Guillermo Rothschuh Villanueva
20 de agosto 2023
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Las cartas del Boom entre Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez
Los cuatro escritores más relevantes del fenomeno literario más importante en su historia
A Edgar Tijerino, quien puso el libro en mis manos,
mucho antes que aterrizara en las librerías nicaragüenses.
En tiempos que ciertas palabras y verdades incomodan, Las cartas del Boom, (Alfaguara, 2023), se convierten en espejo donde pueden mirarselos insulsos. Su vasta geografía, 562 páginas, permite asomarnos a escenarios donde germina la franqueza. Nos acercan al conocimiento de uno de los capítulos más fascinantes de la literatura latinoamericana. Como en las partituras de los consagrados, Bach o Beethoven, en los primeros años el intercambio epistolar empezó de forma gradual, 1955-1964; creció y se intensificó entre 1962-1972, para empezar a declinar durante 1973-2012. El año 1971 se erige como detonante. El caso Padilla en Cuba, provocó el desencuentro. Dos de sus integrantes desertaron (Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa), abandonando su apoyo a la revolución cubana; Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, permanecerían fieles.
La hermandad forjada entre los cuatro se traducía en compartir manuscritos, sus críticas que contribuían a mejorarlos y las cartas ofrecen la oportunidad de conocer valoraciones desconocidas acerca de sus obras, formuladas entre ellos mismos. El deslumbramiento de sus creaciones traspasaba fronteras e invadía el universo. Nunca antes había ocurrido un fenómeno parecido en tierra latinoamericana. Una historia peculiar fraguada al interior de la literatura. Las cartas desbordan lo estrictamente literario y se internan en los predios de la política. Los cuatro férreos defensores de la revolución cubana. Lo acontecido en Cuba les cautivaba y seducía. Atados al destino de América Latina, sueñan, proponen y luchan desde sus respectivas trincheras, por conquistar un futuro mejor para nuestros escarnecidos y envilecidos países, por satrapías sustentadas por férreas dictaduras.
Cada uno hace partícipe a los demás de sus filias y fobias, una manera de conocerse y apoyarse mutuamente. En sus epístolas descolla la relevancia que atribuyen a obras de teatro, cuentos y novelas. Julio Cortázar resulta de una sinceridad apabullante. Mario Vargas Llosa, se muestra parco y alérgico en escribir. Gabriel García Márquez, ya al final se decanta por las comunicaciones telefónicas y Carlos Fuentes, se ubica en el centro. Consciente de la valía y trascendencia de su producción literaria, da el primer paso. A él se debe la iniciativa de escribirse. Las cartas resultan valiosas e imprescindibles para conocer qué piensan los escritores en su intimidad. Destacan su creación literaria, el espacio ganado en las editoriales; los autores que les resultan afines, especialmente aquellos que les sirven de modelo e inspiración para crear sus propios engendros.
La tarea emprendida por Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos, suple un vacío. Su labor de hormiga y las 665 anotaciones al pie de las cartas, revelan un paciente trabajo encaminado a dimensionar la cercanía que mantuvieron durante buen tiempo, los cuatro escritores latinoamericanos. Los apéndices (ensayos y entrevistas, cronología, índice de cartas e índice de nombres incluidos), una firme expresión de la seriedad con que emprendieron la investigación. Las cartas permiten evaluar el entusiasmo con que los novelistas asumían su pasión literaria. Una lección duradera y trascendente que podrían asumir —si se les antoja— los noveles escritores. Su arte poética, aunque dispersa y puntual, se escurre para ofrecernos un vasto tinglado, al cual pueden asomarse si lo desean, con el ánimo de afinar la puntería.
Para los jóvenes deseosos desde el inicio encumbrarse a la fama, para ganar notoriedad y dinero, nada más convincente que la travesía de García Márquez. Su novela Cien años de soledad, le produjo dolores de cabeza. En carta fechada el 30 de octubre de 1965, dirigida a su cuate, Carlos Fuentes, le dice que Mercedes, compungida, le informó que estaban debiendo 21 mil pesos. Un platalalal. Su afinidad con Fuentes le anima a contarle sus desgracias. Con la intención de darle la prioridad que merecía la novela, “descuido el pan de cada día, y aquí estamos otra vez viviendo de milagro, mientras los productores revientan el teléfono para que les escriba churros”. Después de haber pasado penurias en París, tropezó con la misma desgracia. No se trata de un nuevo padecimiento. La enseñanza para escritores recién llegados, es simple: el camino hacia la fama está sembrado de espinas.
Los cuatro aspiraban dedicarse a escribir de tiempo completo, así tuvieran que hacerlo con el estómago vacío. Después sobrevivir al desamparo, García Márquez esculpió en oro una frase al final de El coronel no tiene quien le escriba (1961). Sus seguidores la repiten con fruición. Ante la posibilidad que el gallo del coronel perdiera el desafío, su mujer le pregunta, qué vamos a comer, la respuesta fue lapidaria: mierda. Cortázar, resulta el más transparente en sus misivas. Jamás hizo a un lado sus críticas. Al destacar las virtudes de sus compañeros, nunca se guardó los cuestionamientos. Estas consideraciones las vuelven más valiosas. Nos muestra su talante. Se mantuvo especialmente refractario a participar en congresos y simposios. Aunque el primero en adelantar una valoración crítica de Cien años de soledad, fue Carlos Fuentes. Detrás vendrían, Vargas Llosa y Cortázar.
Algunas cartas son más reveladoras que otras. Para 1966 las novelas de los portentos batieron récord de ventas en Colombia. Gabo comparte con Fuentes (Carta, 26/1/67), la noticia: “Los libros más vendidos fueron La ciudad y los perros, Rayuela y La muerte de Artemio Cruz. También en primer término quedaron El siglo de las luces y los míos. Esto quiere decir que nuestro público está respondiendo muy bien”. Debido a las críticas que lanzaron por la pobre calidad del cine mexicano y la falta de interés por mejorarlo, en esta misma carta, recuerda a Fuentes: “No: tampoco yo fui el salvador del cine mexicano, en cambio creo que sí puedo ayudar mucho en nuestro empeño de poner por el mundo a la novela latinoamericana”. Estaban persuadidos que sus novelas se contaban entre las mejores que se escribían en los seis continentes. Un aporte que mereció la celebración por todo el planeta.
Hay dos cartas que guardan un valor intrínseco, García Márquez escribe a Carlos Fuentes, una larga reseña sobre Zona sagrada, (1967), reiterándole que se trata de un libro hermoso y triste a la vez. Con alegría inusitada le participa la impresión provocada por la prodigiosa técnica utilizada. No existe un solo tropiezo “en ese laberinto de prejuicios, necedades, mezquindades, pasiones y compasiones en que te has metido a explorar. Los personajes están vivos. Los conocemos”. La proximidad atrae. Nada más alentador que tocar a los personajes con los dedos y establecer un diálogo con ellos. Esta misma sensación me producen La Maga, Talita, el Jaguar, Lituma, Úrsula Iguarán, la Petra Cotes y el coronel Aureliano Buendía. Cada vez que releo estas novelas, me instalo a su lado para ratificar que se trata de seres que me acompañan desde la primera vez que me topé con ellos.
La aparición de las obras de los portentos a lo largo de los sesenta, desató una oleada de cuestionamientos inaceptables. Surgió esa envidia insana cultivada con esmero por muchos escritores. Se muestran reacios en aceptar los triunfos ajenos. La incomprensión resulta visible. Críticos y autores no acababan de asimilar sus técnicas literarias. Tampoco asimilaban su contenido. Ante tanto desmadre, Gabo reitera a Fuentes, la propuesta hecha a Cortázar y Vargas Llosa. Era la única forma de desatar amarras. Una invitación para que los cuatro celebraran una mesa redonda. Estaban en una encrucijada, sus detractores no acababan de entender sus propuestas. Un embrollo ostensible. América Latina asistía a un momento privilegiado de su historia. Su literatura creativa se encontraba en plena ebullición, frente a una crítica ignorante, improvisada y ruin.
A los jóvenes escritores debería llamar la atención, la protesta hecha por García Márquez a Cortázar. La paga recibida por los derechos de autor era una miseria. Los editores ganaban una fortuna con sus libros. En ese entonces los contratos eran propuestas redactadas por los editores. La recomendación consistía en invertir los términos. Los editores deberían ser quienes firmaran los contratos elaborados por los escritores. El 10% recibido no compensaba sus esfuerzos. El mismo porcentaje pagan en Nicaragua. Carmen Balcells cambió el panorama. Para Gabo resultaba inconcebible el chantaje proveniente de los países socialistas. Se decían pobres y como ellos eran sus amigos, les estaban ordeñando. “… es una contradicción filosófica el hecho que los países explotadores nos exploten menos y nos respeten más que los que se suponen como no-explotadores”. Una triste realidad.
La publicación de las cartas contribuye a develar las interioridades de una amistad que terminó fracturándose por distintos motivos, menos por celos o antagonismos literarios. Algo muy usual entre escritores que remontan las alturas. Todo lo contrario. Las cartas revelan expresiones de alegría, cada vez que uno de ellos publicaba un nuevo libro, conquistando nuevas parcelas de lectores. Compartían sus escritos para solidificar su amistad. Más allá de la desautorización de Gabo, de imprimir las dos conversaciones sostenidas en Lima con Vargas Llosa (1967), cuando por razones de tiempo no podían compartir los manuscritos, daban instrucciones a los editores de enviarles un ejemplar, en cuanto salieran del horno. Las cartas del Boom, son un registro aleccionador y entusiasta. Permiten entender la urgencia de respetar las diferencias político-ideológicas.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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