Logo de Confidencial Digital

PUBLICIDAD 1M

PUBLICIDAD 4D

PUBLICIDAD 5D

La cumbre demostró la fragilidad de la democracia en las Américas

Biden se planteó la Cumbre, pero la convocatoria puso de manifiesto que él y sus asesores no entendían bien la actual dinámica política en la región

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, le da la mano al presidente de Ecuador, Guillermo Lasso mientras el presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez y el presidente de Argentina, Alberto Fernández observan durante la Cumbre de las Américas. Foto: EFE | Confidencial

Daniel Morcate

14 de junio 2022

AA
Share

Con la reciente Cumbre de las Américas el Gobierno del presidente Joe Biden tuvo un atisbo del desorden y la tendencia autocrática que tiene la política en nuestra región. Las buenas intenciones del mandatario y sus asesores no bastaron para disimularlo. Por eso, el que se haya celebrado esta novena edición del encuentro fue casi un milagro del que podemos desear que salga algo bueno. Pero no mucho más.

El objetivo fundamental de la reunión era plausible: demostrarles a los vecinos del Sur que el nacionalismo pedestre de Donald Trump, en el que solo hubo desdén para ellos, había quedado atrás con la desaparición del régimen oscurantista de su líder. Pero Biden y sus asesores subestimaron las simpatías de algunos dirigentes latinoamericanos por la autocracia, incluyendo la que practicó Trump con su estilo chabacano y matonesco. Jair Bolsonaro y Nayib Bukele son imitadores de Trump que hablan portugués y español, respectivamente. Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega llevan años impartiendo lecciones de despotismo. Y Andrés Manuel López Obrador se comporta como un caudillo mexicano decimonónico de los que magistralmente describe Enrique Krauze en su Siglo de caudillos.

Biden se planteó la Cumbre como parte de su esfuerzo por robustecer la democracia en momentos en que esta libra una lucha sin cuartel con el autoritarismo incluso en Estados Unidos. Pero la convocatoria a la Cumbre puso de manifiesto que tanto él como sus asesores de política exterior no entendían bien la actual dinámica política en la región. No solo subestimaron las tendencias dictatoriales de gobernantes latinoamericanos y caribeños. También menospreciaron la influencia en nuestro hemisferio de viejas dictaduras como la china, la rusa, la cubana y la venezolana. Un mandatario que asistió al encuentro de Los Ángeles, el argentino Alberto Fernández, admitió con candor que se debió invitar al régimen despiadado de Venezuela porque le ha vendido petróleo a su país durante la aguda crisis que ha creado la brutal invasión rusa a Ucrania.

En la mejor tradición liberal estadounidense, Biden quiso tratar a sus colegas latinoamericanos como adultos y como sus iguales. Y por ello casi sale trasquilado. El norteamericano aspira a fortalecer la democracia de Estados Unidos tras los implacables ataques que sufriera durante la era de Trump, cuyo mal ejemplo cundió por el mundo. Pero muchos gobernantes latinoamericanos no comparten su credo democrático. Prefieren apelar al viejo expediente de la demagogia populista para marear a sus simpatizantes y a la mano dura para apalear a sus opositores.

Tras el encuentro de Los Ángeles, Biden y sus asesores sacan conclusiones. Parecen aliviados de que se logró una declaración general de principios, suscrita por más de 20 gobernantes, para invertir miles de millones de dólares en países que generan emigración, mejorar el trato a los migrantes y aumentar modestamente las cuotas de refugiados de la región que aceptarán Estados Unidos, Canadá y México en los próximos años. En estos tiempos de éxodos desesperados y en masa, no es un logro trivial. Biden también considera importante el haber podido “mirar a los ojos” a algunos de sus homólogos con los que mantiene diferencias de estilo y contenido. “Solía bromear con Obama”, declaró, “que toda la política es personal, que hace la diferencia cuando…se mira a alguien a los ojos y se entiende un poco mejor lo que lleva en el corazón”.

Ojalá que Biden haya comprendido que algunos de esos gobernantes a los que miró a los ojos llevan afanes autocráticos en el corazón. Para no hablar de los que se negaron a asistir a la cumbre. Esto tal vez le permitiría entender que un Gobierno democrático, como el de Estados Unidos, promovería la democracia con mayor efectividad si se mostrara más solidario con las sociedades civiles latinoamericanas, con los opositores y activistas de derechos humanos que luchan por instituir sistemas de gobiernos basados en el respeto a los derechos humanos y a la legalidad.

Con cumbre o sin ella, Estados Unidos tiene la misma responsabilidad política que ha tenido a la largo de su historia republicana: ser, a pesar de sus serias imperfecciones, un faro de democracia y libertad para otros pueblos, especialmente para sus vecinos del sur, cuyas sociedades surgieron de tradiciones menos liberales. Algunos presidentes estadounidenses descuidaron ese rol histórico de la nación. Trump lo desdeñó cuando pensó que le convenía políticamente. Pero Biden hace muy bien en intentar renovarlo, aunque la tarea a veces le resulte difícil e ingrata como sucedió en la cumbre de Los Ángeles.
*Este artículo se publicó originalmente en Univisión Noticias.

PUBLICIDAD 3M


Tu aporte nos permite informar desde el exilio.

La dictadura nos obligó a salir de Nicaragua y pretende censurarnos. Tu aporte económico garantiza nuestra cobertura en un sitio web abierto y gratuito, sin muros de pago.



Daniel Morcate

Daniel Morcate

PUBLICIDAD 3D