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Dos actitudes ante un grave problema

Las redes sociales se han constituido en actores políticos privilegiados y el deseo de acapararlas se incrementa durante los procesos electorales

Guillermo Rothschuh Villanueva

24 de noviembre 2019

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“Esta empresa (Facebook) es super Estado
y la única nación con jurisdicción sobre nosotros”.
David Carroll. Documental Cambridge Analytica.

Decía Armand Mattelart que, a diferencia de los países del socialismo real, en Estados Unidos tenían la capacidad de rectificar sus errores sobre el camino. Una apreciación que ha dejado de tener algún valor, si es que alguna vez la tuvo. Los temores que se reedite una situación similar a la que atravesó ese país durante la campaña electoral de 2016, son más que ciertas. Los llamados que se han hecho para evitar que las redes sociales reincidan en la difusión de fake news no han prosperado. El mayor responsable del descalabro que viene debilitando la democracia en Estados Unidos es Marck Zuckerberg. Se niega a rectificar. No ha cedido un palmo. No ha incorporado los supuestos correctivos que introduciría para que en Facebook no se continuasen propalando mentiras. La potencia mundial se avecina a una nueva crisis política.


El mundo no acaba de asimilar las trapisondas de las que se valió el presidente Trump para ganar espacio y resultar electo, cuando reaparece el fantasma de una reedición aumentada y corregida. Contrario a lo ocurrido hace tres años, hoy existe plena conciencia de la forma artera que su equipo de campaña utilizó las redes. La difusión de propaganda engañosa para truncar las aspiraciones presidenciales de Joe Biden evidencian que los allegados a Donald Trump siguen en las mismas. El proceso emprendido contra Trump en la Cámara de Representantes, no ha sido lo suficientemente disuasivo. Lo preocupante es que Facebook, a sabiendas que su contenido no se ajusta a la verdad, decidió mantenerlo. No se puede ni se debería conferir carta de ciudadanía a las mentiras durante los cotejos electorales.

Zuckerberg se ha mostrado insensible, incluso a los llamados hechos por personas que forman parte del equipo de trabajo de Facebook. Conscientes de lo que está en juego, sus empleados argumentaron que la desinformación afecta al conjunto de la sociedad estadounidense. En la petición elevada ante el responsable mayor de la red, para asentar su posición, exponen que “Permitir la desinformación pagada en la plataforma, comunica que nos parece bien sacar un beneficio de campañas de desinformación deliberada por parte de aquellos que buscan posiciones de poder”. La claridad y contundencia de la solicitud de los empleados de Facebook no deja espacio a la duda. Introduce un elemento adicional a unas campañas donde el escándalo y golpes bajos contra los adversarios resultan de lo más común. No pueden resultar ejemplares.

La prevalencia del dinero —business is business— se alza contra cualquier manifestación de civismo. Los artífices de la campaña política de Trump utilizan un argumento parecido. Asumiendo una concepción eminentemente mercantilista —money is money—  los palafreneros de Trump no tardaron en disentir. Jamás iban a estar de acuerdo con una posición que cierra el paso a la desinformación. Trump nunca se apeó del caballo. Instalado en la Casa Blanca, hubo quienes pensaron que dejaría de recurrir a los fake news para apuntalar su poder. The Washington Post se ha dado a la tarea, en un ejercicio cotidiano, de desmontar sus mentiras.  Jack Dorsey, timonel de Twitter, adelantó que no permitirá anuncios políticos en esa red social. Una posición radicalmente distinta a la que viene manteniendo Zuckerberg. Un vuelco sustancial.

El jefe de campaña de Trump, Brad Parscale, en sus deseos de revalidar su estadía al frente de la presidencia de Estados Unidos, emitió un comunicado donde su argumento central no podría ser otro: “Twitter acaba de renunciar a cientos de millones de dólares en potenciales ingresos, una decisión muy tonta para sus accionistas. Causa tristeza que el dinero sea antepuesto ante cualquier expresión cívica. Las objeciones de Dorsey transitan en dirección opuesta. “Un mensaje político gana influencia cuando la gente decide seguir una cuenta o retuitearlo. Pagar por tener más alcance elimina esa decisión y obliga a que los mensajes políticos sean optimizados y dirigidos. Creemos que esta decisión no debería ser limitada por el dinero”. No deja de ser alentador que alguien, especialmente un propietario de una red como Twitter, marque la diferencia. Un cambio radical.

Las redes sociales se han constituido en actores políticos privilegiados y el deseo de acapararlas se incrementa durante los procesos electorales. La posibilidad de personalizar los mensajes y dirigirlos hacia determinados segmentos, ha sido eterna aspiración de los publicistas. En el intento por lograr que Zuckerberg cambiara de parecer, quedó demostrado que los mensajes de odio pueden ser detectados y eliminados. La afirmación sirvió para que Sam Wineburg, profesor de Educación e Historia de la Universidad de Stanford, dejase en claro que desde “el momento en que dicen que no van a aceptar ciertas cosas porque son inaceptables, lo que han hecho es revelar que toman decisiones, no son un simple mensajero”. No hay por donde extraviarse. Expertos y académicos aclararon que las redes comportan intereses de distinta naturaleza.

La reticencia de Zuckerberg carece de asidero consistente, son muchísimo más proclives a los cambios los dueños de los medios tradicionales. Se cuidan de no poner en entredicho su credibilidad, algo que pareciera importar poco al CEO de Facebook. Al ser interpelado por Alexandria Ocasio-Cortez, si no tenía reparos en que se contratase información falsa sobre los republicanos, Zuckerberg expresó: “Bueno, pienso que mentir está mal”. Una admisión de esta naturaleza supondría cambios en las políticas de Facebook. ¿Qué motivos lo inducen a resistirse a seguir admitiendo anuncios que solo desprestigio conllevan? Los tribunales de justicia de la Unión Europea dictaron una sentencia que habilita a sus miembros, exigir a Facebook el retiro de cualquier información falsa en cualquier parte del mundo.

Las multas impuestas a Facebook en Europa y Estados tienen sin cuidado a Zuckerberg. Tampoco le importan las investigaciones emprendidas por los fiscales de cuarenta y seis estados de Estados Unidos. Sigue impermeable a los llamados que se le han hecho para que Facebook no siga recibiendo anuncios políticos falsos. ¿No es capaz de asimilar las lecciones aprendidas? Facebook dio vía libre a centenares de cuentas creadas de manera exprofesa para difundir fake news sin ningún rubor. Cómo le hizo ver Aaron Sorkin, ganador de un Oscar por la película la Red Social: “Usted y yo queremos protecciones a la libertad de expresión para asegurarnos de que nadie sea encarcelado o asesinado por decir o escribir algo impopular, no para garantizar que las mentiras tengan acceso ilimitado al electorado estadounidense”. No está en su ánimo protegerla.

Es poco probable que Zuckerberg cambie, esto supone que los fake news constituirán la parte medular del proceso electoral estadounidense de 2020. El profesor Wineburg está convencido de dos cosas. En primer lugar, que una “institución no puede sobrevivir sin que al final el gobierno se dé cuenta de que es un elemento nocivo para la sociedad. Es cuestión de tiempo”. Igualmente cree que esto solo podrá ocurrir cuando en Estados Unidos “haya una administración con cabeza”. El descrédito continuará minando las formas de acceder a la presidencia de esa nación y nada tendrían que objetar en el futuro a ninguna dictadura o satrapía, sobre la forma que estas conduzcan sus elecciones. No podrían alegar absolutamente nada. Carecerían de autoridad política y moral. ¿Qué hay detrás del empecinamiento de Zuckerberg? Elizabeth Warren aduce que es cuestión de plata. Pienso que es mucho más que eso. Ya veremos.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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