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Cuando el tiro sale por la culata: Balance de una farsa electoral anunciada

En el plano internacional resulta más notorio el balance negativo: Hoy el Gobierno Ortega tiene los dos pies en el grupo de los Estados paria

Silvio Prado

19 de noviembre 2021

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¿Por qué la dictadura orteguista convocó las elecciones del pasado 7 de noviembre? ¿Porque tocaba por imperativo legal? Si no lo hubiese hecho, no hubiera sido la primera vez que la tiranía violentaba las leyes nacionales. Como se ha dicho en otras ocasiones, la única ley que no ha violado es aquella que todavía no ha sido promulgada. ¿Acaso fue para afianzar su poder? No era necesario; era imposible estar más atornillado a su trono de lo que ya estaba. ¿Entonces fue para reconquistar el respaldo popular? Tampoco: Ortega sabe muy bien que lo perdió definitivamente hace tres años y medio. El orteguismo convocó sus elecciones por la misma razón que lo hacen todos los regímenes autoritarios electorales: para ganar legitimidad ante una comunidad internacional que necesitan. En el caso particular de Nicaragua, fue para recuperar la legitimidad política —la de origen— que perdió en 2018, la llaga donde le metían el dedo allá donde fuera. Tal vez no fuese la única razón, pero era la que más importaba a un régimen aislado, acosado, ninguneado.

Sin embargo, a la luz del efecto que la farsa ha tenido en la arena internacional, a Ortega le ha salido peor el remedio que la enfermedad. Ha sido tan clara la pantomima que, salvo alguna “izquierda” idiota (Sofía dixit), nadie se ha tragado la píldora. La dictadura no está en mejor situación que antes; le salió el tiro por la culata.


Contra incertidumbre, cierre de la competición. La incertidumbre que padecen los también llamados regímenes híbridos, aquellos que se sirven de las instituciones de la democracia liberal para vaciarlas de contenido y legitimarse ante la comunidad internacional, llevó al primer tropiezo. Mordida por la incertidumbre, la dictadura emprendió la cacería en contra de las candidaturas electorales potenciales que pusieran en riesgo el resultado de las elecciones. Por ello también despojó de personalidad jurídica a cuanto partido se ofreciese como caballo de batalla. Aunque con ambas medidas hubiese anulado la incertidumbre que caracteriza las elecciones competitivas, las maniobras también sirvieron para mostrar las verdaderas intenciones del dictador, y desde entonces empezó a fraguar el hormigón que lo ha lastrado en las oleadas del repudio. Por querer protegerse de las incertidumbres, se condenó al desconocimiento de los resultados.

El vacío del pueblo y la lucha por las fotos. Ante una puesta en escena tan burda, la resistencia social apostó por la abstención, negando a la dictadura cualquier posibilidad de dar atol con el dedo a la población. Nunca tantas ausencias habían pesado tanto en política. De la misma forma que el pueblo de Masaya cierra las puertas a las parodias del Repliegue todos los años, la población hizo el vacío al remedo de democracia que montó la dictadura. Como la verdadera lucha el 7 de noviembre estaba entre participación y abstención, se instaló la pugna por la iconografía, entre fotos de colas de votantes y centros de votación desiertos. Ganaron las segundas por goleada, entre las que destacaban presidentes de mesa dormidos de aburrimiento.

El dedo manchado y la Magnífica. No se sabe si fue por ignorancia o por cinismo, pero el hecho de exigir al dedo manchado a los empleados públicos y a estudiantes de medicina en el Hospital Militar, hizo retroceder la historia -una vez más- a la dictadura somocista, cuando para conservar el trabajo u obtener un servicio público había que presentar un carnet extendido por la junta electoral como prueba de haber votado por el general. Aquel documento fue pronto bautizado por el ingenio popular como la Magnífica, la estampita con una oración a la virgen que las madres le metían a uno en la billetera para protegerlo de todos los males.

Diferencias entre indicadores demográficos y aritmética electoral. Como fuera publicado en mismo lugar en días pasados, no se puede inflar la aritmética electoral de forma arbitraria sin contradecir los indicadores demográficos que el propio Anuario Estadístico de 2019 de la dictadura registrara en la Sección de Población y Hechos Vitales. Resulta imposible que la población electoral haya incrementado en 3,5% con una tasa de crecimiento total proyectada para el quinquenio 2015-2020 de 10.67 por mil. Habría que ser mago para sacarse de la manga un crecimiento entre cohortes demográficas mayor que la tasa de crecimiento total, con una Tasa Neta de Reproducción proyectada para el mismo quinquenio en 1,12. Ello implicaría dos cosas: o que las mujeres parieran duplicando la Tasa Global de Fecundidad (aproximadamente entre 5 y 6 hijos por mujer) o que los hombres se hubiesen puesto a parir.

Con semejantes inverosimilitudes, no fue raro que por primera en nuestra historia reciente unas elecciones generales resultaran desconocidas por Gobiernos y partidos de distintos países.

Justamente en el plano internacional es donde resulta más notorio el balance negativo de este nuevo sainete orteguista que habrá que agregar a otras bufonadas como los carnavales por la covid-19, el Ministerio de Asuntos del Espacio Extraterrestre, la Luna y otros Cuerpos Celestes y otras extravagancias de pitonisas de ferias. Pero a diferencia de estas ocurrencias, la farsa electoral le está saliendo muy caro a la familia hacendada. Hoy el Gobierno Ortega tiene los dos pies en el grupo de los Estados paria, al borde de ser expulsado de la OEA, despreciado por Gobiernos de América y de Europa, con el FSLN desprestigiado incluso ante partidos que antes le otorgaban el beneficio del silencio, bajo un aluvión de noticias adversas y a punto de quedarse sin financiamiento de los bancos insignias del neoliberalismo.

Seguramente que Ortega reaccionará con la rabia y la ordinariez que ya mostró el 8 de noviembre. No tiene otros argumentos ni otros planes que enrocarse aún más en los aposentos su cuartel de familia-partido-Gobierno. Pero se sabe sin retaguardia ni más balas en el cargador.

Aunque para sí mismo y para sus más férreos fieles, el balance del 7 de noviembre lo verán positivo, la continuidad en el poder ha sido a un precio muy alto para tan magro botín; es el mismo que hubieran obtenido si no hubiesen convocado las elecciones. Aislado, acosado y ninguneado, el dictador está peor que antes, sin futuro ni iniciativa, cada día con menos tiempo y atrapado por un pasado que se ha convertido en su presente efímero.

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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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