13 de junio 2019
Entender cómo resolver el impase político que nos aqueja se ha vuelto deporte nacional. Unos proponen paro indefinido; otros balas. Por su parte el Gobierno, en su afán de imponer su añorada normalidad, aprobó con 69 votos a favor la “Ley del Plan Integral de Atención a Víctimas del Terrorismo Golpista” – o Ley del perdón[1]. Dicha ley busca ofrecer a víctimas de violencia acceso gratuito a centros recreativos con el fin de pacificar el país. Pero pronto nos daremos cuenta que hacer la guerra es más fácil que hacer la paz.
No existe fórmula perfecta para alcanzar la paz. Lo que existe son lecciones aprendidas de procesos fallidos como Palestina-Israel, y exitosos como Sudáfrica, Ruanda y Colombia. De este último se pueden extraer lecciones para Nicaragua, empezando por entender que una paz bien pavimentada lleva tiempo construir. En su más reciente libro “La batalla por la paz”, el expresidente colombiano Juan Manuel Santos resalta seis grandes lecciones para acabar en cuatro años un conflicto armado de medio siglo, esfuerzo que lo llevó a recibir el más alto reconocimiento en materia: el Nobel de la Paz 2016.
1. Lograr una correlación de fuerzas favorables
En los diversos intentos de paz, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se sentían cómodas; con poca voluntad de negociar. En el proceso de paz de 1999[2] ni llegaron a la mesa de negociación acordada. Para entonces tenían el mayor número de soldados de su historia así como recursos ilimitados del narcotráfico y de la extorsión. Sus soldados lucían armas y uniformes nuevos. Habían pasado de la guerra de guerrillas (atacar sin ser vistos) a la guerra de posiciones (fortificaciones). Además, tenían en su mano a varias figuras públicas de rehenes.
No fue hasta que la correlación de fuerzas se inclinara a favor del Estado que la guerrilla estaría dispuesta a ceder concesiones. Para ello el Estado multiplicó y profesionalizó las fuerzas armadas y la inteligencia militar logrando neutralizar a muchas de las cabecillas de las FARC – Mono Jojoy en 2010[3] y Alfonso Cano en 2011[4]. No se trató de exterminar al movimiento, sino inclinar la balanza para hacerles entender que su único camino era negociar.
2. Convertir en aliados a tus enemigos
Cuando se persigue un fin superior como la paz, se debe de trabajar en agendas con aquellos con ideologías y posiciones encontradas. Este fue lo que Santos hizo con Hugo Chávez y Rafael Correa – expresidentes de Venezuela y Ecuador, respectivamente – con los que tuvo un sinnúmero de conflictos que les llevó en varias ocasiones a romper relaciones y militarizar fronteras. Pero cuando se trató de apoyar la paz en Colombia, no les tembló la mano en hacer las paces. Algo que el mundo entero aplaudiría, pero que su gente odiaría. Trabajar con rivales es algo que muchos reprochan como muestra de debilidad. Pero no hay nada más pragmático en la búsqueda de un fin superior que convertir a tus enemigos en aliados; no necesariamente en amigos.
3. Algunas veces hay que negociar en medio del conflicto
Lo ideal en una negociación de paz es un ambiente de no confrontación. Pero un acuerdo de no agresión puede ser contraproducente al permitir que la otra parte se fortalezca. En varios intentos de paz en Colombia las FARC ganó terreno después de acordar un cese al fuego, lo que no hacía más que alargar el proceso. No había mayor incentivo por llegar a la paz sin presión militar. Por eso, mientras no se firmará el acuerdo definitivo, a Santos le tocó confrontar militarmente a todo grupo que atentase contra la seguridad de los colombianos. Independientemente de si estaban sentados negociando. Y aun así le fue difícil convencer a la opinión pública que es preferible negociar en medio de la guerra.
4. La paz como fin último
El fin común de los negociadores es terminar el conflicto. No obstante, entran otros temas que desvían la atención de la negociación como el cambio de paradigmas políticos o modelos económicos. No es que no deberían de ser la mayor aspiración. Solo que no se va a resolver en una mesa de negociación cuyo fin es sentar las bases para que las discusiones de calado se hagan por vías democráticas. Esa es la definición de un verdadero proceso de paz. Cambiar las balas por los votos, en elecciones libres y creíbles. Que quienes persiguen el cambio o el statu quo por la fuerza pasen a construirlo en el seno de la democracia.
5. Importancia del apoyo internacional
En un mundo tan globalizado, ningún país puede pretender alcanzar sus objetivos sin acompañamiento internacional. El común denominador de los procesos exitosos de paz ha sido la existencia de mediadores, garantes, testigos o verificadores internacionales. El mismo Santos cita el Proceso de Esquipulas, construido por el grupo de Contadora[5], donde cinco presidentes respaldados por países aliados lograron dibujar una hoja de ruta entre 1985 y 1987 para promover la paz en Centroamérica. No por nada Santos contó con el apoyo de un gran número de países, incluyendo a Venezuela y Chile como acompañantes, y a Cuba y Noruega como garantes.
6. Las víctimas deben estar en el centro de la solución
Las víctimas no solo deben ser sus grandes impulsoras sino las más grandes beneficiadas de un proceso de paz. No se trata solamente de acabar con un momento donde la violencia imperó. Sino acabar con un ciclo donde nunca más se vuelvan alzar las armas. Y esto requiere audacia. Pretender alcanzar la paz por decreto o ley distinguiendo al victimario es miope. Quedarán muchas cicatrices que nos recuerden el dolor y la tragedia del pasado que no nos dejará avanzar hacía el futuro. No habrá perdón sin verdad, justicia, reparación, y no repetición. Sobre todo no habrá alivio mientras existan nuevas víctimas.
En el proceso de paz colombiano participaron más de 3000 víctimas en diversos foros, incluyendo algunos que asistieron para contar su historia en la mesa de negociación. Además, se crearon espacios donde se podían hacer sugerencias y perdonarse cara a cara. Inclusive se atrevió a organizar un referéndum, que acabó perdiendo, pero que logró fortalecer y legitimar el trato. Sobre todo, porque tanto las víctimas directas, las víctimas potenciales y la oposición se sintieron parte del proceso.
Los paralelos entre Colombia y Nicaragua son notables. El camino es igual de sinuoso. Tanto la Alianza como la Unidad podrían rescatar algunas lecciones. Como juntar el poder económico de los empresarios con el poder movilizativo de los campesinos en los territorios para inclinar la correlación de fuerzas. Acercarse más a la gente por medio de consultas en línea o grupos focales. A nosotros, potenciales víctimas, nos toca presionar desde nuestras trincheras, para que no haya ningún Eddy Montes más.