8 de diciembre 2022
¿Es posible una guerra entre Estados Unidos y China por Taiwán? China considera que la isla —ubicada a 90 millas (145 kilómetros) de su costa— es una provincia renegada, y el presidente Xi Jinping mencionó el tema en el reciente 20.° Congreso del Partido Comunista de China (PCCh). Aunque Xi afirmó que prefiere una reunificación pacífica, su objetivo fue claro y no descartó el uso de la fuerza. Mientras tanto, en Taiwán, el porcentaje de la población que se solo identifica como taiwanesa sigue superando al de quienes se consideran tanto taiwaneses como chinos.
Desde hace mucho EE. UU. trata de convencer a Taiwán de que no declare oficialmente su independencia y de evitar que China use la fuerza contra la isla, pero China ha estado aumentando su capacidad militar y el presidente de EE. UU., Joe Biden, mencionó ya en cuatro ocasiones distintas que su país defenderá a Taiwán. En cada una de esas ocasiones la Casa Blanca publicó «aclaraciones» destacando que no cambió la política estadounidense de «una sola China».
Pero China replicó que las visitas recientes de funcionarios estadounidenses de alto nivel a Taiwán están convirtiendo a esa política en una cáscara vacía. China respondió al viaje de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EE. UU., disparando misiles cerca de la costa de Taiwán. ¿Qué pasará si el representante Kevin McCarthy se convierte en presidente de la Cámara, ahora bajo el control de los republicanos, y lleva adelante su amenaza de encabezar la visita de una delegación oficial a la isla?
Cuando el presidente estadounidense Richard Nixon viajó a China y se reunió con Mao Zedong en 1972, ambos países estaban interesados en equilibrar el poder soviético porque entendían que la URSS era su mayor problema, pero ahora China se alineó por conveniencia con Rusia porque ambos países entienden que su mayor problema es EE. UU.
De todas formas, Nixon y Mao no lograron ponerse de acuerdo sobre la cuestión de Taiwán, por lo que adoptaron una fórmula diseñada para posponerla: EE. UU. aceptaría que quienes estaban ambos lados del estrecho de Taiwán eran chinos y reconocería a «una sola China» (la República Popular China en el continente, pero no a la República China de Taiwán). Ambas partes ganaron tiempo para lo que el sucesor de Mao, Deng Xiaoping, llamó la «sabiduría de las generaciones futuras». Nos recuerda a la fábula de un prisionero medieval que demora su ejecución prometiendo que enseñará a hablar al caballo del rey. «Quién sabe», dijo, «tal vez el rey muera, o muera el caballo... o aprenda a hablar».
Durante cinco décadas tanto China como EE. UU. disfrutaron el aplazamiento. Después de la visita de Nixon, la estrategia estadounidense fue la de vincularse con China con la esperanza de que el aumento del comercio y el crecimiento económico ampliaría su clase media y llevaría a su liberalización. Tal vez hoy esa meta parezca excesivamente optimista, pero no era una política completamente ingenua. Como reaseguro, el presidente Bill Clinton reafirmó el tratado de seguridad de EE. UU. con Japón en 1996, y su sucesor, George W. Bush, mejoró las relaciones con la India. Además, China mostró algunas señales de liberalización a principios de este siglo. Xi, sin embargo, ajustó el control del PCCh sobre la sociedad civil y en regiones como Sinkiang y Hong Kong, y dio señales de su ambición de recuperar Taiwán.
Las relaciones de EE. UU. con China están en su peor momento en más de 50 años. Hay quienes culpan por ello al expresidente Donald Trump, pero en términos históricos, Trump solo fue un niño que echó más gasolina a un fuego que ya existía. Fueron los líderes chinos quienes encendieron el fuego con la manipulación mercantilista del sistema comercial internacional, el robo y la transferencia coercitiva de propiedad intelectual occidental, y la militarización de islas artificiales en el mar de la China Meridional. La reacción estadounidense ante esas acciones fue bipartidista. No fue hasta fines de su segundo año como presidente que Biden se reunió personalmente con Xi (en la reciente cumbre del G20 en Bali).
El objetivo estadounidense sigue siendo evitar que China use la fuerza contra la isla y que los líderes taiwaneses declaren su independencia de derecho. Algunos analistas se refieren a esta política como una «ambigüedad estratégica», pero también se la puede describir como una «disuasión doble». En los meses previos a su asesinato, el ex primer ministro japonés Shinzō Abe instó a EE. UU. a comprometerse más claramente con la defensa de Taiwán. Otros expertos, sin embargo, temen que un cambio de política de ese tipo provoque una respuesta de los chinos, ya que eliminaría la ambigüedad que actualmente les permite aplacar el sentimiento nacionalista.
¿Qué tan probable es un conflicto? El jefe de operaciones navales estadounidenses advierte que el creciente poder naval de los chinos puede tentarlos a actuar pronto si consideran que el paso del tiempo no los favorecerá. Otros creen que el fracaso en Ucrania del presidente ruso Vladímir Putin llevó a China a adoptar una actitud más cautelosa y que el país esperará hasta después de 2030. Aún si China se abstiene de una invasión a gran escala y trata simplemente de coaccionar a Taiwán con un bloqueo o apoderándose de alguna isla costa afuera, un choque de barcos o aviones podría cambiar rápidamente la situación, en especial si hubiera víctimas fatales. Si EE. UU. reacciona congelando los activos chinos o invocando la Ley de Comercio con el Enemigo, ambos países podrían caer en una guerra fría real (en vez de una metafórica), o incluso en una guerra caliente.
Sin la cuestión de Taiwán, la relación chino-estadounidense se ajusta al modelo que el ex primer ministro australiano Kevin Rudd llama «competencia estratégica administrada». Ninguno de los dos países representa una amenaza para el otro (como lo fue la Alemania de Hitler en la década de 1930 o la Unión Soviética de Stalin en la década de 1950). No buscan la conquista del otro, ni podrían lograrlo, pero si falla la administración de la cuestión de Taiwán, el conflicto podría convertirse en existencial.
EE. UU. debiera seguir desalentando la independencia formal taiwanesa pero, al mismo tiempo, ayudar a Taiwán a convertirse en un «puercoespín» difícil de tragar. También debiera trabajar con sus aliados para fortalecer la disuasión naval en la región, pero debe evitar acciones y visitas abiertamente provocadoras que puedan llevar a China a acelerar los planes de una invasión. Como Nixon y Mao reconocieron hace mucho, las estrategias y los acuerdos diplomáticos para ganar tiempo tienen grandes ventajas.
Texto original publicado por Project Syndicate