31 de diciembre 2018
El 1º de enero, el tiempo nos regalará 365 días en blanco. ¿Cómo se llenarán esas 8 760 horas en esta patria asediada por la tormenta de un pueblo que sopla vientos de cambio contra el portón cerrado de la tozudez y la saña de sus gobernantes?
¿Qué han ganado ellos en estos meses? Sus victorias son victorias pírricas, engañosas, frágiles.
Usando la represión desmesurada, llenando las calles de policías y antimotines, apresando ciudadanos, matando sin compasión, dicen haber vuelto a la “normalidad”. ¿Cuál es esa normalidad? La represión que han desatado los ha colocado ante el mundo como un gobierno tiránico y desalmado. Por esa represión y no por ninguna otra cosa, el país sufre ahora de un aislamiento internacional que amenaza la economía, la sobrevivencia.
Ya no podrán seguir pretendiendo que el país sigue “siempre por más victorias”. En los días que vienen, las victorias se esfumarán, nuestra gente sufrirá.
Pero siguen aferrados a la historia que urdieron para salvar la responsabilidad de los errores que cometieron en los primeros días de la revuelta ciudadana. La respuesta de la población a la muerte de veintitrés estudiantes en los primeros días de las protestas, los sorprendió. Después de haber atacado antes a manifestantes, a los muchachos de Ocupa INSS, y salirse con la suya, pensaron que igual sofocarían el clamor de la gente. Pero ya no era posible. Habíamos visto demasiado absolutismo, sabíamos que Alvarito no pudo respirar.
La abstención en las elecciones de 2016, debía haberles advertido que el pueblo ya estaba claro de lo que pretendían. Proclamar la reelección indefinida, nombrar a la esposa como vicepresidente fue la gota que derramó la copa. Esa victoria “tiempos de victoria por gracia de Dios” como anunciaban sus rótulos, dejó caer un manto de silencio y pasmo sobre la población.
Ya todos sentíamos que nos tenían acorralados, que no se movía una hoja sin que ese poder omnímodo manejado desde El Carmen, lo dispusiera. Habíamos visto cómo se le rindieron los diputados en la Asamblea que no podían ni abstenerse sin que los echaran. Vimos a los de la Corte Suprema convertirse en artífices de modos legales para alterar la Constitución o sacar litigios antiguos para despojar de personería a partidos legales que se preparaban para ir a las elecciones y competir en buena lid. Vimos como dejaron a Roberto Rivas como presidente del Consejo Supremo Electoral sin funciones, a pesar de la corrupción ampliamente conocida que le valió una Ley Magnitsky,. Vimos crímenes de jóvenes en el campo. Crímenes como el de Las Jagüitas quedar impunes. Vimos a los campesinos Anti-Canal ser reprimidos, hostigados, golpeados. Vimos el rampante abuso de poder.
Y en abril vino lo del INSS. Y los asesinatos de los jóvenes. Y los paramilitares asolando Monimbó, Jinotepe, Diriamba, Jinotega, Matagalpa. Y la cacería. Y los cientos de estudiantes y campesinos presos.
El estallido popular fue un estallido de hartazgo, de repudio. Ningún imperialismo tenía que venir a decir que aquí andaban mal las cosas. Ningún imperialismo vino aquí a armar tranques, a manifestarse en multitudes nunca vistas antes.
Ortega inicialmente actuó con cierta sabiduría: retiró la ley y llamó al Diálogo. Pero lo que oyó en la única sesión en que participó: el clamor de la gente porque se cambiaran los términos del juego, porque volviera la institucionalidad y el respeto a la libertad, a la justicia, porque se reconociera el derecho del pueblo a imprecarlo, no lo pudo soportar. En vez de oír como estadista a los jóvenes que hablaron, los oyó con arrogancia personal. No pudo decirles “lo siento, muchachos, reconozco su dolor, recapacitemos todos y oiré sus demandas” Al contrario: desató el fantasma de la represión; una represión que no ha cesado.
Por eso y no por la protesta popular, es que Nicaragua se encuentra actualmente en la picota pública, y ellos calificados como culpables de crímenes de lesa humanidad. Pero no cesan. Sigue la represión, y ahora han ido contra la prensa libre, y han cometido el delito de confiscar ONG´s que tenían 32, 25, 23, muchos años de funcionar. A Miguel Mora, a Lucía Pineda, a Confidencial, al CENIDH los han usado como chivos expiatorios para justificar su discurso de que la población cometió terrorismo, golpe de estado, gracias a una maniobra concebida y ejecutada por Estados Unidos. Siguen con ese argumento, cuando Estados Unidos, hasta abril, había entregado al Gobierno de Daniel Ortega más de 400 millones de dólares en ayuda, y su gobierno estaba de amigo con la DEA y hasta con el ejército norteamericano.
Es triste, desolador, ver a un gobierno tan sordo, tan incapaz de autocrítica, dispuesto a hundir al país y hundirse con el país por no tener el mínimo de humildad y remordimiento para enmendar sus errores y abrirse al escrutinio y la voluntad popular en elecciones adelantadas.
En ocho meses de errores y desmanes autoritarios han perdido al pueblo y a gran parte de sus bases. Ahora andan buscando cómo comprar lealtades, cómo condicionar empleos a la “lealtad partidaria, la contribución económica y la asistencia a actividades del partido”
Viene 2019. Hay 365 días para detener la caída en el precipicio y dar una verdadera muestra de amor a Nicaragua y de amor a los pobres de este país, deponiendo la arrogancia y aceptando que ya es hora de un cambio. Daniel lleva 22 años en el poder. Más que cualquier Somoza.
Ya no más, Comandante. Es de humanos errar y usted erró. Acepte la responsabilidad suya y de su esposa. Deje que el año nuevo le traiga la paz y el amor de la madurez. Sálgase usted del tranque en el que está parapetado.