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La inevitable caducidad del régimen

¿Cuáles son las causas de la defenestración de las magistradas en la CSJ?

Bandera de Nicaragua

Foto: Archivo | Confidencial

Onofre Guevara López

7 de noviembre 2023

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Todo régimen político guardián del orden social establecido, sin excepción, tiene su tiempo de caducidad, aunque los individuos que lo conducen actúen como si su vigencia fuera para siempre. Con esta concepción no dialéctica de la vida, también imaginan que el aparente inmovilismo social es real, algo natural y por ello inmodificable.

Cuando por contradicciones del sistema establecido surgen fuerzas políticas forzando cambios sociales, esos gobernantes actúan cual son en realidad: reaccionarios. Reaccionan negativamente con furia represiva bajo el pretexto de que, por estar al frente del Estado, están obligados a defender “el orden social y la paz”, cuando en verdad están defendiendo sus intereses creados a la sombra del Estado y pretendiendo frenar el desarrollo histórico del país.


Con sus pretensiones reaccionarias, esos gobernantes –más si son autoritarios con caretas de izquierda— razonan con juicios políticos ideológicos progresistas, pero solo son recursos retóricos para justificar sus intereses; la ambición por el continuismo se les activa de modo incontrolable, sin respeto por nada ni por nadie.

Para ese tipo de gobernantes todo concepto humano y decente de la vida en sociedad dejó de existir, están aferrados al poder y para mantenerlo reprimen –incluso cometiendo delitos de lesa humanidad—; en su mente ya nada existe fuera de lo que sienten que les pertenece, comenzando con el control político sobre el Estado.

Esta es una empírica apreciación de hechos reales, y pese a su simplicidad, no es del entendimiento para quienes han caído absolutamente al margen de toda legalidad; viven divorciados de las cosas que son normales para la mayoría de la gente. Toda voz que cuestione sus abusos se les hace intolerable, incomprensible y condenable. Ellos han dejado de ser sencillos y no pueden ver las cosas en su real sencillez; ya no conciben la vida diferente a la suya, aun todo lo torcida que pueda ser, la ven perfecta, intocable.

II

Algo perogrullesco: el desarrollo humano y social tiene su propia dialéctica, y lo que pueda parecer estático responde a su ritmo natural; lo que unas veces se ve lento, y otras demasiado lento, es porque no ahondamos en las causas de las cosas; y cuando de pronto surgen nuevos hechos, nos parecen rarísimos, milagrosos. Cuando estos hechos son vistos con fanatismo político o religioso, parecerán castigos o maldiciones divinas.

Si se quisiera hallar algún ejemplo dialéctico de la caducidad de los regímenes políticos, bastaría recordar que, en la historia de nuestro país, no ha faltado una dictadura y todas han caducado.

La revuelta armada liberal de Zelaya en1893, después de barrer con los resabios cuasi feudales de los 30 años conservadores, su desarrollo no fue consecuente con los derechos conquistados, y derivó en su dictadura de 17 años.

A la dictadura zelayista la sustituyó la dictadura armada estadounidense con la complicidad conservadora (1912-1933)

Pasados los gobiernos de formación estadounidenses de Moncada y Sacasa (1928-1936) esa dictadura extranjera los suplantó con la dictadura somocista en tres fases, de 1936 a 1979.

La revolución que derrotó al último Somoza tuvo su caducidad, y después del paréntesis de los gobiernos democráticos neoliberales (1990-2007) que también caducaron, degeneró en la actual dictadura Ortega-Murilo, cuya caducidad está en vigencia.

No hay ningún milagro ni maldición, solo procesos de descomposición de cada una de las dictaduras.

III

En 1934, asesinado Sandino y los campesinos que lo seguían, Anastasio Somoza García, se proclamó el “Pacificador de las Segovias” y su concepto de la paz, significó el silencio impuesto a la población por medio del terror; primero a la población del Norte y luego se fue extendiendo a la de todo el país.

De 1934 a 1944, fue un período sin actividades políticas opositoras importantes; entonces, hasta mencionar el apellido Sandino se tenía que hacer en la intimidad por el miedo reinante… eran los primeros “tiempos de paz” somocista. Las primeras manifestaciones públicas costaron persecución, cárcel y muerte; oficiales de la Guardia montada, con fustes en manos golpeaban estudiantes en las calles, y se metían con sus caballos a las casas donde se refugiaban manifestantes.

Así le tocó romper ese tiempo de “paz” a la Generación Estudiantil del 44, y después siguieron en las calles otros sectores de la población hasta derrotar la pretensión reeleccionista de Somoza García, planeada para las elecciones de 1946. Somoza se vio obligado renunciar a la reelección; impuso al doctor Leonardo Argüello, con un escandaloso fraude y luego, el mismo Somoza derrocó 27 días después de su toma de posesión para continuar su dictadura con otros títeres.     

Todo el mundo achacó ese golpe de Estado al autoritarismo y la ambición de poder del dictador; pero esa no fue toda la verdad. Somoza García se vio impulsado a efectuar ese golpe, porque tuvo miedo a la capacidad y la fuerza movilizadora de la población que, en condiciones nada democráticas y pese a las maniobras y las represiones, con su voto mayoritario había demostrado su decisión de no dejarse dominar fácilmente.

Por ese temor, el dictador recurrió al método muy propio de toda dictadura: usó las armas, y con ellas respaldó sus elecciones fraudulentas. Con ese método, los Somoza siempre fueron “por más victorias”. Pero no encontraron ninguna solución a las crisis políticas que ocasionaron durante 45 años, hasta que la última de sus dictaduras chocó con una revolución.

IV

No hay ningún paralelismo entre aquella situación y la actual, pero es válido recordar estas cosas como pruebas de que no hay poder político sin fecha de vencimiento –aunque no se sepa cuándo ni cómo— porque el proceso histórico no se ve, pero se siente, o se hace sentir.

Otro hecho de imposible paralelismo, es que ahora en nuestro país, nadie –absolutamente nadie en la oposición— piensa en un cambio político por la vía armada, no solo por los costos humanos que esta ha conllevado, sino por su inutilidad para resolver los problemas; las rebeliones armadas han producido y reproducido fatales resultados. Como se dice popularmente con certeza, ese “remedio ha salido peor que la enfermedad”.

Si el proceso histórico no se detiene, tampoco es necesario repetir los métodos y formas de lucha para lograr los cambios políticos sociales. El proceso que dará al país un nuevo estadio para su desarrollo democrático, será con medios cívicos. Ha sido demasiada la sangre derramada sin ningún provecho.

V

Debe tomarse en cuenta también que los mismos sistemas políticos productos de los cambios –violentos o pacíficos— están sujetos a su propio proceso de cambios. No nacen completos ni definitivos, necesitan renovación para no estacarse; sus cambios, a la vez, no son para siempre, porque son partes de un proceso dialéctico.

Cuando un régimen pugna por cualquier medio por su perennidad –más si este medio es la violencia— resulta contrario al cambio mismo; en otras palabras, se volverá un régimen de fuerza conservador, instrumento reaccionario en manos de gobernantes autoritarios.

Es que los hechos de fuerza contra el progreso social se convierten cultivan su propia descomposición, lo cual reclama transformación, porque ya no responde a las necesidades de la sociedad y del país. Esta es, precisamente, la situación del régimen orteguista, y por ello, mientras “la paz y el orden” lo mantengan con represión contra toda expresión libre, nacerán más evidentes de su descomposición, pese al bozal informático.

De todos modos, todo se conoce, aunque no se conozca todo, y en lo que se conoce hay siempre algo de especulativo. Por su incapacidad de parar esta descomposición, el sistema político autoritario amplia su violencia, lo cual a su vez estimula el desarrollo de factores que lo descomponen aún más.        

Por ignorar este fenómeno dialéctico, causan sorpresas las destituciones, detenciones, humillaciones y expulsiones de funcionarios públicos de alto nivel, como son los casos de las magistradas de la Corte Suprema de Justicia Alba Luz Ramos y Yadira Centeno, ambas con mucho tiempo de servicio a la dictadura. Antes y después de esto, sus respectivos asesores y familiares, empleados del CSE han corrido la misma suerte. Todo normal dentro del proceso histórico de obsolescencia que vive la dictadura.

El Poder Judicial es el tercer Poder del Estado en importancia en el orden burocrático institucional, pero primero en responsabilidad para con los derechos y la justicia de la ciudadanía, a la cual le ha fallado absolutamente.

¿Cuáles son las causas de la defenestración de estas personas?

Imposible saberlas con exactitud en este mundo de silencio en que vive este gobierno. Pero, cualesquiera sean las causas, hay una fundamental, aunque la quisieran ocultar: la descomposición de un régimen con acciones al margen de toda legalidad y en contra de todo derecho humano y constitucional. Son señales inequívocas de que vive su antagonismo con las leyes del desarrollo democrático del país.

Su caducidad, demanda una sustitución democrática sin sombras del caudillismo vernáculo, pero con nuevas fuerzas políticas capaces de entender las necesidades del proceso histórico y saberlas satisfacer.

Al margen de estas cuartillas

*Ejemplo ridículo de la perennidad de una familia en el poder, es la monarquía, obsolescencia pura…

*España vive esa obsolescencia; con actos propios de la Edad Media, pero en tecnicolor, así fue la juramentación de la princesa Cristina a la Constitución, cuando cumplió 18 años…

*En tal ocasión, desde la extrema derecha hasta el socialdemócrata PSOE gobernante, dieron muestras de servilismo ante “la Corona”…

*Como se recuerda, los Borbones fueron rescatados por el dictador fascista Francisco Franco…

*Aquí, no necesitamos recordar que la dinastía Ortega-Murillo, es un rescate de la dinastía somocista...

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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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