12 de abril 2019
La decisión de retirar de Nicaragua a monseñor Silvio Báez y trasladarlo a Roma tiene todas las características de un garrotazo en la espalda. Es un golpe propinado en el momento más inesperado, en el lugar más inesperado y desde el lugar más inesperado. Y es un golpe que duele.
Digámoslo con todas sus letras. Es un golpe asestado en las fibras más sensibles de la inmensa mayoría del pueblo nicaragüense. La sensibilidad que representan las fibras íntimas del sentimiento religioso y la sensibilidad que representa, en un pueblo desconfiado a fuerza de decepciones, ser lastimado en la persona más respetada, más querida y en quien más se confía.
El pastor del pueblo nicaragüense que, con coraje, dignidad, y voz profética ha alentado esperanzas y confortado ante penurias, dolores y aflicciones.
¿Qué razones pueden haber motivado esta decisión?
El episodio me recuerda una película, basada en hechos históricos. Se llama “La Misión”. En su tiempo, hace más de treinta años, fue ganadora de varios premios.
La película se desarrolla en América del Sur en una época en que España y Portugal se disputaban posesiones en el vasto territorio en que colindan lo que hoy es Brasil, Argentina y Paraguay. Ambas potencias coloniales se disputaban el territorio conocido como Sacramento, donde los jesuitas habían desarrollado una obra pastoral con los indios guaraníes y habían construido comunidades donde se practicaba el evangelio además que se cumplía una labor emancipadora.
En el territorio portugués se admitía el negocio de la esclavitud. En los territorios dominados por España la esclavitud estaba prohibida. La raíz del conflicto era que los cazadores de esclavos portugueses se veían impedidos de entrar a las comunidades indígenas conducidas por los jesuitas. El papa envió al nuncio, el “cardenal Altamirano”, a resolver el litigio.
Al visitar las comunidades y constatar la nobleza de las misiones, el nuncio se debate entre los intereses geoestratégicos que la Iglesia, como poder, debía tutelar, y su conciencia religiosa, ante la formidable labor misionera cumplida por los jesuitas.
Finalmente prevalecen en el nuncio los intereses de poder de la Iglesia, por encima de su conciencia religiosa y toma la decisión de entregar a Portugal los territorios en disputa. La consecuencia es que los esclavistas se desatan y las comunidades indígenas son masacradas. Los jesuitas que convivían con los indígenas igualmente deben enfrentar profundas contradicciones y al final también son arrasados por la decisión del poder terrenal de la Iglesia.
En uno de los pasajes culminantes el cardenal expresó: "Muchas veces, para salvar el cuerpo, el cirujano debe amputar un miembro”.
Monseñor Báez dijo en su entrevista de prensa que el responsable “en última instancia” de su destierro era el Pontífice Francisco. Uno se pregunta: ¿Quiénes fueron los responsables de la decisión “en las otras instancias”? Obviamente, se trata de una decisión de origen político, de naturaleza política y de consecuencias políticas. No es una decisión por la seguridad de monseñor. Las amenazas de muerte las recibió hace más de nueve meses.
¿Qué lógica inspira a quienes deciden arrancar al pastor que mejor cuidaba al rebaño, precisamente cuando el rebaño es atacado por una jauría de lobos asesinos?
La decisión de desterrar al principal guía del pueblo nicaragüense en un momento crítico en la historia del país -un momento que chorrea sangre- exige respuestas.
¿A quiénes estorbaba monseñor con su palabra viva, profética y vibrante, con su coraje, con su autoridad moral?
“…este es un pueblo crucificado -afirmó el obispo Báez- este es un país secuestrado… aquí hay unos poderes fácticos dominados por las mentiras y las injusticias, la represión y la ambición y que lastimosamente adoran al dios riqueza y al dios dinero y que por eso sacrifican seres humanos… Lastimosamente adoran al dios riqueza, al dios dinero, y por él sacrifican seres humanos. Esta es la realidad de Nicaragua…No se trata de salvar la economía, no es tirarle un salvavidas al mercado financiero, por favor, el becerro de oro de hoy, que es el dinero, no puede ocupar el lugar de las personas”.
Indudablemente, el destierro de monseñor Báez es un fuerte golpe al estado de ánimo del pueblo. No podemos subestimarlo. Y la mejor manera de sobreponerse es reconocer el golpe, asimilarlo, y seguir adelante. También es un desafío a la credibilidad que la conferencia episcopal ha ganado en la conciencia del pueblo por su labor profética en este cruento y amargo episodio. La jerarquía católica tiene ahora un desafío mayor: Conservar esa credibilidad.
Al tiempo de despedir a monseñor de manera amorosa y agradecida, la mejor manera de corresponder a su labor pastoral es redoblar el compromiso de lucha por construir una nueva Nicaragua, lucha en la que nos ha acompañado y guiado, y nos seguirá acompañando, esté donde esté. Seguros de que en un tiempo cercano podremos recibirlo de nuevo, jubilosos y triunfantes, en un país con libertad, decoro, justicia y democracia. Muchas gracias monseñor.