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Presos políticos revelan cómo son las cárceles orteguistas

Excarcelados describen las condiciones que enfrentaron en las cárceles orteguistas, en celdas diseñadas para el aislamiento y la tortura

Presos políticos excarcelados describen las condiciones que enfrentaron en las cárceles orteguistas

Maynor Salazar

10 de junio 2019

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La celda 14 de máxima seguridad en la cárcel La Modelo “es un sauna”. El bochorno es permanente a cualquier hora del día. “Si uno bajó de peso es precisamente por eso, porque en ese lugar no corre ni el viento”, relata Levis Artola Rugama, líder universitario y preso político de la dictadura orteguista, excarcelado el pasado 15 de marzo.

Levis pasó el último mes de su prisión en esa celda de máxima seguridad. La mayor parte del tiempo permanecía en bóxer, para tratar de soportar el calor.

“Noventa días es demasiado”, reclama sobre el tiempo para liberar a los presos políticos. Carlos Herrera | Confidencial.

Durante los meses más calurosos, Levis pensó que, un día de tantos, él y su compañero iban a morir deshidratados de tanto sudar. El tamaño de la celda es de unos tres metros de largo por dos metros de ancho, a veces se sentía más pequeña. No podían ni refrescarse continuamente con agua, porque solo tenían durante dos horas en la mañana.

“El agua llenaba una pilita que teníamos. Una pila pequeña”, cuenta Levis. Con el agua lavaban el único bóxer que tenían y los pijamas o uniformes azules, que los obligaban a usar cada vez que tenían audiencias en los Juzgados de Managua. También tomaban de esa agua, a pesar de que esta era “caliente y algo pesada”. Al final, la opción de “refrescarse” a cada momento, prácticamente estaba descartada.


La celda número 14 es similar a las demás celdas de máxima seguridad en La Modelo. Espacio reducido, puerta de metal pesado, camarotes de concreto, zancudos, ratas, otros insectos, y un particular inodoro que, a falta de más espacio, también servía de lavadero y baño.

“Había un hueco que realmente era una tubería, como una espera de inodoro. Ahí nosotros hacíamos nuestras necesidades. El papel sucio lo echábamos en el mismo tubo y luego echábamos agua para que bajara. En el lado derecho, de ese mismo escalón, estaba un lavadero angosto”, recuerda.

En el segundo escalón estaba la “pilita” llena de esa agua caliente y pesada que servía para “lavar” el hueco del “baño” o la ropa, para tomar y “bañarse”. Lo de bañarse era equilibrarse por estar encima del hueco del “sanitario” y calcular que el enjuague se fuera por el mismo orificio. Si no lo conseguían, tenían que sacar el agua sucia por un desagüe del que emanaban variedad de malos olores e insectos.

“Por ese desagüe también nos comunicábamos con los de otras celdas. Tenías que estar aguantando esos hedores terribles, pero era la forma de hablar de historia, de muchos otros temas. Teníamos que hacer algo, porque no salíamos para nada”, afirma.

Kisha López, mujer trans y presa política excarcelada a principios de abril, también conoció las celdas de La Modelo. A pesar de su identidad de género, la dictadura la confinó a la cárcel de hombres. Kisha recuerda esos huecos de “sanitario” con repelo. Había cucarachas, zancudos y moscas que debían apartarse con las manos.

En las celdas tampoco hay energía eléctrica. Y la luz del sol no logra entrar directamente por ninguna rendija del techo o la puerta. A penas percibían su reflejo débil durante unas horas al día. Al atardecer, volvían a quedar en absoluta oscuridad. “Ahí si nos quedábamos a oscuras, nada mirábamos”, recuerda Levis, que utilizó su propio cuerpo, de 1.60 metros de estatura, para medir el cuadrado en el que la dictadura lo confinó.

_Me acostaba en el piso y así me daba una idea de cuánto medía la celda.

_Pero el piso estaba sucio. Vos decís que había muchos insectos, y hedores…

_Pero era la única forma. Sino no podría decirte realmente cómo eran.

Las temidas celdas de “El Chipote”

En la celda número 38 de la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), popularmente llamada “El Chipote”, estuvo durante ocho días la presa política “AJ180”, capturada el 26 de junio de 2018 junto a otros integrantes del Movimiento 19 de Abril de Matagalpa, cuando se dirigían hacia Managua.

“AJ180” fue el código que le asignaron a Nelly Roque. Ahí en la prisión a ninguno de los reos de conciencia les llaman por su nombre, solo por ese código de letras y números que le asignan en un expediente.

Nelly llegó a la prisión por la noche. Lo supo porque logró observar las instalaciones cuando la bajaron de la camioneta en que la llevaron. Después, durante su estancia, ya no supo cuándo realmente era de día o de noche, porque la celda era oscura y no había ninguna rendija para identificar el paso del tiempo.

El nuncio Waldemar Stanislaw Sommertag junto a la presas políticas Irlanda Jerez, Lucia Pineda Ubau, Irlanda Jerez, María Adilia Peralta Cerrato, Amaya Eva Coppens Zamora y Nelly Marilly Roque Ordoñez, en huelga de hambre, en marzo de 2019. Foto: Tomada de Internet

A diferencia de las celdas para hombres, el espacio para las mujeres tiene un inodoro, que permanece en mal estado. Ahí mismo, al lado, hay una plancheta, sucia, llena de lama oscura, en la que se bañan, con agua que lucía sucia.

En El Chipote, “solo te permiten estar con la ropa con la que te capturan. No dejan pasar más. Muchas veces lo que hicimos fue sacarnos la camisa y el pantalón y lavarlas y tenderlas ahí mismo. Las camas son de concreto, sin colchón, sin sábanas, sin nada de eso”, recuerda Nelly.

Las camas de concreto miden 1.55 metros de largo y 0.5 metros de ancho. Nelly con costo y alcanzaba. Sus pies quedaban fuera de la plancheta de cemento. Tampoco podía darse vuelta, porque corría el riesgo de caerse. Compartió celda con otras tres mujeres, y en el espacio de 2.5 metros de ancho y largo no podían hace otra cosa que estar de pie, o sentadas, porque no cabía otro movimiento.

“Comimos lo que nos llevaban nuestros familiares, pero esos alimentos primero pasaban por una revisión de los guardias. Ellos con sus manos sucias revolvían toda la comida y luego nos la daban. A veces se quedaban jugos, gaseosas, y demás cosas que nos llevaban”, relata.

Por las noches, rondaban varios gatos, pero no eran gatos comunes. También los felinos tenían señas de tortura. “Era algo asqueroso, en el cuello tenían la carne viva, eran varios, no podías dormir. En la madrugada nos llamaban a recuento, era decir tu código, y luego entrar”, detalla.

En El Chipote, Lenin Rojas, otro preso político excarcelado, estuvo en la celda número 10, de dos metros de ancho por tres metros de largo. Ahí no tenían ninguna ventana, y la única abertura era un cuadrado sobre el techo, que estaba reforzado con barrotes y una pequeña malla, supuestamente para proteger a los reos de las boas que suelen rondar por sobre las celdas.

“La rejilla estaba en medio de la cárcel, en la parte del techo. Todo era de concreto. Mirabas en esa rejilla y había zinc. La rejilla del centro tenía un metro de largo y de ancho. No había energía, no entraba la luz. Solo cuando encendían una bujía en el pasillo medio podíamos vernos por las noches, sino era difícil”, recuerda Lenin.

Una esperanza ¿renovada?

La cárcel de mujeres La Esperanza es un infierno. Por muy “nuevas” que sean las instalaciones, la exposición de las celdas al sol provoca un bochorno insoportable. En los módulos, hay varias ventanas en la parte alta, pero “el aire no entra”. Solo “pega” el reflejo que afecta la vista y también el polvo, que es bastante fino.

Serenata

Un grupo de mujeres llevó una "serenata" a la cárcel "La Esperanza", donde permanecen 17 presas políticas. Carlos Herrera | Confidencial

“Teníamos que poner sábanas alrededor porque el reflejo afectaba demasiado. No podíamos cerrar las ventanas porque si no nos íbamos a morir del calor. Teníamos que soportar una cosa o la otra”, añade Nelly Roque, quien también luego de permanecer en El Chipote ocho días, fue traslada a este penal ubicado en Tipitapa.

Nelly compartió celda con Yaritza Rostrán, también dirigente universitaria atrincherada en la UNAN-Managua. En el espacio, algo más amplio que las celdas de El Chipote, coincidieron al menos 16 presas políticas. Era una condición, estiman, un hacinamiento. No había espacio ni para caminar ni para intentar estirarse. Los siete camarotes dobles eran insuficientes para las detenidas. Algunas tenían que dormir en el suelo o en colchones delgados.

“El agua es malísima, es agua súpercaliente, cuando te bañabas te picaba la piel de tan caliente, tenía muchos minerales. Tantos que presentamos problemas en los riñones. Los propios doctores del Sistema Penitenciario nos dijeron que era por el agua”, relata la excarcelada.

Las presas políticas recluidas en esta celda tenían derecho a media hora a la semana para salir a “patio sol”.

“El horario de patio sol era los jueves. Aunque hubo un tiempo que no salíamos ni una vez. Solo querían que saliéramos para tomarnos fotos. El lugar era árido, expuesto, no me parecía conveniente”, valora Nelly.

En el penal, el momento de “recreación” estaba autorizado solo al mediodía o a la una de la tarde, de tal forma que lo que en teoría debía ser un momento de esparcimiento, era otro de tortura.

Para los presos políticos excarcelados Nelly, Yaritza, Levy y Lenin, las cárceles de la dictadura ahora solo son un mal recuerdo. Otros de los más de 500 reos de conciencia que han sido excarcelados aún evalúan las secuelas de las condiciones inhumanas en prisión, además de las torturas sicológicas y físicas, incluyendo decenas de palizas. Sin embargo, a nueve días de que venza el plazo para la liberación de los presos políticos, para más de 180 sigue siendo su realidad cotidiana.

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Maynor Salazar

Maynor Salazar

Periodista. Investiga temas de medio ambiente, corrupción y derechos humanos. Premio a la Excelencia Periodística Pedro Joaquín Chamorro, Premio de Innovación Periodística Connectas, y finalista del premio IPYS en el 2018.

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