masivo en el liderazgo que se deriva de un defecto masivo en el carácter. Trump es un mentiroso tan habitual que es incapaz de ser honesto, incluso cuando ser honesto serviría a sus intereses. Es tan impulsivo, miope e indisciplinado que no puede planificar ni pensar más allá del momento. Es una figura tan divisoria y polarizadora que hace mucho tiempo perdió la capacidad de unir a la nación en cualquier circunstancia y por cualquier causa. Y es tan narcisista e irreflexivo que es completamente incapaz de aprender de sus errores. La personalidad desordenada del presidente lo hace tan mal equipado para enfrentar una crisis como ningún otro presidente lo ha estado. Con pocas excepciones, lo que Trump ha dicho no solo es inútil; es francamente perjudicial.

La nación está reconociendo esto, tratándolo como un espectador pues los “directores de escuelas, comisarios deportivos, presidentes de universidades, los gobernadores y los propietarios de negocios en todo el país se encargan de paralizar gran parte de la vida estadounidense sin una orientación clara por parte del presidente”, en palabras de Peter Baker y Maggie Haberman, del diario The New York Times.

Donald Trump se está encogiendo ante nuestros ojos.

Es muy probable que el covid-19 sea el punto de inflexión de la Presidencia de Trump; el momento cuando todo cambió, cuando la bravuconería, la ignorancia y la superficialidad del 45º presidente de Estados Unidos se volvieron innegables, una realidad empírica, tan indiscutible como las leyes de la ciencia o una ecuación matemática.

Ha tardado mucho más de lo que debería, pero los estadounidenses ahora han visto al estafador detrás de la cortina. El presidente, enfurecido por haber sido desenmascarado, se volverá más desesperado, más amargado, más desquiciado. Él sabe que nada será igual. Su Administración puede tambalearse, pues será solo un cascarón hueco. La Presidencia de Trump ha terminado.

*Publicado en The Atlantic, 18 marzo 2020


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