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Cuadros de vida municipal

Les presento un relato de cómo el pago de una calcomanía de rodamiento me llevó a las profundidades de la ineficiencia en la Alcaldía de Managua

Calcomanía de rodamiento emitida por la Alcaldía de Managua. Foto: Carlos Herrera | Confidencial

Amelia Barahona

25 de mayo 2016

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La calcomanía de rodamiento 2015 se la compré a una funcionaria de la Alcaldía de Managua que iba de puerta en puerta, recaudando. Un servicio de lo más conveniente para el usuario, si no fuera por lo que sigue:

Para pagar el impuesto de rodamiento 2016 me dirigí a un tenderete que la alcaldía instaló cerca de mi sección de Policía en Managua. La funcionaria encargada llegó con más de una hora de retraso sobre el horario previsto y las protestas de la fila, tímidas al principio, se fueron exteriorizando cada vez con más fuerza, aunque sin perder el humor que nos caracteriza; ese fatalista conformismo que nos ha llevado donde estamos.


Cuando logro acceder a la recién llegada, ésta me dice que mi pago de 2015 no aparece en el sistema. Tengo que ir a las oficinas centrales de la alcaldía y resolver mi problema en la oficina de registro. Y como carezco del recibo correspondiente, debo llevar foto de la calcomanía (¿cómo hace el usuario que no tiene un teléfono con esas prestaciones?) A la mañana siguiente me dirijo al Zumen y comienzo un curioso viaje a las profundidades de la ineficiencia.

- ¿Registro?
- Allá. De donde está ése, sentado, primera puerta a la izquierda.

Voy al sitio indicado y resulta que no es allí, sino al otro lado del módulo.

- ¿Registro?
- Sí, me contesta alguien sin levantar los ojos de su teléfono.
- ¿La señora Leticia, por favor?
- No está. Vaya donde Doña Marcia. Me señala con el dedo una oficina adyacente. No hay en la recepcionista el menor asomo de interés o empatía con el contribuyente.

Voy a la oficina indicada y pregunto nuevamente:

- ¿Doña Marcia, es aquí?
- Sí, pero no está. ¿Qué desea? - Me pregunta displicente y malhumorada la funcionaria.
- Quiero pagar mi calcomanía de rodamiento 2016 pero no aparece el pago de 2015 en el sistema.
- Tiene que buscar a Roberto para que la rastree en el sistema.
- ¿Dónde está don Roberto?
- En la otra oficina, espere allí.

“Allí”, resulta ser un angosto vestíbulo desde el que se accede a dos oficinitas y en el que se amontonan los usuarios haciendo fila.

- Don Roberto, ¿es aquí?
- Sí, pero no está. Siéntese en la recepción y espere.

En estas oficinas nadie te vuelve a ver cuando preguntas; las respuestas son secas y los funcionarios reflejan hartazgo, como si el público les estorbara al interrumpirles su constante platicadera o su ensimismamiento celular.

Pasada una media hora, regreso a buscar a Don Roberto, pero me dicen que ya no vuelve porque anda instalando un equipo de sonido para una actividad. Me mandan entonces donde Doña Hilda, “tres oficinas más allá”.

Preguntando en cada cubículo por donde voy pasando, zigzagueando entre diversas filas de usuarios, finalmente llego a mi destino. Doña Hilda resulta estar de cumpleaños. Es la primera y única persona en mostrar amabilidad e interés por resolver el problemita que me ha traído hasta aquí. Entre felicitaciones y alegría por la celebración que le preparan sus compañeros, Doña Hilda busca en el sistema sin lograr encontrar el pago de mi calcomanía 2015.

Media hora más tarde, me mandó con una nota a Caja, donde finalmente pude comprar la calcomanía del año y resolver el bache del 2015, sin tener que pagarlo nuevamente.

Me pregunto, ¿dónde quedó lo pagado el año pasado?

Hoy en día, todo se le achaca a “el sistema”, nuevo chivo expiatorio de ineficacias y retrasos, encubridor fácil de la mediocridad. Pero lo que falla no es “el sistema”, sino el Sistema. Lo más probable es que la recaudadora que iba de puerta en puerta nunca enteró los pagos que recibía (al menos el mío).

¿Desaparecería sin dejar rastro?
¿Quedaría impune su actuación?

Supongo que tampoco nadie hizo el recuento de las calcomanías entregadas y vendidas.

¿Por qué no se educa a los funcionarios en los valores de la probidad, la transparencia, del servicio a la comunidad, y se destierra de una vez por todas el despreciativo (y despreciable) “vuelva usted mañana”?

¿Sabe el amable lector que al marcar un número cualquiera de la alcaldía, resultó pertenecer al archivo de la misma y me colgaron el teléfono antes de terminar mi pregunta?

Hay que reconocer que también hay funcionarios diligentes como en la Dirección de Medio Ambiente del Distrito I o quien atiende el teléfono municipal en la oficina del Roberto Huembes.

No obstante, la ciudadanía tiene que acostumbrase a señalar lo que está mal, a protestar y a denunciar los abusos. ¿A quién quejarse?, me preguntarán. Pues como las instituciones públicas y privadas son una macolla orientada a la impunidad, las denuncias tienen que hacerse en las redes sociales. Hay que crear una conciencia de nuestros derechos y exigir el respeto a los mismos. De todas maneras, no hay que desesperarse. Todas las fallas se corregirán cuando el boxeador Ricardo Mayorga llegue a la alcaldía, ¿no creen ustedes?

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Amelia Barahona

Amelia Barahona

Arquitecto, especialista en Conservación del Patrimonio Cultural y gestión cultural

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