Guillermo Rothschuh Villanueva
31 de marzo 2019
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Las autoridades educativas del país ibérico excluyeron a los escritores latinoamericanos de los planes curriculares de secundaria
Biblioteca. // Foto: Agencias
“España, una sociedad que es el emblema mismo de la lengua que compartimos más de 500 millones de personas en el mundo, ¿cómo puede cerrar los ojos ante lo que es hoy una de las expresiones más interesantes, más creativas, más ricas, de la cultura de nuestro tiempo?”.
Mario Vargas Llosa. El País, 26 de marzo de 2019.
El maremoto provocado por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al exigirle perdón al rey de España, Felipe de Borbón, por los agravios cometidos por los conquistadores contra los pueblos originarios continúa generando polémicas. Las aguas no terminan de quietarse. En este preciso instante, una mala noticia recorre las vértebras de América Latina. Las autoridades educativas del país ibérico excluyeron a los escritores latinoamericanos de los planes curriculares de secundaria. Únicamente dos autores sobrevivieron a esta marejada, nuestro paisano inevitable, Rubén Darío —muy siglo diecinueve y muy siglo veintiuno— y el prestidigitador colombiano y universal, Gabriel García Márquez. Nada más. ¿Cómo no darse cuenta del error cometido? ¿Serán capaces de rectificar? Una exclusión inexplicable.
Catedráticos y editores españoles comparten nuestro descontento, en Andalucía, Aragón, Murcia, Castilla-La Mancha, Castilla y León y Madrid (juntas suman más de la mitad de la población estudiantil de secundaria) purgaron a afamados escritores latinoamericanos. Sin su lectura resultaría imposible comprender la literatura española. Sin la explosión del boom latinoamericano la literatura española hubiera continuado sumida en el letargo. Las obras de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa —entre otras— provocaron un estallido luminoso en los anales de la literatura hispanoamericana. Desde mediados del siglo veinte la literatura española lleva su impronta. Volvieron a resituar a Latinoamérica como epicentro de la literatura de habla hispana. Marcaron nuevos derroteros.
La omisión incurrida es lesiva, una expulsión que habla muy mal de quienes están al frente de las instituciones gubernamentales españolas. ¿Ceguera o chauvinismo? Desde ningún punto de vista resulta aceptable la liviandad con que procedieron. ¿Será que ni ellos mismos tuvieron oportunidad de leer y disfrutar el torrente fragoroso desatado por la aparición de un conjunto de autores celebrados y traducidos en distintas lenguas? Después se hacen los sorprendidos ante los reclamos provenientes de la tierra americana. No existe explicación alguna que dé cuenta del desconocimiento que tienen del significado y trascendencia de la producción literaria latinoamericana. Mientras en diversas partes del mundo acogen sus creaciones con alegría y beneplácito, en las escuelas de España las ignoran.
En su obra monumental —Novelas y novelistas El canon de la novela, Editorial Páginas de Espuma, España 2012— Harold Bloom incluye y canoniza solamente a Gabriel García Márquez. Ignora por completo al resto de novelistas hispanoamericanos, excepto a don Miguel de Cervantes y Saavedra, con el que despunta su larga travesía. La diferencia entre la actitud de Bloom con las autoridades educativas españolas es abismal. Un antologista puede actuar con la discrecionalidad que le dicte su soberana gana. La liberalidad ha sido norma de conducta entre los antologistas. La permisividad que gozan es absoluta. Se atienen únicamente a su juicio y predicado. No por eso dejan de cometer constantes actos de injusticia como el que hoy demandamos a las más altas autoridades gubernamentales españolas.
A través de la historia han sido más condescendientes los escritores latinoamericanos que los mismos españoles. El nobel chileno Pablo Neruda, salda a su manera las deudas contraídas por España con América Latina. En sus memorias, Confieso que he vivido, Editorial Seix Barral, España, 1974, zanja recriminaciones futuras que puedan formularse contra los españoles. Al referirse a la conquista recalca que se llevaron todo —oro, incienso y mirra— pero añade: nos dejaron todo, nos dejaron el habla, su más grande herencia. Con ella hablamos y sentamos nuestra más enérgica protesta. El español fructificó y se expandió en tierra americana. El español de América más rico que el español de España, ratifican los entendidos. Ante sus valiosas contribuciones los custodios del idioma, los miembros de la Real Academia Española, abrieron una enorme puerta para que estos sigan nutriendo nuestra lengua.
Imposible obviar a nuestro bardo mayor, Darío marcó el retorno triunfal de las carabelas. Las llevó cargadas de pedrerías. Evitó que el español de España envejeciera. Nadie sería capaz —ni siquiera el más despistado— de hacer a un lado el aporte dariano a la lengua española. No hay manera de saltarse o ignorar su contribución al engrandecimiento del español. En su lengua cabalgamos. Sumergió el español en sus aguas e hizo que los españoles salieran de la sequedad que les consumía. Sus autoridades educativas reconocen el brillo y esplendor proveniente del padre fundador de modernismo. Al principio algunos insultos errando el tiro se indispusieron con Rubén, solo para terminar aceptando su magisterio. La verdad es que no existe forma de marcar distancia y saltarse sin escrúpulos la narrativa latinoamericana.
Los artífices del boom convirtieron a Barcelona —durante los setenta del siglo pasado— como la nueva capital de la literatura hispanoamericana. Carmen Balcells y Carlos Barral, cada uno a su manera, contribuyó a que García Márquez y Mario Vargas Llosa, se establecieran en la Ciudad Condal, con el ánimo de convertirlos en escritores de tiempo completo. Para tener una visión aproximada sobre la incidencia de las editoriales españolas en la difusión y expansión de la narrativa latinoamericana, bastaría asomarse a las páginas exultantes de la investigación magistral emprendida a ambos lados del océano por Xavi Ayén. En Aquellos años del boom García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo, RBA Libros, Barcelona, 2014, el barcelonés hace desfilar a decenas editores y libreros españoles. Les hace justicia.
El lamento no deja de espantar y atribularnos. “Es casi imposible precisar exactamente cuántos miles de estudiantes españoles pueden pasar por el instituto sin escuchar nada de literatura hispanoamericana”, exponen los críticos acongojados. ¿Cómo es posible privar el paladar de sus estudiantes ignorando la lectura de Conversación en la catedral, La fiesta del Chivo o La casa verde? La obra de Vargas Llosa jamás podría omitirse sino a riesgo de empobrecer su formación académica y atrofiar el gusto por la lectura de un escritor consagrado. Comparto la preocupación y la recriminación oportuna de que el español jamás hubiera sido posible sin los aportes literarios de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. ¿Puede conocerse el idioma español ignorado el universo literario del ciego Borges? Nunca. Rayuela sigue concitando el interés de las nuevas generaciones.
Los consagrados del boom, como la nueva generación de escritores latinoamericanos para destacarse tuvieron que leer a escritores de diversas lenguas. Incluyendo a los españoles. Desde Faulkner, Whitman, Dickens, Joyce, Shakespeare, Dos Pasos, Wilde, Kafka, Sartre, Malraux, Flaubert, Woolf, Víctor Hugo, hasta Hemingway, Dostoyevsky, Tolstoi, Goethe, Grass, para mejorar sus técnicas literarias, estilos, estructuras narrativas y recursos de carpintería. Ninguna obra literaria es hija de la nada. En una concatenación deslumbrante todos los creadores son deudores de sus predecesores. ¿Cómo escapar a su influencia? En literatura no existe el fenómeno de la partenogénesis. Los dirigentes de la educación de la juventud española les están privando de conocer a quienes de una manera u otra han enriquecido nuestra lengua.
Más allá de que rectifiquen o no, lo cual resultaría un acto de justicia, dejo sentada mi desilusión. España más que ningún otro país de habla hispana, está en la obligación de estrechar lazos con América Latina a través de la educación y la cultura. Debería modificar esta decisión. Los escritores latinoamericanos merecen otro trato. ¿Cómo darle la espalda a una obra de altos merecimientos? España debe mantener vasos comunicantes con el español que se habla en estas tierras. Sin los aportes y giros idiomáticos de los escritores latinoamericanos el español no tendría la consistencia y brillantez actual. Escuchen la voz de las decenas de profesores, escritores y editores que desde distintas latitudes claman por enmendar la falta. Tienen que incluirlos en los currículos. Si no lo hacen vendrán nuevos reclamos como los que se hacen ahora.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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