24 de noviembre 2023
La explosión volcánica de alegría que vivimos los y las nicaragüenses el pasado 18 de noviembre con la coronación de Miss Universo, nos cruzó indiscriminadamente. Y, por lo que puedo ver ya pasados varios días, sus ecos todavía recorren los noticieros, pero también las calles, las filas de espera, los buses de transporte público, los mercados, los hospitales, las oficinas públicas, las empresas, las escuelas, los bares, los restaurantes y también los espacios más personales, como cuando estamos solos frente a una pantalla que vemos varias veces y revivimos, una y otra vez, la emoción de los sucesivos anuncios hasta el momento culminante.
La tecnología moderna ha hecho posible que las emociones ya no dependan solamente de un recuerdo o de la relectura de un ejemplar de periódico de hace varios días, sino de todos los videos, entrevistas y noticieros que podemos ver cuando queramos en las redes sociales y los diversos medios electrónicos. Emociones que no nos aburrimos de sentir porque es imposible que encuentren obstáculos en nuestros pensamientos y en nuestros corazones. Como dirían en billar, “pasan cholas”, sin censura ni autocensura. Emociones que necesitamos ante nuestras atribuladas experiencias cotidianas y que nos sirven para recordar de lo que podemos ser capaces.
En esa coronación de Miss Universo se juntaron una variedad de aspectos de mucha relevancia. Por un lado, la belleza de una joven nicaragüense reconocida como la más grande entre las grandes, tanto en su aspecto físico como en su naturalidad, sencillez, humildad y, al mismo tiempo, capacidad intelectual y dominio del escenario. En ella se ha sentido representada una inmensa mayoría de mujeres nicaragüenses.
Por otro lado, la profundidad de sus mensajes de un contenido de interés general y motivaciones sociales progresistas que reivindican los y las jóvenes nicaragüenses de este siglo.
Así también, la conexión de ese triunfo con un pasado de esfuerzo para salir adelante en algunas de las esferas que identifican a decenas de miles de personas: el autoempleo, el estudio-trabajo y el éxito en un proyecto propio.
No menos importante, su presentación no sólo en tanto moda o vestimenta, sino también en tanto símbolos: el zanate, la bandera nacional y otros que expresan el amor por su país y un compromiso genuino con su futuro.
Y, aunque no parecería necesario mencionarlo, el amor por su familia que se parece a una inmensa cantidad de familias de nuestro país con madres solteras que se esfuerzan por sacar adelante a sus hijos.
Por donde quiera que se acerque uno a la experiencia e ideas de la nueva Miss Universo, se encontrará con el paquete completo. Por esa razón me parece claro que la explosión del primer momento, tendrá una onda expansiva en todas esas direcciones durante el año en que Sheynnis Palacios ocupará la máxima corona de la belleza universal y, con toda seguridad, mucho más allá de eso.
Sheynnis logró que el nombre de Nicaragua quedara situado en lo más alto del orgullo nacional, orgullo que sentimos colectivamente pero también individuamente y que ya no pararemos de sentir así pasen cien años. Hizo que se incrementara nuestra autoestima como país sin complejos de ninguna índole, sin timidez ni falsa modestia. Y nos hizo sentir que ya no hay meta, sea en el orden personal o en el orden social, que esté fuera de nuestro alcance.