19 de febrero 2024
La muerte del líder opositor ruso Alexéi Navalni en una cárcel de máxima seguridad en el círculo polar ártico de Rusia, bajo la custodia del dictador Vladímir Putin, ha provocado conmoción y condena a nivel mundial.
Muchos consideran que era una muerte anunciada, porque en 2020 Navalni sobrevivió a un grave atentado por envenenamiento ejecutado por las fuerzas de seguridad rusas y, a pesar de ello, después de recuperar su salud en Alemania, decidió regresar a su país a desafiar al régimen de Putin, denunciando la corrupción y exigiendo democracia. Navalni fue detenido en el aeropuerto en enero de 2021, y condenado a 19 años de cárcel por el supuesto delito de “extremismo”.
En Nicaragua, la muerte de Navalni provocada por el sistema carcelario de tortura de Putin, ha revivido el dolor y la indignación que provocaron los asesinatos de los presos políticos Eddy Montes en la cárcel La Modelo, en 2019, y del general en retiro Hugo Torres, en 2022, prisionero en la cárcel de El Chipote. Como Alexéi Navalni, ellos eran reos de conciencia que de forma cívica decidieron desafiar a la dictadura Ortega Murillo, y fueron asesinados por el régimen de violencia impuesto por la dictadura, como también ha ocurrido antes con otros presos políticos en Cuba y Venezuela.
Igual que Putin en Rusia, Ortega en Nicaragua trata a quienes reclaman democracia y justicia, con perversidad, sadismo y cinismo, y con total indiferencia por la vida humana. Por ello, los centenares de asesinatos de 2018, las miles de detenciones arbitrarias, y el ensañamiento contra los presos políticos en las cárceles, y contra sus familiares, sigue en la impunidad.
En realidad, Ortega y Murillo no tienen ningún proyecto político ni ideología en que se sustente su régimen represivo, no hay tal revolución antimperialista inspirada en el ideario de Sandino, ni “segunda etapa de la revolución”, ni proyecto a favor de los pobres, lo único que los mueve después de la Rebelión de Abril es el odio y la sed de venganza contra los opositores, que también es el miedo a perder el poder.
El miedo que nace de su propia conciencia de ser una minoría política corrupta, que tendrá que rendir cuentas ante la justicia. Una dictadura familiar rechazada por la gran mayoría de los nicaragüenses, entre ellos, por los servidores públicos y sus propios partidarios del FSLN que están siendo vigilados, por desconfianza, y terminan emigrando a Estados Unidos.
Odio y miedo que los empuja a aferrarse al poder sin ninguna clase de escrúpulos ni racionalidad, para aplastar todas las libertades democráticas e imponer por la fuerza el culto a la personalidad de Ortega y Murillo. De manera que no solo han ilegalizado a los partidos políticos democráticos y confiscado ilegalmente los medios de comunicación y las universidades, sino que, inspirados en la “ley Putin” de “agentes extranjeros”, además, persiguen a las monjitas de madre Teresa de Calcuta, a Operación Sonrisa, a la Cruz Roja, a Miss Nicaragua, a todos los gremios empresariales, y ahora también a los Scouts.
¿Qué modelo de sociedad se puede construir bajo esta clase de dictadura que no sea el de la Rusia de Putin, la de Corea del Norte de Kim Jon Un, o Cuba del PCC, o la Venezuela de Nicolás Maduro?
¿Cómo se explica, si no es por su odio y desesperación, una tiranía que ha superado a la dictadura militar de Pinochet, al despojar de su nacionalidad a 317 nicaragüenses, confiscando ilegalmente sus bienes y pensiones de la Seguridad Social, y borrando su existencia en el Registro Civil?
Como Ortega en 2021, Putin se reelegirá en las próximas semanas sin oposición política, como también planea hacerlo Nicolás Maduro en Venezuela, al inhabilitar a la principal candidata opositora María Corina Machado y encarcelar a líderes políticos y defensores de derechos humanos, para descarrilar la competencia electoral.
Ese es el manual de las dictaduras que han asesinado a Alexéi Navalni y a Hugo Torres en las cárceles, para intentar borrar el ejemplo de coraje y resistencia de los que luchan por restablecer la democracia.
Consciente de la inminencia de su asesinato por el régimen de Putin, Alexéi Navalni declaró en el extraordinario documental “Navalny”, divulgado en 2022: “si me matan, no se rindan”.
El 13 de junio de 2021, minutos antes de ser capturado en su casa por la Policía del régimen, Hugo Torres también grabó un mensaje que hoy es su testamento político: “Hace 46 años arriesgué la vida para sacar de la cárcel a Daniel Ortega y a otros compañeros presos políticos, pero así son las vueltas de la vida, y los que una vez acogieron principios en favor de la justicia y la libertad, hoy los han traicionado y son los principales enemigos de esos principios. Ánimo pueblo, hay que mantener el ánimo en alto, que la historia está de nuestro lado. De que se van, se van, el fin de la dictadura está próximo”.
El legado de Hugo Torres y de todas las víctimas de la represión, es el ejemplo que mantiene viva la libertad de conciencia, el reclamo de justicia, y la esperanza de un cambio democrático en Nicaragua, para enterrar el régimen de odio y venganza de los Ortega-Murillo.
En el club selecto de los dictadores, Ortega y Murillo representan el eslabón más débil del poder, cada vez más aislados internacionalmente y con menos respaldo popular. Eso lo saben los generales del Ejército y la Policía, los ministros y magistrados, los alcaldes y diputados del FSLN, y los socios empresarios y testaferros del régimen, que todos los días se ven en el espejo del colapso del régimen de Anastasio Somoza en 1979, y ahora en la fallida sucesión dinástica de Daniel Ortega a Rosario Murillo. Ellos también saben que la tiranía no puede borrar el ejemplo de coraje y resistencia de los luchadores por la libertad y la democracia que murieron en sus cárceles.