19 de julio 2017
Las pasadas elecciones presidenciales dieron claras muestras de agotamiento del sistema electoral nicaragüense. La severa abstención no reconocida oficialmente y la tradicional baja participación en las municipales serán un desafío para los comicios que se celebrarán el próximo 5 de noviembre. Muy en particular porque serán organizadas bajo las mismas condiciones que han aniquilado la competitividad del sistema de partidos, a medida que se ha ido consolidado el FSLN como partido hegemónico.
El recién fallecido pater de la Ciencia Política contemporánea, Giovanni Sartori, recomienda diferenciar entre competencia y competitividad a la hora de afinar el análisis de lo ocurre dentro de regímenes como el nuestro. Subraya que la competencia es “una estructura o una regla del juego”, pero que la competitividad “es un estado concreto del juego”. De manera que el hecho de que se realicen elecciones expresa la competencia, pero son sus resultados los que prueban el grado de competitividad. De los cual se deduce que puede haber competencia (elecciones) competitiva y competencia no competitiva.
¿De qué dependen las diferencias entre una u otra? Como advierte Sartori, la competitividad depende del grado de disputa en unas elecciones. Esto implica al menos tres grupos de factores interrelacionados: la disputa se refiere a que dos o más partidos tengan iguales probabilidades de hacerse con los cargos de poder en liza (alcaldes y concejales, por ejemplo); que los candidatos de la oposición tengan los mismos derechos que los del partido de gobierno, muy especial que no sufran ataques ni amenazas a su integridad física; y que la autoridad electoral no ponga obstáculos a los adversarios con más posibilidades de desplazar a quienes gobiernan.
Vistos en su conjunto, estos factores se reflejan en la distancia entre el primer y el segundo partido, según los resultados de las elecciones (nacionales y municipales) celebradas desde 1990.
Fuente: elaboración propia a partir de Catálogo estadístico de elecciones de Nicaragua 1990-2012. IPADE
Como se observa en la gráfica, entre 1990 y 2006 los resultados electorales reflejaban una distancia entre el primer y el segundo partido que no superaba los 20 puntos porcentuales. En cambio, después de 2006, cuando el FSLN empezó a construir su dominación sobre los demás poderes del Estado, la curva experimenta una tendencia ascendente que alcanza su máxima cúspide en las elecciones de 2016.
Este patrón confirma una competitividad cada vez más débil. Se observa una distancia ascendente entre el partido vencedor (FSLN) y el segundo lugar que pasó de 9.1% en 2006 a 31,4% en 2011, prácticamente el triple. La brecha aumentó exponencialmente respecto a 2006 en las elecciones de 2016 cuando el FSLN obtuvo el 72.5% de los votos, separado un 57.5% de su más inmediato competidor. La grieta que se abrió entre el FSLN y los demás partidos del sistema, anuló cualquier posibilidad de un juego electoral equilibrado, muy lejos de los términos contemplados para ser considerado siquiera un partido predominante en una estructura competitiva.
Las mismas tendencias pueden encontrarse en el ámbito municipal, tanto por el número de municipios donde gobierna el FSLN (87.5%), como en el número de concejales (63.1%) obtenidos en las elecciones de 2012. Esta concentración del poder territorial en manos de un partido, sumado al control que ejerce sobre los demás poderes del Estado, revela que el resultado del debilitamiento progresivo de la competitividad, aunque en apariencia haya varios partidos en la competencia, en la práctica ha servido la consolidación de un sistema de partido con un partido hegemónico que se impone sobre el sistema político en su totalidad.
Al igual que en otras latitudes, el declive de la competitividad ha conducido a que se erija uno de los partidos en el actor hegemónico del orden social. En estas circunstancias el partido hegemónico ejerce un control jerárquico sobre el resto de partidos, de forma que, según Sartori, “no permite una competencia oficial por el poder, ni una competencia de facto. Se permite que existan otros partidos pero como partidos de segunda, autorizados; pues no se les permite competir en términos antagónicos y en pie de igualdad”.
Para que ello ocurriera, Nicaragua también ha recorrido el camino de otros regímenes autoritarios electorales: los candidatos de la oposición real han competido en desigualdad de derechos respecto a los oficialistas, amén de ser sometidos a agresiones y amenazas; y el -en teoría- árbitro electoral se ha especializado en excluir a los competidores más peligrosos y en cometer manipulaciones y fraudes antes, durante o después de las elecciones.
Así, sin haberse reformado un milímetro los factores que prohíjan la nula competitividad de las elecciones y la expansión del partido hegemónico, nos encaminamos a la reedición de una nueva farsa que sólo a la dinastía conviene. Los resultados de 2016 mostraron que no da lo mismo participar o abstenerse, al menos no mientras cada quien sea dueño de su propia voluntad, incluso para atiborrar de incertidumbres las cábalas de la familia real y sus comensales.