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Golpistas versus sapos

Con una acusación de golpista, podés mandar a alguien a prisión, en cambio con llamar a alguien sapo, estás develando la falta de valores y principios

Con una acusación de golpista

Guadalupe Wallace Salinas

26 de septiembre 2018

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La descalificación como arma política no necesita probar hechos ni hacer una argumentación. Basta con poner una etiqueta, repetirla mil veces y apelar a las bajas pasiones. Seguramente la inmediatez, masividad y baja transparencia de las redes sociales contribuyen a su mayor diseminación, pero el fenómeno es tan viejo como la humanidad.

Las descalificaciones, injurias e infamias han servido para destruir la reputación de numerosas personas así como convertir en parias, enemigos o blanco de ataques violentos a infinitos grupos sociales. Calificativos como “agentes de la CIA”, “comunistas” o “contra revolucionarios” sirvieron en la época de la guerra fría para mandar a miles a la cárcel o a la muerte. Nicaragua incluido. Como dice Roitmann “el lema era claro: la difamación justifica la muerte y quiebra voluntades. Sembrar desconcierto y duda son buen material para talar el árbol que hace sombra.” (La Jornada, 2 abril 2005).


Las descalificaciones en la Nicaragua desde hace cinco meses se han multiplicado: “vampiros, chupa sangre, delincuentes, diminutos, vandálicos, minúsculos, almas tóxicas, seres pequeños, plagas, almas mezquinas, mediocres, relegados, basureros de la historia, diabólicos, siniestros, satánicos, cobardes, chingastes, puchitos, caricaturas, fantasmas, poca cosa” son parte del hermoso arsenal de epítetos que la señora del Carmen en representación del poder público, ha lanzado contra la población por ejercer su derecho a la protesta y por exigir sus libertades básicas.

Sin embargo la gran mayoría de ellos, no ha funcionado como supongo lo esperaba. Muchos de los supuestos insultos han sido apropiados, re significados y devueltos de la manera más creativa, burlesca y contestataria posible: “eran estudiantes, no eran delincuentes”, “aquí están tus minúsculos”, “con un puchito de chingaste te vas a ahogar”, han sido parte de los lemas que corean a voz en cuello los manifestantes y que se multiplican en las redes sociales en forma de memes viralizados al infinito.

Otras infamias simplemente son consideradas una proyección psicológica de sus propias conductas y sus principales miedos. Para éstas aplica el viejo y conocido refrán: “botellita, botellita de Jerez, todo lo que digas será al revés”. Y quizás lo más significativo de esta proyección ha sido la aparición reciente de la acusación de que el pueblo que la adversa es “somocista” y el llamado a que aparezca nuevamente un Rigoberto López Pérez, consignado en las mantas, que su nueva tanda de rezadores pagados con fondos públicos, tiene en las rotondas.

Lo que en realidad develan la mayoría de estos insultos es una vieja regla de la injuria y descalificación aplicada al ámbito político: cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; es decir, se pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera.

De hecho es común que los regímenes atroces usen tácticas de deshumanización como nombres peyorativos, condiciones denigrantes y comentarios que explotan el sufrimiento. Todas estas tácticas tienen como objetivo activar algún tipo de interruptor mental para reclasificar a un individuo de persona a “no persona” y así hacer que a unos les resulte fácil torturar o matar a otras, sacándolas de su círculo moral. Por ello vemos a más personas de lo que quisiéramos, recetando plomo o el Chipote como lo más normal del mundo.

Los calificativos de terrorista y golpista sin embargo tienen una connotación diferente. Aunque han sido reapropiados por la ciudadanía como símbolo orgulloso de oposición, tienen una terrible consecuencia práctica. Y es que debido a la absurda, ilegítima y malévola ley aprobada por el régimen orteguista, así como por la interpretación y aplicación antojadiza  por su sistema de injusticia, ser calificado de terrorista y golpista basta para encarcelar y enjuiciar a cualquier persona que se manifieste, convirtiéndose después de los asesinatos y secuestros en su arma más efectiva de represión.

Al margen de “trompudo” y “sobaco peludo” para la pareja presidencial, lo significativo es que del lado contrario el “insulto” de mayor consenso contra los seguidores del régimen sea “sapo”. No hablo de las acusaciones de asesinos, criminales, mentirosos, genocidas, perversos, cínicos o somocistas contra los ejecutores y responsables de la represión. Todas ellas son descripciones de conducta, perfectamente contrastables y verificables a partir de hechos objetivos. Hablo de insultar a quienes con su silencio o apoyo son cómplices.

Me he preguntado de dónde viene y cuál es la connotación de ser sapo. Está claro que a pesar de sus importantes servicios ambientales, el sapo puede ser considerado un animal feo o hasta repugnante según el gusto, pero al parecer tiene más que ver con ser un soplón, chismoso, metiche, cizañero, arrastrado, poco digno de confianza, capaz de vender a su madre por sus propios intereses.

Con esto en mente pienso en lo contrastante en la ética de ambos mundos: con una acusación de golpista, podes mandar a alguien a prisión o a la muerte, en cambio con llamar a alguien sapo, estás simplemente develando la falta de valores y principios que aquejan a una parte de nuestra sociedad.

Más adelante, una tarea urgente en la construcción de un clima de convivencia democrática para nuestro país, será la de ampliar el círculo moral o de  empatía descrito por Peter Singer, el cual hace referencia a la capacidad de tratar los intereses de otros comparándolos con los intereses propios. Esta capacidad en sociedades poco evolucionadas está restringida al círculo estrecho de nuestras familias, amigos y aquellos que piensan como nosotros. Al resto se le trata como infrahumanos y por tanto cualquier conducta contra ellos es aceptable.

Para expandir el círculo de empatía se necesita estar expuesto a información confiable, educación de calidad, interacciones constantes con otros y ejemplaridad de las figuras públicas. Solo así podremos romper ese círculo vicioso de la polarización que en este momento nos enluta y dejar de ser considerados golpistas o sapos, sino nicaragüenses libres y con oportunidades para todos/as.

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Guadalupe Wallace Salinas

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