
18 de abril 2019
PUBLICIDAD 1M
PUBLICIDAD 4D
PUBLICIDAD 5D
¿Valió la pena rebelarse? El costo no era deseable ni previsible, pero sus resultados emergen como pequeños brotes que anuncian un país mejor
Al cumplirse 61 años de la masacre del 23 de julio de 1959
Durante 12 años el FSLN retornado al poder quiso presentarse bajo la apariencia de un ogro filantrópico que, empapado de petrodólares, salpicaba a su variada clientela: empresas constructoras, industriales exentos de impuestos, representantes del gran capital mimados con viajes a Beijing para encontrar allá el hilo financiero de un improbable canal, consultores de toda laya ahítos de subcontrataciones, capas medias para las que se rehabilitaron parques, mercados y un empleo estatal en imparable expansión, y sectores populares con escuelas y subsidios al transporte, para citar sólo una ínfima parte del efecto derrame que en los documentos del BID era un ideal inalcanzable y en Nicaragua dejó de ser una tentación.
Los beneficiarios del sistema orteguista -con alta, mediana o baja participación en el festín- hicieron caso omiso de los amagos de expropiaciones, el saqueo de las mafias madereras, los efectos de la minería, la insolencia de los altos funcionarios, los fraudes electorales, la criminal ley contra el aborto, la colonización política prosandinista de los espacios públicos, la centralización del poder que resucitó la peor versión del presidencialismo y la furia con que se machacó al movimiento campesino, perpetrando masacres muy focalizadas y cubiertas por el follaje rural. Arrugaban el semblante cuando los aguafiestas del CENIDH, algunos heroicos periodistas y Monseñor Abelardo Mata ponían la nota pesimista con incómodas revelaciones o cuando los estudiantes organizaban ocasionales escaramuzas contra el régimen.
A su juicio no valía la pena rebelarse. Había que esperar “a que la biología hiciera su trabajo”, como dijo un empresario aludiendo a esa muerte de Ortega siempre inminente y nunca un hecho. A todas luces el dictador ya estaba en su otoño. Pero un otoño más largo y cruento que cinco inviernos. Las ansias de producir –en lugar de esperar– un cambio vino de los que no tenían compromisos con el régimen: estudiantes activos, egresados, botados o recién graduados de las universidades. Es un sector multiclasista y multiideológico que tiene en común la experiencia en carne propia del creciente y silencioso avance de la precariedad laboral. La rabia les hizo perder la paciencia y renunciar a ese perverso sentido común que aconsejaba prudencia. Con sus morteros y sus barricadas, le dieron voz a esa precariedad laboral, a los jubilados y a todos los oprimidos por el régimen. Han pagado el precio junto a sus multiformes compañeros de lucha: veteranos de guerra, profesores, periodistas, el director de un canal de televisión, una empresaria del mercado oriental y elementos del lumpenproletariado y del lumpenprecariado, entre muchos otros.
Una perpleja audiencia nicaragüense escuchó hace meses a Daniel Ortega decirle con empecinada reiteración a un periodista de France 24 que los “golpistas” de la revuelta de abril habían sido entrenados militarmente por el gobierno de los Estados Unidos desde los años 80. La mayoría de esos golpistas que han ido cayendo en las manos de policías y paramilitares por haber participado en las protestas son jóvenes que, como Rodrigo Espinoza y Hanssel Vásquez, tienen entre 20 y 26 años, es decir, nacieron en los años noventa y han vivido alrededor de la mitad de su corta vida bajo el régimen de Ortega. Nunca han podido votar. O bien, si lo hicieron, sólo fue para ver cómo el ex presidente del Consejo Supremo Electoral Roberto Rivas engullía sus votos y los incorporaba a su inmensa humanidad en forma de grasa saturada. Ahora son acusados de terrorismo por un señor semicalvo y con cuatro ideas fijas –y ninguna otra que se las estorbe–, quizás el único presidente de cuyas políticas tengan memoria, un gobernante que hace caso omiso de la aritmética más elemental, pues no se toma la molestia de revestir de un mínimo de verosimilitud sus declaraciones ante la prensa internacional.
A la luz de las condenas a más de 200 años, los cientos de mártires y el desmoronamiento de la economía, no pocos se preguntan si la lucha de estos jóvenes contra un dictador en declive fue un gigantesco y costoso error. Quizás son ciudadanos con el legítimo deseo de regresar a la regularidad de su vida laboral y a sus tradicionales lugares de esparcimiento sin que las calles estén llenas de policías que garanticen la huida e impunidad de los asesinos paramilitares y sin que la economía se derrumbe. El costo de la lucha no era deseable ni previsible, pero sus resultados emergen como pequeños brotes que anuncian un país mejor. Las muchachas y los muchachos, y los que luego se sumaron, han conseguido:
PUBLICIDAD 3M
Escribió en CONFIDENCIAL entre 2026-2021. Doctor en Sociología por la Philipps Universität de Marburg (Alemania). Se desempeñó como investigador asociado en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y del Instituto Brooks para la Pobreza Mundial de la Universidad de Manchester. Fue director del Servicio Jesuita para Migrantes en Nicaragua.
PUBLICIDAD 3D