12 de agosto 2019

Pepe Mujica y el difícil perdón

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El “sistema” de corrupción e impunidad es el único que hoy respira con tranquilidad y celebra en Guatemala
El candidato a la presidencia de Guatemala Alejandro Giammattei (c), habla junto al candidato a vicepresidente Guillemo Astillo (d) durante la celebración de su victoria virtual electoral. // Foto: EFE
Si la participación en las elecciones fuera como las bolsas de valores, la democracia electoral guatemalteca se ha desplomado. Asistieron a las urnas 33% menos votantes que a la segunda vuelta anterior, y cayó a casi la mitad de quienes votaron en la primera vuelta de 2015, cuando era probable una victoria contra el sistema de corrupción e impunidad. Así, descafeinada, con apenas 38% de participación, llega la primera victoria electoral de Alejandro Giammattei, el radical de derecha y sempiterno candidato desde hace 20 años.
Descafeinada o no, esta es una victoria para el sistema que gobierna Guatemala desde siempre. Con escasas excepciones en los últimos cien años. Una, en los años veinte del siglo pasado, cuando los unionistas demócratas gobernaron. Otra, entre 1944 y 1954, con la revolución democrática de Arévalo y Árbenz. Y la última, cuando una revolución desde la justicia entre 2008 y 2018 hizo que Guatemala se convirtiera en el único país del continente en el que ninguna persona, por más poderosa que fuera, se salvó de enfrentar a la justicia por crímenes cometidos, fueran de sangre o de cuello blanco. Esa revolución desde la justicia ganó fama mundial cuando llevó al banquillo de los acusados a dos jefes de Estado. El exdictador Efraín Ríos Montt, por genocidio, en 2013. Y, al compás de manifestaciones multitudinarias en 2015, encarceló y enjuició al presidente y general retirado Otto Pérez Molina, por liderar una estructura de corrupción e impunidad.
‘El sistema’ es el único que hoy respira con tranquilidad y celebra en Guatemala.
Respira con tranquilidad porque después de estar contra las cuerdas entre 2016 y 2018 –con 650 de sus poderosos integrantes capturados y enjuiciados por delitos de corrupción e impunidad–, ha asegurado que mantiene su hegemonía y ha recuperado la legitimidad internacional.
Giammattei, un candidato inofensivo para este sistema, les ha asegurado que a pesar del apoyo popular y los éxitos contra las mafias, no pedirá a la ONU renovar el mandato de la CICIG, que después de 12 años caduca el 3 de septiembre.
Durante su campaña no ha publicado ninguna crítica al sistema, ni ofrecido reforma alguna para arreglarlo.
Y el sistema ofrece algunos puntos, que digamos, pueden catalogarse como débiles.
Pero no. Giammattei no tiene ninguna crítica ni ninguna propuesta concreta para resolver alguno de estos temas del fracasado sistema guatemalteco. Giammattei le da oxígeno al sistema, que se aferra por sobrevivir aunque sea un fracaso.
Después de ayer, Guatemala puede presentarse ante el mundo como una democracia (aunque no sea una democracia plena porque se prohibió la participación de la principal candidata opositora, la exfiscal Thelma Aldana, quien está refugiada en Estados Unidos antes los planes para asesinarla, revelados por la DEA).
Como Giammattei no fue quien hizo las trampas para participar o evitar la participación de sus contrincantes, es un presidente electo con la legitimidad de las maneras democráticas, aunque sea una democracia desplomada.
Y Giammattei tiene ante sí todo para fracasar.
– Apenas 10% de diputados en el próximo Congreso y ninguno en el actual, que deberá elegir cortes en octubre.
– Un equipo de trabajo débil, en el que se combinan empleados de la patronal, militares oscuros y algunos técnicos.
– La amenaza de Trump de estrangular económicamente al país.
– Demandas ciudadanas que no le darán una luna de miel ni compás de espera cuando comparta protagonismo con el presidente saliente y asuma el 14 de enero.
Eso sí, al menos podrá renovar el gabinete del peor gobierno de la historia democrática, de Jimmy Morales. Y anunció, al menos, que no mantendrá a los ministros Enrique Degenhart, Gobernación; ni Sandra Jovel, de Relaciones Exteriores.
Guatemala, que vio la luz al final del túnel entre 2015 y 2018, continuará en un invierno de corrupción, impunidad y desigualdad. Y necesitará de su ciudadanía, jueces y aliados internacionales para construir una resistencia y no implosionar (más) antes de la siguiente elección, en el lejano 2023.
*Director de Nómada
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