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El espejo impertinente

A Nicolae Ceausescu, lo que más le interesaba era el poder absoluto y sin fin. A Elena, hacerle creer a Nicolae, que en realidad detentaba ese poder.

A Nicolae Ceausescu

Luis Rocha Urtecho

13 de mayo 2018

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No hace mucho existieron reinos cuyos habitantes eran espejos de cuanto hacían o querían sus gobernantes. Así alcanzaban la categoría de “Ciudadanos Espejos”. El arte de la ciudadanía, consignado en el Derecho Constitucional de aquel reino, consistía simplemente en complacer a sus soberanos, y si estos ordenaban que había que destruir a quienes se negaban a convertirse en espejos, pues los “Ciudadanos Espejos” se subían a estruendosas motos armados de escopetas, varillas de hierro y con la complicidad o al menos vista gorda de la Guardia Imperial, le rompían la vida a cuanto “Ciudadano Anti Espejo” encontraran. Como es de suponer, quienes se rebelaban a ser inocuos reflejos del poder, eran en su gran mayoría jóvenes. Y en todo el mundo estos jóvenes comenzaron por oponerse a la reelección de los tiranos. Y fue así como se formó el haz de los reflejos de la verdad y la libertad.

Tan sólo vamos a poner de ejemplo un reino, que aun no siéndolo pudo ser el de aquí. Pues bien, en este reino, uno de aquellos jóvenes se resistió a ser “Ciudadano Espejo”, pero logró infiltrarse en el dócil y servil conglomerado de los “Ciudadanos Espejos”. En el reino de Rumanía, nuestro personaje ya calificado como El espejo impertinente,  se casó con Blancanieves, cuya belleza sin igual envidiaba la poderosa y malvada Elena, esposa del codicioso dictador Nicolae Ceausescu. Ambos monarcas consortes se repartían el reino de acuerdo a sus mayores intereses. A Nicolae, lo que más le interesaba era el poder absoluto y sin fin. A Elena, hacerle creer a Nicolae, que en realidad detentaba ese poder.


En esta relación, que ambos querían presentar idílica ante el pueblo, rondaba la brujería que Elena dominaba para único provecho de ella. Fue así como llegaron a sus oídos noticias de la existencia de El espejo impertinente, al cual se empeñó en poner a su servicio con categoría de obligatoriedad, siendo la muerte el castigo por desobedecer las infames reglas de aquel servicio, entre las cuales estaba decir siempre la verdad. Pero la verdad de esta historia es que la reina lo que quería oír era su verdad, la que a ella halagara, como que le dijeran que era la más bella del mundo, y el problema estaba en que El espejo impertinente estaba seguro que la más bella del mundo no era otra que su amada Blancanieves. Y si decía esa verdad, morirían ambos amantes. Y por otro lado, él no podía faltar a su convicción ética de impertinente.

Así que El espejo impertinente se las ingenió para convocar a los soberanos a que se vieran en su espejo, que era él mismo, un día y hora que supo por presentimiento divino, y fueron ansiosos Nicolae y Elena a verse al espejo, y descubrieron una multitud de jóvenes anti-espejos que desde el otro lado avanzaban hacia ellos incontrolables, derribando chayopalos, haciendo huir a matones motorizados, y ya tarde comprobaron los monarcas rumanos, aquel 25 de diciembre de 1989, que la Guardia Imperial se hacía de la vista gorda cuando el pueblo enardecido sobrepasaba todo a través de El espejo impertinente, y capturándolos los sustraía hacia su ya única realidad: un juicio sumario.

Poco antes del fusilamiento no pudo evitar Elena divisar, aún envidiosa, el abrazo con el que El espejo impertinente ceñía a Blancanieves. Todavía a un minuto de los disparos intentó Elena modificar la historia, pidiéndole a El espejo impertinente que cambiara aquella verdad por mentira. Y él, en verdad sintiéndose impertinente por no poder ni querer hacer nada, le respondió que aquello que estaba sucediendo era cosa de la Historia y no de brujería, y que la Historia es, como bien debiéramos de saber y nunca acabamos de aprender, inapelable.


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