
18 de julio 2022
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El partido que podría jactarse de ser el restaurador de la autonomía municipal, es el que ahora la aplasta con la fuerza de su policía política
Un diagnóstico realizado por la Dirección de Asuntos Municipales y Regionales del Ministerio de la Presidencia a inicios de 1986 graficaba la situación dramática que atravesaban los municipios. Ninguneados por el Gobierno central, por los delegados de los ministerios, por el Ejército y por los secretarios políticos del FSLN, los Gobiernos municipales se encontraban en la más absoluta irrelevancia. Nombrados a dedo en asambleas populares, sin autoridad ni competencias definidas ocupaban el último escalón de la cadena administrativa de un Estado que les veía como peones de las decisiones que se tomaban arriba. Estaban en las cavernas bajo el nombre barroco de “Juntas de Reconstrucción Municipal” como émulo de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. A ese papel oscuro de guachimanes pretende devolverlos la dictadura de Ortega arrancándoles el último aliento de autonomía.
Aquel estudio mostró que los municipios estaban prácticamente en los huesos en todos los ámbitos:
De las discusiones entre centralistas y municipalistas dentro del Gobierno (y del FSLN), decantada finalmente en favor de los segundos surgió la restauración de la autonomía municipal recogida en la Constitución de 1987 y en la Ley de Municipios de 1988. Pero no fue hasta 1990, tras las primeras elecciones municipales, y las reformas de 1997, que el municipio vivió su primavera. A partir de aquella década de movidos debates sobre la reforma del Estado, la agenda pública se llenó de conceptos poco conocidos en la política como descentralización, deslocalización, subsidiariedad, autonomía municipal, desarrollo local y participación ciudadana en las decisiones de los gobernantes.
De aquel torbellino surgió un movimiento municipalista como nunca había habido en la sociedad nicaragüense. Tanto en el Estado como en la sociedad civil se desarrollaron abordajes especializados sobre el municipio. Es imposible cuantificar el número de reuniones, talleres, seminarios y congresos en que gobernantes, funcionarios, académicos y organizaciones civiles discutieron sobre una nueva esfera de la vida pública que se abría paso después de haber estado subsumida por la guerra y los grandes conflictos de la política.
La especialización dio entidad propia a oficinas del Gobierno central como INIFOM y FISE, a una comisión particular de la Asamblea Nacional, y saltó como chispa a la sociedad civil donde se creó el gremio de los alcaldes (AMUNIC) y la Red Nicaragüense por la Democracia y el Desarrollo Local, se abrió una maestría en Desarrollo Local en la Universidad Centroamericana y el programa de radio Onda Local.
El municipio alcanzó su máxima expresión bajo el Gobierno de Enrique Bolaños con la aprobación de la ley de que fijó en 10% las transferencias anuales de los ingresos tributarios del presupuesto nacional a los municipios, después de una larga lucha de alcaldes y sociedad civil. También se aprobó la Política Nacional de Descentralización, la Ley de Participación Ciudadana y se oficializaron las reuniones periódicas del Presidente de la República con la directiva de AMUNIC.
A lo anterior se vino a sumar la celebración periódica de las elecciones locales que contribuyeron a fortalecer la legitimidad de origen de las municipalidades, y con ello a cimentar la dimensión política de la autonomía municipal. Es decir, a aquellas alturas que ahora parecen tan remotas, el municipio nada tenía que ver con la criatura recluida en la caverna de la subordinación y la irrelevancia en que se encontraba en 1986. Hacia 2006 el municipio había ganado el derecho de ser tomado en cuenta para las estrategias nacionales de desarrollo. Al ganar en competencias y recursos para desempeñarlas, también había ganado la otra legitimidad, la de desempeño, haciendo valer el axioma de que el gobierno local es el más eficiente para dar respuesta a los problemas locales.
Sin embargo (¡oh paradoja!), 16 años después, el partido que podría jactarse de ser el restaurador de la autonomía municipal, el que la rescató de las tinieblas del somocismo, es el que ahora la aplasta con la fuerza de su Policía política, sin ningún sonrojo de imitarlo. El FSLN nuevamente empequeñece ante sus obras pasadas. Se podría conjeturar que las fuerzas conservadoras que perdieron el debate ante la corriente municipalista en 1987, han vuelto por sus fueros de la mano del autoritarismo y del verticalismo más rancio. La diferencia es que antes se opusieron cegados por los dogmas; hoy aplauden la destrucción del municipio con un discurso reaccionario, espoleados en parte por la ignorancia y otro tanto por el miedo, por la cobardía de no contradecir los despropósitos de sus amos.
Para terminar, dos verdades incontrovertibles y una certeza. 1) El municipio sin autonomía solo es un territorio sin autogobierno ni voluntad ciudadana; 2) no por mucho intentarlo lograrán recluir al municipio en la caverna después de todo lo logrado. Y la certeza: más temprano que tarde el municipio autónomo renacerá con el fin de la dictadura, y lo que para entonces todavía quede del orteguismo cómplice seguramente estará entre sus más ardientes defensores, haciendo gala de su mejor cinismo. Pónganle sello.
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Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.
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