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El FSLN: el salto final a la prehistoria

El FSLN ya no es un partido; es más bien una partida, una camarilla de personas apiñadas alrededor del jefe de un clan para mantenerlo en el poder

Silvio Prado

29 de agosto 2018

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En una reciente discusión académica se afirmaba que con la creación de las bandas de paramilitares el FSLN había vuelto a sus orígenes de organización político militar. Pero la mutación ha sido peor, no ha regresado a su pasado si no que ha saltado a la prehistoria, a la etapa previa a la creación de los partidos políticos, cuando las personas se reagrupaban en torno a un caudillo, a un condotiero, o a un señor feudal a quien juraban fidelidad absoluta.

En la década del 90 algunos creyeron ver la transformación del FLSN en un partido moderno. Los congresos, la aprobación de un programa y de estatutos auguraban la evolución del movimiento político-militar que había tomado el poder en 1979, hacia una organización con un formato similar al de los partidos contemporáneos. La elección de autoridades nacionales y locales por los miembros del FSLN concluían lo que se conoce el proceso de institucionalización. En esta transformación, los movimientos políticos pasan de una fase de “informalidad” a otra en que adoptan reglas del juego que dan estabilidad a la organización y al funcionamiento de la entidad, que depende cada vez menos de los personalismos originarios.


En el caso del FSLN aquel proceso se vio ralentizado a medida que Ortega se fue apropiando del partido hasta convertirlo en un mecanismo particular para volver al gobierno. Cuando logró este propósito, el partido tomó un rumbo inverso, la desinstitucionalización en favor de la mayor gravitación en torno al líder y jefe del Estado. Los congresos dejaron de ser la máxima autoridad cuya celebración se preparaba de antemano con una discusión de abajo hacia arriba y sesionaba durante varios días; los órganos colectivos de gobierno (dirección nacional y la asamblea sandinista) desaparecieron o perdieron toda relevancia; y los órganos intermedios (departamentales) y locales (municipales, distritales y de base) pasaron a ser las correas de transmisión del autoritarismo.

A pesar de esa involución el Frente todavía conservaba lo que podría llamarse el “programa inercial del sandinismo”, los valores e ideas formulados tiempo atrás pero que el desmantelamiento institucional había impedido actualizar. Las campañas lanzadas desde el Ejecutivo hacían suponer que había detrás un programa para llevar a la sociedad a determinado nivel de bienestar y de igualdad. Incluso algún ideólogo del régimen, retomando a Lee Kuan Yew, había sintetizado el gran objetivo del orteguismo proclamando que mientras hubiese pobreza podría sacrificarse la libertad.

Pero estas presunciones se hicieron pedazos el pasado 18 de abril. Desde entonces el FSLN ha ido perdiendo los rasgos de partido moderno para convertirse en un destacamento de personas con el único objetivo de salvar al soldado Ortega. Pero al contrario de lo diagnosticado por otros, no ha retrocedido a su pasado sino que ha evolucionado hacia el único futuro posible de los partidos que gravitan en torno a un líder perpetuo: la autoinmolación como organización de intereses colectivos. En otras palabras ha transitado hacia el proto-Estado, la fase previa al nacimiento de la política.

Desde del 18 de abril el FSLN se ha ido despojando de cada uno de los atributos que, si bien eran puras formalidades, le quedaban de los años 90: el armazón, los órganos de dirección y el programa.

La estructura hace rato que se había convertido en un tendido para el control político de los miembros y de los beneficiarios de los programas del gobierno. Había perdido cualquier intención de cohesión ideológica; solo quedaba su capacidad de movilización para las manifestaciones (y contramanifestaciones) y menos para las citas electorales, como mostraron los comicios de 2016 y 2017. Ello no quiere decir que no tuviera músculo, pero era un músculo para vigilar y castigar.

Si en los primeros años del regreso al poder los CLS hicieron de la necesidad virtud atacando las movilizaciones ciudadanas con motorizados, ocupando las rotondas con piquetes obligatorios y atajando las protestas con pandillas, a partir del 18 de abril la membresía se convirtió en el semillero de los sicarios junto a los fanáticos de la JS. De hecho fue la actuación de este segmento lo que desató la rebelión con la agresión a quienes protestaban contra las reformas del INSS en el Camino de Oriente. En vez de ser “la influencia del partido dentro de los masas”, se dedicaron a tiempo completo a masacrar a la población para recuperar su obediencia.

Según se supo por los estudiantes capturados por los paramilitares, las sedes  departamentales y municipales del FSLN se convirtieron en centros clandestinos de detención y de tortura donde se llevaba a los manifestantes, con la complicidad de la policía. Los secretarios políticos, otrora cuadros intermedios de la dirección política, pasaron a encargarse de la organización y el despliegue de los sicarios, y más tarde, cuando el Frente se puso los pasamontañas, a ser un engranaje más de la máquina de matar.

Por último, el peldaño que faltaba para saltar a la prehistoria ha sido la abolición de cualquier cosa parecida a un programa. El escarnio sobre los muertos y en las ciudades arrasadas por “la operación limpieza”, los bailes de la policía y las celebraciones de los grupos armados, muestran que cualquier propósito estratégico ha sido sustituido por “daniel se keda”. Con este santo y seña, el FSLN pasó a ser una congregación alrededor de un único propósito: proteger al caudillo y morir por él. No hay más “patria libre” porque se la ha apropiado el pueblo insurrecto. Tampoco hay “gobierno de reconciliación y unidad nacional”, porque incluso para los más entusiastas se ha vuelto un lema sin sentido cuando cada día los sicarios secuestran a quien les dé la gana.

Aceptémoslo: el FSLN ya no es un partido; es más bien una partida, una camarilla de personas apiñadas alrededor del jefe de un clan que sin empacho ha nombrado jefe de la policía a uno de los suyos. Sin programa ni propuestas que ofrecer a la población para recuperar un resquicio de consenso, es una masa de fanáticos obsesionados con mantener a Ortega en el poder y cohesionados por la ideología de la violencia en cuyo nombre no les importa seguir matando y metiendo en la cárcel al resto de Nicaragua.

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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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