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El ciudadano y la derrota del mal común

La peor tragedia es que haya quienes les creyeron, me estoy refiriendo al covid-19, y salieran alegremente en carnavales de “Amor en tiempos de covid"

La peor tragedia es que haya quienes les creyeron

Gerardo González

13 de junio 2020

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Lo menos que un ciudadano esperaría de un Gobierno que sostiene haber sido electo por la mayoría, aunque ese ciudadano no forme parte de esa mayoría y aunque dude de la existencia de esa mayoría, sería: primero, transparencia en las gestiones de gobierno, y que conste, ni siquiera me refiero a la oscuridad en que se incuba la ratería de algunos empleados públicos de ventanilla o el enriquecimiento ilícito de muchos funcionarios de escritorio ejecutivo, sus familiares y amigos. Me refiero a la transparencia de las gestiones destinadas a cumplir su función ulterior: la búsqueda del bien común.

En un escrito poco conocido de Ignacio Ellacuría S.J. fechado el 21 de junio de 1989, apenas cinco meses antes de su martirio, que fue posiblemente el texto de una homilía que podríamos oír hoy en Nicaragua, el cura, filósofo jesuita, dice: “Nuestra situación está configurada por el mal común… Ciertamente algunos sacan provecho de este mal común. Pero esto mismo les hace malos en un sentido más profundo… / …La sociedad entera, el país entero están realmente mal estructurados por falta de los elementos de desarrollo necesarios y por mala distribución de los mismos. Más aún, el modelo dominante y los dinamismos reinantes hacen que cada vez sean más los que viven peor y que sea mayor la diferencia entre quienes viven bien y los que viven mal, usando los términos bien y mal sin acepción ética. Quienes, por tanto, impulsan este tipo de ordenamiento no están buscando el bien común sino el mal común…”


Lo segundo que ese ciudadano esperaría de las personas que integran el Gobierno, personas que él, como ciudadano contrató con estipulaciones y límites constitucionales, sería que se comunicaran y le informaran, fluida y permanentemente del estado de la nación, en todos los aspectos: estructurales, económicos y sociales. Supongamos, solo por suponer y darles el beneficio de la duda, mismo que no se merecen, que estuvieran realmente preocupados y ocupados por conseguir el bien común, y vuelvo a la homilía de Ignacio: “…Porque el bien común es de hecho un ideal, no obstante ser también una necesidad para que pueda darse un comportamiento realmente humano… / …el mal es común porque eso que se entiende como mal tiene la capacidad de afectar más o menos profundamente a los más, de modo que queda resaltada su capacidad de propagarse… mal común será aquel mal estructural y dinámico que tiene la capacidad de hacer malos a la mayor parte de los que constituyen una unidad social.”

Vuelvo a la suposición que nuestros empleados, los gobernantes, estuvieran preocupados y ocupados por el bien común: ¿no deberían al menos mantenernos informados de las amenazas, externas e internas, fortuitas o de fuerza mayor, que se ciernen sobre la sociedad, así como de sus planes, acciones y los resultados preliminares, inmediatos, mediatos y ulteriores de los planes y acciones que nos han previamente comunicado, en lugar de negar la existencia real de tales amenazas o politizarlas con un discurso de retórica incomprensible sobre geopolítica y lucha de clases global.

La peor tragedia es que haya habido quienes les creyeron, me estoy refiriendo al covid-19, y salieran alegremente en carnavales de “amor en tiempos de covid”, organizaran caminatas y visitas casa por casa; enviaran niños a recibir el virus que desembarcaba vestido en bermudas de los tan esperados cruceros; que, secretamente y sin atender normas de contratación, compraran con nuestros impuestos, a sus socios isleños, la milagrosa panacea para un mal cuya existencia negaban, panacea que ya demostró su ineficacia; nieguen a la población el acceso a las pruebas clínicas donadas por la Organización Mundial de la Salud, y bloqueen la adquisición, en el mercado internacional, de kits de pruebas rápidas. Entre quienes les creyeron y entre los que integran sus fábricas de trolls que inundan las redes sociales, el virus también ha causado estragos, como se dice popularmente: “se les metió el zorro en el gallinero” y nos duele que esto esté pasando, porque nos duele la vida que se pierde. Me viene ahora a la memoria, la imagen de un tránsfuga profesional que se burlaba de sus colegas que accedían al hemiciclo usando mascarilla y que ahora se apura a desinfectar su entorno.

Tercero -aunque ya a estas alturas el beneficio de la duda se nos haya agotado-, el ciudadano esperaría rectificaciones y reconocimiento de errores cometidos por una administración que debía ser transparente y comunicativa. Si un empleado nuestro, de dudosa contratación y escasa capacidad, no tiene claridad en su desempeño mínimo, no nos informa lo que hace y por qué lo hace y es incapaz de reconocer sus errores y rectificar, no nos queda más que despedirlo, Sin embargo, dejemos lo del despido para después, que tiempo habrá.

Veamos ahora otro ángulo de nuestra tragedia nacional. Los movimientos sociales surgidos a partir de abril de 2018, se transformaron rápidamente en siglas y se llenaron de postulantes a los empleos que saben quedarán vacantes, más temprano que tarde -mientras escribo estas líneas escucho el pegajoso estribillo del Comandante Zequeda -. La política, como función social que garantiza la convivencia va quedando sepultada por la política, considerada como el arte para hacerse del poder, y por los artistas que la desarrollan: los políticos: “Todas las artes producen maravillas: el arte
de gobernar solo ha producido monstruos.”
Citaba a Saint Just, Guillermo Rothschuh hace poco. Esto profundiza más aún nuestra tragedia.

La política y los movimientos sociales se contagiaron tempranamente del coronavirus y eso, acompañado como telón de fondo por la falta de transparencia, ausencia de comunicación y tozudez para reconocer errores y rectificar de quienes dicen gobernar, ponen al ciudadano en tal situación que solo le queda exclamar como el Chapulín de la televisión: ¡Oh!, ¿y ahora… quién podrá defenderme? Es hora de despertar: solo el ciudadano, consciente de su poder ciudadano y de la ciudadanía de la que forma parte, podrá sacar adelante esta angustiosa tarea.

La comunidad científica y entiendo como tal no a los sabios en sus lejanas atalayas, sino a los que día a día se exponen en el combate de la pandemia, los médicos y su personal auxiliar, hicieron hace poco, no sin un tono de desesperación, un llamado a una cuarentena voluntaria, llamémosla autoconvocada si nos gusta por evocativo el término; sin embargo, más allá de aplausos y tímidos pronunciamientos de apoyo, nadie le ha hecho caso en serio; excepto, por supuesto, los gobernantes que, sin más han desatado una cacería de brujas en el sistema de Salud: corriendo a los marineros mientras el barco se hunde.

La empresa privada, los profesionales desde sus respectivas disciplinas, los movimientos sociales, o por precisión conceptual debería decir los ciudadanos que alguna vez dieron forma a imponentes movimientos sociales, los observatorios de la pandemia, los comités científicos interdisciplinarios, los comunicadores, los abogados, sacerdotes y pastores de las iglesias, ciudadanos todos, debemos unir nuestros talantes y talentos para dar forma a un movimiento de esta envergadura que sea capaz de articular un Plan Nacional de Cuarentena para salvar vidas y salir delante de esta terrible encrucijada.

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Gerardo González

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