14 de mayo 2019
No obstante lo descarnado, ilógico y cínico del objetivo de los dictadores de ganar tiempo, saboteando las negociaciones con su negativa de cumplir con los dos acuerdos firmados y reclamándole a la Alianza Cívica pronunciarse contra las sanciones, hay personajes políticos y religiosos que llaman a la “cordura”, a renunciar al “egoísmo ideológico” y excitan a las partes negociadoras a que encuentren soluciones “por el bien común”.
Una taimada actitud, porque lo común en estas maniobras sigue siendo el afán de ocultar a los responsables de las crisis, y poniendo ante la opinión internacional en un plano de igualdad a la Alianza Cívica y a los dictadores Ortega-Murillo como represores y criminales. Eso es como convertir a las víctimas en culpables de sus propias muertes. Un absurdo total, pero bien pensado.
Por absurdo que parezca, no significa que sea por falta de inteligencia de los dictadores. Está a la vista, que detrás hay una premeditada y coordinada ofensiva política de la dictadura, reflejada en la lectura diaria del mismo rosario de mentiras: el discurso de la Rosario de verdad, que luego se encarga de leer Denis Moncada. Wilfredo Navarro lo calca después, con todos sus puntos y sus comas, mientras es reproducido por sus medios de comunicación.
Detrás de esta ofensiva –centralizada como todo en el poder—, no pueden ocultar una desesperación que no les da descanso, porque el tiempo se les agota. De su estado de desesperación no solo debemos decir que buscan cómo matar el tiempo, sino que también buscan cómo parar el tiempo. Es decir, que nada avance con las negociaciones, mientras esperan los efectos de su última ofensiva calumniosa en contra del movimiento cívico auto convocado, pero en lo inmediato, intentan dañar moralmente a las personas que integran la delegación de la Alianza Cívica, con el fin de que pierdan la paciencia y abandonen las negociaciones.
Es notorio ese propósito perseguido con desesperación por los dictadores, ahora aún más que al principio de la crisis, porque los recursos económicos y políticos se les agotan. De esto no se desprende ningún motivo de alegría por la mala suerte que la dictadura pudiera correr –la que todo el mundo desea que corra—, sino por el posible reflejo en la realidad del alerta muy conocido en todas partes: “una fiera herida, es más peligrosa”.
Eso lo estamos viendo en algunas manifestaciones dictatoriales, que aun sin ser nuevas, no son menos irracionales, tal como aterrorizar a los excarcelados, acosando a su familia, capturando con la violencia de siempre –pese a la “normalidad” que pregonan—, interrogatorios ilógicos y dejándolos en libertad el mismo día o 24 horas después, previas amenazas. Eso lo repiten con todos y lo hacen hasta varias veces contra un mismo ciudadano. Luego, la guardia orteguista lanza un comunicado, diciendo que no tiene nuevos presos.
A los recapturados les hace acusaciones por delitos comunes, con el objetivo inútil de que la Alianza Cívica y los defensores de los derechos humanos los excluyan de sus gestiones por la liberación de los secuestrados políticos. Las torturas físicas y psicológicas contra los secuestrados son constantes; la torturante estrechez de las celdas, la falta de aire, agua y luz, más las altas temperaturas agregan mayor martirio con la pretensión de provocar ahogos y desesperación en los secuestrados, incluso, ponerlos en peligro de muerte.
El último recurso de la dictadura Ortega-Murillo en su desesperada situación, es endosar a los integrantes de la a delegación de la AC sus propias “prácticas perversas de humillación, crueldad, degradación, racismo e infamia terrorista que conocimos y padecimos durante el fracasado de golpe de Estado” (que nunca existió). El propio Daniel adelantó esta ofensiva de insultos cuando dijo que estaba obligado a sentarse a dialogar con “la miseria humana”, tal como calificó a la Alianza Cívica.
Esta irracionalidad de los dictadores se sale de cualquier análisis político, pues es un tema más asociado a los estudios de la psicología. Es una muestra de la desesperación de los dictadores, y con sus palabras mentirosas pintan otra realidad, opuesta a la realidad vista y sentida por todos los habitantes del país; filmada por el periodismo nacional y extranjero testigos y, en muchos casos, víctimas de la represión; y bien documentada por los organismos locales e internacionales defensores de los derechos humanos.
Pese a todo, es fácil ver en sus exabruptos lo que todo el mundo ha venido observando: se trata de actos desesperados de los dictadores. Y sus actos tienen tal desmesura que revelan su cercanía con la calumnia contra en los delegados de la AC en las negociaciones, capaces de sacar de quicio a cualquier persona, y hacerlas renunciar a su misión.
Eso se vería como una reacción lógica, en defensa de la dignidad personal. Incluso, directivos de la Unidad Nacional Azul y Blanco, a la que pertenece la Alianza Cívica por la Libertad y la Democracia, han pedido el retiro de las negociaciones con la dictadura. Esto es positivo como demostración de la libertad de opinión entre aliados. Sin embargo, esta lucha no se tratan asuntos personales, porque estos no son los que están en juego, sino los temas políticos relacionados con los intereses del pueblo y de la nación, y nada tienen que ver con la dignidad ni motivos individuales, aunque esos ataques calumniosos deben interesarnos a todos para condenarlos.
El objetivo de hacer fracasar las negociaciones está en todo el quehacer de los dictadores, pero sus argumentos y actos irracionales son productos de la gran desesperación en que se encuentran, y más ahora, por la proximidad del final del plazo acordado para dejar en libertad a todos los secuestrados políticos que tienen en sus ergástulas, a finales del próximo mes de junio.
Sus objetivos inmediatos, son: a) hacer que la AC rompa las negociaciones para, con ese pretexto, los dictadores la acusarían de no querer ningún arreglo; b) evitar el compromiso de liberar a los secuestrados según acuerdo del pasado 29 de marzo, con el fin de acusar a la AC de haberlos abandonado a su suerte; c) esa “suerte” sería otro argumento de los dictadores para “lucirse” como cumplidores de los acuerdos, dejando en libertad condicional --que no es ninguna libertad— a unos pocos, y solo entre quienes ellos consideren menos “peligrosos”.
Entonces, ¿por qué hacerse acompañante voluntario y gratuito de los dictadores en su desesperada situación? ¿Qué motivos hay para desesperarse, si los secuestrados, el pueblo en resistencia –y con él sus delegados en la ACLD y la UNAB— no son los que están perdiendo la batalla, sino los dictadores? ¿Y quién tiene la razón, el futuro y el derecho a ser libre, sino el pueblo nicaragüense? La dictadura, no tiene la razón, ni futuro ni derecho a seguir más tiempo oprimiendo y robando a nuestro país.
Quienes argumentan que en toda negociación “se debe ceder de parte y parte”, o que hay algún “bien común” que compartir entre los dictadores y los nicaragüenses, son agentes involuntarios unos, y otros, agentes voluntarios de la dictadura.
Tampoco el pueblo quiere ser voluntario de ninguna “Cruz Roja” política, si existiera, para salvar a quienes han preferido ahogarse en sus propias miasmas.