28 de marzo 2019
El índice de corrupción del 2018 recientemente publicado por Transparency International evidencia la raíz de la crisis política nicaragüense ya que la corrupción se alimenta de la destrucción de las instituciones democráticas.
El índice mide los niveles de corrupción de 180 países. Los menos corruptos como Nueva Zelanda y Dinamarca son los que tienen instituciones democráticas independientes con respeto absoluto al estado de derecho, libertades individuales (expresión y asociación), y economías abiertas. También son los países con menores índices de inequidad y mayores niveles de educación, lo cual fomenta la innovación que genera una amplia distribución en su crecimiento económico.
La región menos corrupta del mundo (con puntaje más alto en el índice) es Europa, con un puntaje promedio de 66. El continente americano, tiene un puntaje promedio de 44, el cual se asemeja al promedio mundial (43). La región con el promedio más corrupto del mundo es África, con un puntaje promedio de 32. Nicaragua está significativamente debajo del promedio africano y entre los tres mas bajos de América Latina, con un puntaje de 25 y aun está por verse el impacto entero de la crisis actual. Incluso, se encuentra debajo de Bangladesh, Nigeria y Camerún -países conocidos por su corrupción. Nicaragua está muy lejos del índice de Costa Rica (56), Chile (67) o Uruguay (70).
La corrupción en Nicaragua ha ascendido proporcionalmente desde que Ortega asumió la presidencia, consolidó los poderes del estado y convirtió la presidencia en un negocio familiar que dependía del fraude principalmente derivado de la ayuda venezolana que se politizó y privatizó para el circulo íntimo de Ortega y sus invitados. La economía abierta se convirtió en una fiesta privada y corrupta, que hasta llegó a tener relacionistas públicos del pináculo de la academia que la promovieron como un modelo novedoso y virtuoso. El historiador y catedrático del INCAE, Arturo Cruz, tildó como “populismo responsable” el gobierno de Ortega sabiendo bien que no hay ejemplo histórico al cual podría acudir con su teoría politizada.
Era evidente desde un inicio que era insostenible el modelo de una economía cerrada y corrupta con Ortega como el beneficiario principal de la actividad económica del país. Tildar una dictadura populista y corrupta como “populismo responsable” es tan congruente como hablar de la “prostitución sana”. El hecho que los allegados de Arturo Cruz o sus clientes del gran capital participaran en la corrupción con Ortega no lo convierte en un modelo responsable.
La historia evidencia que la corrupción sube cuando el poder se concentra. El poder se concentra de dos formas. El primero es político, cuando el poder ejecutivo convierte la democracia una dictadura eliminando así la representatividad de los ciudadanos. La consolidación de los poderes del estado es precisamente para eliminar la transparencia y rendición de cuentas a los ciudadanos. No deberíamos esperar que el que busca cerrar las libertades, consolidar el poder, eliminar el escrutinio y apropiarse de la justicia, policía y ejército, lo hará para el bien público.
La segunda concentración de poder es económica y es la contraparte que oxigena la corrupción del estado. Este inhibe la creación de una clase media al bloquear las oportunidades económicas. Cuando el estado ahorca al sector privado se autodestruye, como aprendió Ortega en los ochenta. Ortega perfeccionó su modelo de destruir instituciones políticas para construir su riqueza personal al involucrar a los capitanes de industria en la corrupción. El poder económico nicaragüense no lo resistió porque se benefició y fue fácil organizarlos ya que son pocos los que concentran el poder económico del país principalmente operando industrias extractivas -previenen el desarrollo incluyente del país, inhiben la innovación y bloquean la competencia que caracteriza el libre mercado de los países prósperos.
La corrupción entre la concentración del poder político y el económico en Nicaragua es emblemática del modelo ruso de Putin y sus oligarcas. El puntaje en el índice de corrupción del 2018 de Rusia es 28 (similar al de nicaragua de 25), lo cual ha colapsado bajo el régimen de Putin y lo posiciona entre los países más corruptos del mundo. En 1996 Rusia llego a estar entre los menos corruptos, obteniendo el puesto 47 de 180 países (el primero siendo el menos corrupto). Putin cerró la libre expresión, consolidó una dictadura y fomento el populismo para convertirse en el hombre más rico del mundo en las últimas dos décadas. Privatizó la economía de forma fraudulenta, repartiendo negocios del estado entre su círculo de oligarcas que les permitió un fraude de más de un trillón de dólares. Ortega aplicó el mismo modelo en Nicaragua con socios del sector privado. Esto le brindó suficiente sostenibilidad al modelo de Ortega para defraudar al estado y destruir la democracia (otra vez), pero esta vez se convirtió en el hombre más rico de Nicaragua (y peligroso para el futuro del país).
Los populistas buscan capitalizarse de la inconformidad que los capitalistas corruptos generan cuando estos extraen riqueza sin generarla y bloquean la innovación con la colusión. Esto inhibe la competencia y las oportunidades necesarias para que surja la clase media y genere progreso incluyente, lo cual es un prerrequisito para tener una democracia sostenible.
Si hay algo que podemos aprender de los países mas ricos es que son los que tienen menor inequidad, mayor libertad económica, participación ciudadana en la gobernabilidad, derechos humanos inalienables, instituciones independientes y confiables, y libertad de expresión. En esencia, la receta del progreso es lo opuesto al modelo de Ortega.
Ortega asumió el poder para quedarse en el poder y nos había mostrado consistentemente por décadas su capacidad de asesinar nicaragüenses, incluso en tiempos de paz, al igual que su capacidad de estafar al estado. Sabíamos perfectamente cuales eran las intenciones de Ortega cuando asumió el poder y por eso era cínico decir que ameritaba “el beneficio de la duda” pero ese oportunismo criollo del liderazgo económico sin escrúpulos permitió que la economía se convirtiera en una fiesta privada para que violara las instituciones, traicionara al país e hipotecara el futuro. Era de esperarse que Ortega nos dejará una vez más en la bancarrota, sin instituciones y con ataúdes prematuramente ocupados por mártires.
Ahora les tocará a todos los nicaragüenses (excluidos de la fiesta) pagar los platos rotos y ser pacientes en la reconstrucción de un país democrático, decente y con desarrollo económico incluyente. No podemos sorprendernos si la pobreza pierde la paciencia, o si la concentración de poder económico previene la democratización de la economía o si el próximo líder político cae en el servilismo a los caudillos económicos del país o sufre de cortoplacismo en sus esfuerzos. Reconstruir Nicaragua no generará aplauso inmediato si realmente se reconstruyen instituciones políticas y construyen por primera vez instituciones económicas que fomenten la innovación, la competencia y permitan generar los frutos una economía con reglas del juego que puedan beneficiar a todos los nicaragüenses. Nicaragua después de Ortega heredará hambre, desconfianza, división y la institucionalización del crimen.
El gran capital ya nos demostró sus valores durante la última década con Ortega donde su concentración de poder aumentó y la corrupción facilitó la destrucción del país. La dictadura económica (concentración de poder) prevendrá la construcción de una sociedad que pueda coexistir con la democracia política, que es indispensable para una democracia capaz de generar desarrollo socioeconómico sostenible. Combatir la doble dictadura nicaragüense es un reto desafiante, pero necesario.