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La espiral de violencia que desembocó en Hamás

Cuando Hamás ataca a civiles israelíes, sabe que la respuesta serán contraataques que terminarán con muchos civiles muertos y heridos en Gaza

violencia Hamás

El humo se eleva después de que aviones de combate israelíes atacaran la torre Palestina en la ciudad de Gaza, el 7 de octubre de 2023. Foto: EFE | Confidencial

Peter Singer

14 de octubre 2023

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Los descarados y sanguinarios ataques de Hamás a Israel fueron condenados, con razón, por todo el mundo. Si se trata de una guerra, y ambos bandos coinciden en ello, el ataque deliberado de Hamás a civiles representa un serio crimen de guerra.

Pero la brutalidad de Hamás no salió de la nada, la lección que nos deja lo que está ocurriendo en Israel y Gaza es que la violencia engendra violencia.


La última posibilidad real de evitar el trágico conflicto entre Israel y Hamás fue destruida con una única muerte: el asesinato del primer ministro israelí Isaac Rabin en 1995. Su asesino no fue un militante palestino, sino un extremista israelí opuesto a los Acuerdos de Oslo, con los que Rabin buscaba un pacto que creara una «tierra de paz», algo repugnante para los radicales israelíes, para quienes la soberanía judía de la Tierra Santa no es negociable.

El asesinato de Rabin ocurrió al final de una movilización por la paz a la que asistieron más de 100 000 israelíes, deseosos de ver el fin de las hostilidades entre Israel y Palestina, lo que en ese momento parecía una esperanza realista.

Quienes más se beneficiaron con el asesinato fueron los nacionalistas israelíes, principalmente Benjamín Netanyahu, líder del partido de derecha Likud. Netanyahu había rechazado los Acuerdos de Oslo porque exigían que Israel se retirara de los territorios que había ocupado después de la guerra de los Seis Días, en 1967. En una protesta contra los acuerdos y contra Rabin, Netanyahu lideró el simulacro de una procesión funeraria... con un féretro, el dogal del verdugo y todo.

En los años posteriores al asesinato de Rabin, y especialmente después del fracasado intento de lograr un acuerdo en Camp David en 2000, los extremistas de derecha llegaron al poder en Israel y la perspectiva de crear un Estado palestino viable en los territorios ocupados desapareció por completo. Al mismo tiempo, el movimiento secular del líder palestino Yaser Arafat, el Fatah, fue incapaz de lograr la categoría de Estado para Palestina, lo que fortaleció al grupo islamista Hamás que, junto con otras organizaciones militantes palestinas, basa su legitimidad en el asesinato de israelíes (y de quienes son acusados de colaborar con Israel).

Gracias a que Hamás amplió su influencia y exportó la violencia desde Gaza —a la que controla desde 2007— a Cisjordania, ocupada por los israelíes y nominalmente a cargo de la Autoridad Nacional Palestina —controlada por el Fatah—, cada vez más israelíes apoyaron las medidas represivas prometidas por Netanyahu. Y, como la desventurada Autoridad Palestina fue incapaz de detener la implacable expansión de los asentamientos judíos en Cisjordania, el ciclo de extremismo y violencia continuó.

Netanyahu comanda ahora el gobierno nacionalista más fanático de la historia de Israel, que incluye al ministro de finanzas Bezalel Smotrich, entre cuyas responsabilidades se cuenta la administración de gran parte de la Cisjordania ocupada. Smotrich incitó en reiteradas ocasiones a la violencia contra los palestinos.

En febrero, después de que un palestino asesinara a tiros a dos colonos israelíes, cientos de israelíes arrasaron Huwara, un poblado palestino cercano, en escenas que hacían recordar a los pogromos cosacos contra los asentamientos judíos rusos más de un siglo antes. Los israelíes prendieron fuego a Huwara y causaron la muerte de uno de sus habitantes y heridas a otros. Como ocurrió con la policía rusa durante los pogromos, las fuerzas israelíes que estaban en la zona no intervinieron para proteger a los residentes ni para arrestar a los autores del crimen.

Nada de esto es excusa para las atrocidades de los terroristas de Hamás contra los civiles israelíes, en las que murieron más de 1000 personas, en su mayoría civiles indefensos (y entre quienes había mujeres y niños). Hay videos espantosos en los que se ve a terroristas de Hamás disparar a jóvenes a sangre fría durante un festival de música. En términos proporcionales, en este ataque murieron 10 veces más personas que en los de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center y el Pentágono.

Cuando Hamás ataca a civiles israelíes, sabe que la respuesta serán contraataques que terminarán con muchos civiles muertos y heridos en Gaza. Hamás ubica sus sitios militares en áreas residenciales y espera limitar con esa táctica los ataques israelíes o, al menos, reducir el apoyo internacional a Israel.

Hamás capturó, según se dice, unos 150 rehenes y afirmó que matará a uno de ellos cada vez que Israel bombardee un hogar gazatí sin aviso. Los líderes de Hamás seguramente recuerdan que en 2011 Netanyahu, como primer ministro, estaba dispuesto a liberar a más de 1000 prisioneros palestinos —algunos de ellos, terroristas— a cambio de un único soldado israelí cautivo. Con ese telón de fondo, tal vez crean que Israel no está preparado para sacrificar las vidas de los rehenes en pos de sus objetivos militares.

Si eso es lo que creen, tal vez descubran que se equivocaron. Está por verse si Israel podrá eliminar a Hamás como fuerza militar... pero queda claro que en la lucha por ese objetivo, está preparado para perder muchas vidas, probablemente tanto de soldados como de rehenes.

Es difícil saber cuán lejos llegará con su intención de privar de electricidad, combustible, alimentos y agua a los 2 millones de ciudadanos gazatíes, muchos de los cuales son niños. De lo que hay certeza es que los brutales crímenes de Hamás no otorgan a Israel el derecho a hacer pasar hambre a niños.

Para muchos observadores extranjeros la causa de la autonomía Palestina y su condición de Estado es superior desde un punto de vista moral, pero esa causa quedó manchada por los truculentos asesinatos y secuestros —muchos de ellos, filmados— que se llevaron a cabo en su nombre. Paradójicamente, si los palestinos desean recuperar la superioridad moral, deben desear también la destrucción de Hamás. Mientras Hamás sea capaz de afirmar que los representa, las maldades que perpetró mancillarán su causa.

*Texto originalmente publicado por Project Syndicate

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Peter Singer

Peter Singer

Profesor de Bioética de la Universidad de Princeton. Autor de "Ética práctica", "Salvar una vida", "Ética en el mundo real" y "Liberación Animal, ahora".

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