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Mónica González: “50 años después del golpe, en Chile revive la polarización política”

"El legado de Salvador Allende es que la democracia siempre se defiende con más democracia. Y si hay que dar la vida por ello, se da”

Ciudadanos portan pancartas con la imagen y palabras dichas por Salvador Allende, durante una manifestación, en Santiago (Chile). EFE/Lucas Aguayo

Ciudadanos portan pancartas con la imagen y palabras dichas por Salvador Allende, durante una manifestación, en Santiago (Chile). EFE/Lucas Aguayo

Carlos F. Chamorro

11 de septiembre 2023

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Chile conmemora, este 11 de septiembre, 50 años del cruento golpe militar que en 1973 derrocó al gobierno constitucional del socialista Salvador Allende, con un saldo de más de 3000 muertos y desaparecidos, e impuso una férrea dictadura durante 17 años, encabezada por el general Augusto Pinochet.

La conmemoración que ha organizado el presidente Gabriel Boric con una convocatoria destinada a unir a la nación en torno al mínimo común civilizatorio del “nunca más”, como la defensa de la democracia y los derechos humanos, y la reivindicación de la memoria histórica y la no repetición, enfrenta un clima de polarización política, en el que incluso un 36% de los chilenos respaldan el golpe de Pinochet, aunque más del 70% de la población nació después de la asonada militar.  


El presidente Boric y cuatro expresidentes, tres provenientes de la Concertación de centro izquierda (Eduardo Frei, Ricardo Lagos, y Michelle Bachelet) y el dos veces electo Sebastián Piñera, de derecha, suscribieron la Declaración de Chile, que postula más democracia, aunque los partidos de derecha y ultraderecha, se distanciaron del Compromiso de Santiago y formularon su propia declaración. 

La periodista chilena Mónica González, testigo y sobreviviente del golpe, autora del libro “La Conjura: los mil y un días del golpe” y fundadora del Centro de Investigación Periodística (CIPER), atribuye el desencuentro y el estado de  crispación “a una derecha que está muy determinada por el surgimiento de una ultraderecha que reivindica a Pinochet”, y a la “crisis de seguridad ciudadana y al crimen organizado que inyecta miedo en la vena de los ciudadanos y carcome las instituciones”. 

En una conversación con Esta Semana y CONFIDENCIAL, González reivindicó el legado de Salvador Allende, su compromiso “hasta la médula con la democracia” y su integridad: “no hubo un peso del erario nacional, que fuera a parar a sus bolsillos”. Además, afirmó que le dieron el golpe “porque no consiguieron más apoyo para derrocarlo con una acusación constitucional y porque no pudieron demostrar que era corrupto”.

En septiembre de 1973, vos eras una periodista, madre de dos niñas jóvenes, y apoyabas el Gobierno de la Unidad Popular. ¿Cómo viviste ese 11 de septiembre, o cómo sobreviviste el golpe militar contra Salvador Allende?

Tenía dos hijas chicas de cuatro años y medio y tres años. Era periodista en el diario del Partido Comunista. Entonces, yo me fui a mi lugar de trabajo, y quise quedarme ahí. Hasta que ya fue imposible y los compañeros de la imprenta me echaron porque venían a allanar. Nos fuimos al local del sindicato. Desde ahí vimos, un grupo de periodistas y directivos del diario, como bombardeaban La Moneda. No podría describirte lo que sentí. Hija de un obrero ferroviario, de un padre que me enseñó siempre que esto había costado tanto, fue como quedarse desnuda en la plaza pública a merced de la violencia, de algo que te destruye el mundo. Efectivamente, nos marcó un antes y un después. Quedamos al descampado a merced de las bestias, porque ese día en Chile se desataron las bestias. Despedazaron huesos, violaron mujeres, despedazaron estómagos con corvo para tirarlos al mar, mataron a patadas a mujeres embarazadas y no les importó ver en sus vientres esos bebés.

Mónica González, periodista chilena, testigo y sobreviviente del golpe, autora del libro “La Conjura: los mil y un días del golpe”. | Foto: Confidencial

¿Cómo escapaste de ser detenida?

Sí. No fui detenida. La odisea de ese día fue terrible y la señora que trabajaba en mi casa se llevó a mis hijas. Me dijo: a usted la van a detener. Yo me las llevo, yo las salvo. Y ella las tuvo y las salvó. Y una vecina, como ocurre en todos los países cuando se desencadenan los demonios, me denunció. Su marido me avisó, entonces pude salir arrancando. Y a partir de ahí no tuve casa. La destruyeron completa. No tengo fotos. Eso es muy triste. No hay registro. Está lo que te queda aquí, la memoria. A partir de ahí viene otra vida, la nueva vida. Ayudar a asilar gente a que se salvara. Encontrarme con mis hijas. Encontrar otra casa. Hasta que tuve que salir. Y salí al exilio, a París, donde fui obrera imprentera.

La conspiración y el golpe contra Allende

Tu libro "La conjura, los mil y un día del golpe" narra un proceso de conspiración político militar que empezó desde el propio día en que Allende ganó la presidencia en 1970. ¿Era inevitable su derrocamiento por la violencia tres años después? 

Yo volví a Chile en el 78 y desde entonces me obsesioné con cómo se desencadenó la máquina de muerte, porque nos volvimos locos, unos a convertirse en tropas de ocupación, y otros a intentar salvarnos, escondernos, resistir. Eso partió. Algo pasó. Y ese algo pasó antes incluso de que Allende pusiera un pie en La Moneda. 

Una de las cosas que ha pasado en este aniversario 50 del golpe es que ya nadie podría decir nunca más que el golpe fue hecho porque Allende quería, como se ha dicho y algunos lo siguen diciendo, llevar el país al comunismo. No, Allende fue un demócrata hasta la médula, hasta las últimas consecuencias. Lo demostró suicidándose en La Moneda. 

Con el trabajo que ha hecho Peter Kornbluh, de los Archivos de Seguridad Nacional en Estados Unidos, tenemos el registro completo, es un mapa de la conspiración en Estados Unidos, que parte el día uno con el peligro de que Allende fuera electo. Hay documentos, conversaciones, voces, que no pueden ser desmentidas, ahí está la prueba de que en el Salón Oval (de la Casa Blanca) donde conversaba (Richard) Nixon con (Henry) Kissinger, su secretario de Estado, el jefe de la CIA y un agente de la CIA predilecto en Chile, el empresario Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, dueño de banco en esa época, que antes incluso de que pusiera Allende un pie en La Moneda, decidieron que esa nacionalización del cobre de la Kennecott y la Anaconda, las minas de cobre, que (profundizar) la reforma, atentar contra la oligarquía chilena, no era permitido. 

Lo que lo convirtió en un peligro más grande que Fidel Castro, es que Allende logra ser el primer presidente apoyado por socialistas, comunistas y cristianos de izquierda, en llegar al poder por el voto popular. Y eso, según las conversaciones y las notas que toman en el Salón Oval, va a incentivar a las fuerzas de izquierda a unirse en Francia, en Italia, en España, que está luchando por salir de la dictadura de Franco y lo hace dos años después. Iba a ser un modelo más peligroso que Fidel Castro. 

Entonces, a partir de ahí se hace un plan que significa asesinar al comandante en jefe del Ejército, que no era izquierdista, no era marxista, era un general que dijo: -- “Yo respeto las leyes. No voy a dar un golpe” y lo matan. Pero se mata con plata de la CIA. 

 Hubo más de 10 millones de dólares, mucho más, para conspirar, para pagar desabastecimiento, pagar a camioneros, pagar a generales, pagar a almirantes, pagar a políticos, para dar un golpe que terminó con una fractura de muertos y desaparecidos, una herida que aún supura, que no se cierra. 

Y eso es también asumir una vergüenza que nos hermana con América Latina. No somos distintos a Guatemala. En Guatemala en 1954 Jacobo Arbenz es derrocado por un golpe de Estado financiado, diseñado y ejecutado por la CIA. Porque Arbenz quiso hacer una reforma agraria leve, que atentó contra los intereses de la United Fruit Company, pero que le daba de comer a esa gran mayoría de trabajadores agrícolas que no ganaban nada, para que esos niños no se murieran antes de cumplir un año de edad. Bueno, eso no le importó a Allan Dulles, que era el jefe de la CIA y accionista de United Fruit y dieron un golpe de Estado. 

En Chile no aceptó Estados Unidos que se nacionalizara el cobre y que no se pagara las indemnizaciones que pedían, porque Allende acuñó una fórmula que es “ganancias excesivas”. Lo que pagan en otros países desarrollados por explotar el cobre estas compañías, Kennecott y Anaconda, transnacionales hoy mucho más poderosas, es muy distinto a la miseria que pagan en Chile. Y Allende lo denunció en las Naciones Unidas en diciembre del 72. 

En el campo, en Chile, lo viví. No se pagaba salario. Había casas con piso de tierra, sin agua potable, sin electricidad, con una miseria y además con el derecho a pernada. Lo viví, lo vi. El patrón tenía el derecho a ser el primero que tuviera relaciones sexuales con la hija de los inquilinos. Yo vi a una de las niñas, de 12 o 13 años, cuando alfabetizaba a jóvenes, a viejos campesinos, con otros grupos de jóvenes en el campo.

Entonces, cuando se habla de la violencia, esos campesinos no tenían nada, no tenían sueldo, no podían sindicalizarse. La ley de sindicalización y del sueldo la hizo (Eduardo) Frei Montalva, en el gobierno anterior a Salvador Allende. Hay que mirar a la cara a nuestro país, nuestras vergüenzas, nuestras miserias, que son las mismas de América Latina. 

Chilenos en una manifestación por los 50 años del golpe de Estado contra el Gobierno de Salvador Allende, en inmediaciones del Palacio de la Moneda, en Santiago (Chile). | Foto: EFE/ Javier Martín Rodríguez

Hay una evidencia irrefutable de esta conspiración y del involucramiento del Gobierno de Estados Unidos en este proceso. Pero ¿cómo se valoran los tres años de gobierno de la Unidad Popular y Allende? ¿Hay un debate en Chile en relación a la polarización política que se generó en el país, y por el otro lado, errores que cometió el Gobierno en la Unidad Popular?

Sí. Y yo creo que la polarización que hay hoy día en Chile, que es enorme, nuevamente, porque hay una parte de la derecha que insiste que la culpa entera de Allende y de la Unidad Popular, siendo que no hubo ningún atentado a la libertad de prensa, no hubo muertos, no hubo desaparecidos, no se atentó contra el Congreso, ni contra el Poder Judicial. Entonces, hay errores y horrores. Hubo errores, obvio que hubo errores. Por ejemplo, esta ultraizquierda que siempre quiere más y más, sin medir responsabilidades, tomarse campos que no correspondía, tomarse industrias. 

En ese tiempo de acerada guerra fría no había una aceptación ni una valoración de la democracia como existe hoy día. Había mucha gente que pensaba que, como en América Latina en general, la única posibilidad de obtener igualdad, sueldos a campesinos, vida más digna era a través de una revolución. En Chile, Allende no quería eso. Y durante los tres años intentó morigerar. Intentó mantener su programa de gobierno y Chile tenía, si tú sumas los votos del candidato Allende y del candidato (Radomiro) Tomic, de la Democracia Cristiana, que llegó tercero, tenía casi 70% de los ciudadanos chilenos que querían cambios radicales porque los programas eran iguales. Es decir, nacionalización del cobre, reforma agraria, estatización de algunos monopolios transnacionales. Era porque la situación también de analfabetismo y miseria no daba para más. Chile era una caldera en el 69. Una caldera porque la marginalidad, porque la pobreza te lleva a eso. 

Dos legados: Allende y la dictadura

El presidente Salvador Allende se quitó la vida en el Palacio de La Moneda cuando estaba siendo bombardeado por el ejército de Augusto Pinochet. ¿Cuál es el legado de Allende hoy en Chile?

Nunca se entregó la autopsia de Salvador Allende. De hecho, es el primer desaparecido. Su muerte la inscribieron cuatro años después. La autopsia me la entregó un general, el dueño del golpe, con cuyas agendas hice el material de La Conjura, como el general (Gustavo) Leigh. Bueno, yo hice ese libro con los golpistas. Entonces, le pregunto ¿Por qué la escondieron? No veo nada aquí que diga que ustedes lo mataron. Leigh decía –lea bien, y yo no encontraba. Bueno, no tenía una gota de alcohol en la sangre. Hacía 72 horas que no había bebido nada y lo presentaron al mundo como borracho. Ese hombre estuvo lúcido en una alocución última que te estremece aún hoy. 

Lo investigaron por todos lados. No hubo un peso del erario nacional, del fisco, del Estado que fuera a parar a sus bolsillos y luchó hasta el último minuto por hacer un compendio, es decir, pongámonos de acuerdo en qué se estatiza, qué se privatiza y qué hacemos. Y estuvo dispuesto a hacer un plebiscito el día martes para renunciar. Tenía 43% de votos, de la coalición de su gobierno en la última elección de marzo del 73. Es decir, el golpe lo dieron porque no consiguieron más apoyo para derrocarlo con una acusación constitucional y porque no pudieron demostrar que era corrupto. 

Por eso hay plazas en casi todos los países del mundo. Por eso se le recuerda. Porque el legado que nos deja Salvador Allende es que la democracia siempre se defiende con más democracia. Y si hay que dar la vida por ello, se da. 

El actual presidente de Chile, Gabriel Boric mientras observa la estatua del presidente Salvador Allende, junto al Palacio de La Moneda en Santiago (Chile). | Foto: EFE/ Cedida por la Presidencia de Chile.

¿Cuál es el legado de 17 años de dictadura, durante mucho tiempo se decía que aún en democracia Chile estaba cercado, atenazado por enclaves autoritarios, siguen presentes?

Estuvieron ausentes, pensábamos. Y ahora la amenaza en toda nuestra América, partiendo por Estados Unidos con el asalto al Capitolio, es que tenemos una amenaza de autoritarismo, populismo. (Nayib) Bukele, en El Salvador, nos demuestra que hoy día no hace falta bombardear un palacio presidencial, ni sacar ni tanques, ni soldados a la calle. 

La amenaza es mucho más fuerte. Hoy día estamos viviendo una encrucijada, lo que hace Daniel Ortega en Nicaragua es lo mismo que hace Bukele o mucho peor. Hoy día lo que tenemos es ¿qué es democracia? ¿Qué son derechos humanos? 

Mira la contradicción, Pinochet, la fortuna secreta producto de comisiones de armas, venta y compra de armas que le logró detectar la justicia, ayudada por investigación periodística, son 17 millones de dólares, y una estela de 44 000 personas afectadas severamente por las graves violaciones de los derechos humanos y más de 1200 cuyos restos nunca hemos podido encontrar y seguiremos buscando. 

Lo que tenemos hoy día al frente es una amenaza brutal. Es el crimen organizado en el que confluyen poder político, como el de Bukele, el de Daniel Ortega, el poder que no quiere entregarle el mando en Guatemala al presidente elegido por las urnas y que se resiste. Lo que hacen todos ellos es meter miedo. Inyecciones a la vena de miedo de los ciudadanos para que seamos prisioneros de un poder real que carcome nuestras instituciones, donde confluyen mafiosos y corrupción pura.

El pasado jueves, el presidente Gabriel Boric y otros cuatro expresidentes de Chile, suscribieron la Declaración de Chile, que tiene como lema “Por la democracia siempre”. ¿Esta declaración representa una expresión de consenso nacional en Chile?

No. Yo diría que sí en la población, porque efectivamente estamos conscientes y esto lo deja esta 50 conmemoración del golpe, que nunca más los soldados chilenos se comporten como tropas de ocupación. Es decir, cuando hay un golpe de Estado es evidente que la violencia, la muerte, la tortura brutal, el lado animal se desata y no hay como contenerlo. La lección es siempre más y más democracia. Pero la derecha está muy determinada por el surgimiento de una ultraderecha que reivindica a Pinochet, que su candidato presidencial visita en la cárcel a uno de los mayores asesinos, al exmilitar Miguel Krassnoff Martchenko, un hombre que va a pasar todos los días que le quedan de vida en la cárcel, porque está probado cómo asesinó de la manera más brutal, no a cinco, a más de 100. Eso es lo que tenemos. 

Pero no es distinto a lo que pasa en otros países. (Javier) Milei, en Argentina, este candidato vergonzoso dice que no es posible un consenso sobre el “nunca más”,  ni sobre la dictadura Argentina. 

Estamos viviendo un momento, insisto, muy complejo, en que se desdibuja el rol de la democracia, el valor de la vida, de los derechos humanos. Te encuentras con gente que te dice ¿derecho humano para qué, para defender a los delincuentes? Porque el problema de la seguridad y la corrupción, están corroyendo nuestras sociedades. No es posible que en una población donde costó tanto que la gente levantara su casa, que le pusiera el piso de madera o de cemento, que le pusieran agua potable, que tuviera un baño en vez de una letrina, que le costó dos generaciones, tengan que encerrarse nuevamente para impedir que con una bala loca que los maten de un balazo. Que los soldados narcos, que son los que hacen la ley, dominen su vida. Tenemos que encontrar una solución.

Una mujer observa imágenes del expresidente chileno, Salvador Allende (d), en la Galería Permanente Andes Norte del Estadio Nacional, en Santiago (Chile). EFE/Elvis González

Verdad, justicia e impunidad

En estos días, un tribunal condenó a los asesinos del cantautor Víctor Jara, ejecutado en septiembre de 1973. O sea, la justicia llega 50 años después. ¿Cuál es el balance de la justicia y la impunidad en Chile?

La impunidad ha sido el cáncer que corroe a este país. Si tú no tienes justicia para alguien asesinado a 44 balazos, le cortaron las extremidades, le rompieron cada una de sus costillas. Víctor Jara es uno de los rostros emblemáticos de la construcción en paz. Era un hombre bueno que nunca empuñó un arma y por eso lo tenían que masacrar. Pero lo hicieron vivir mucho más de lo que era. Su canto, su rostro, hoy día lo veo en los jóvenes a lo largo de mi país y eso no te puedo explicar cómo emociona. 

Bueno, la justicia eso es. Hoy día se apresuran, quieren cerrar, todos los días estamos viendo un juicio emblemático. Por ejemplo, la condena por el asesinato de quienes estuvieron con Allende hasta el final, acompañándolo en La Moneda y sufrieron el bombardeo y después el ataque. Esa gente fue brutalmente torturada, se las llevaron a un regimiento, los metieron a un hoyo que ellos mismos tuvieron que cavar, los fusilaron y muchos cantaron, y luego tiraron granadas para despedazarlos. Fueron encontrados cinco años después. Decían que se habían ido a su país, que nunca los habían detenido. Ahí estaban. Bueno, siempre quedan huesitos. Entonces hay familias que han recibido unas cajitas con una clavícula, trocitos de verdad. Pero se tiene. 

¿Cómo viven las víctimas de la dictadura y del golpe de Estado estos 50 años después, ha habido justicia?

No, justicia no hubo. No hubo nada. Hubo más de 10 000 recursos de amparo rechazados. El presidente de la Corte Suprema dijo: –aquí no hay desaparecidos. Me tienen curco con los desaparecidos. Y otro dijo. –¿De qué desaparecidos hablan? Se fueron con otra. Y los que están muertos son delincuentes, eran terroristas. No, aquí no hubo. 

El presidente de la Corte Suprema le puso la piocha a Pinochet. La justicia fue sorda, muda, indolente. Cuando recuperamos la democracia, lo siguió siendo. Y sólo cuando Pinochet es detenido en España, por eso odian al juez (Baltasar) Garzón, se abre la compuerta. Hubo, por supuesto, jueces maravillosos que se arriesgaron a la expulsión, a que los condenaran y los castigaran a no recibir sueldo, que intentaron hacer justicia. 

Pero aquí pasó algo maravilloso. Este es un país donde la historia de la dictadura, de las graves violaciones, fue reunida a detalle, con rigor, con verdad, y se hizo en dictadura. Porque la Iglesia católica creó el Comité por la Paz, y luego la Vicaría. Y ese ejército de la verdad, en que detuvieron a los abogados, los encarcelaron, los torturaron, los persiguieron, pero nunca cesaron. 

Cuando la justicia dijo. –¿Qué pasó con fulano de tal? Aquí está todo, cada carpeta tenía todo. Entonces, cuando los jueces quisieron investigar de verdad lo hicieron. No costaba. 

Ese es un gran legado. Y el otro legado es el periodismo en dictadura. Hubo destacamentos preciosos que pagamos muy caro. Nos mataron a nuestros grandes compañeros. A Diana Arón la mataron embarazada, la mataron a patadas. Todos nuestros compañeros hoy día reviven porque cumplieron su deber. Contaron la verdad. Yo creo que el buen periodismo, ese que no tiene anteojeras, que combate la corrupción, el abuso de poder de quien sea y hasta que caiga y que duela, ese periodismo es un legado que nos dejó a nosotros (Gabriel) García Márquez en América Latina, pero que nos han legado tantos periodistas que hoy día recogen esa bandera en México, en Nicaragua, en Honduras, en Guatemala, en El Salvador, y que dejaron en Chile en Argentina, en Uruguay. Y yo creo que ese es un tremendo orgullo.

En estos meses previos a la conmemoración que se lleva a cabo este 11 de septiembre, vos has estado recorriendo el país, en muchos encuentros con la población hablando sobre los 50 años del golpe ¿qué queda en la memoria histórica de los chilenos de estos 50 años?

Una catarata de memoria que yo no había visto, el hermanarnos con otros países de América Latina, que somos parte de la misma impronta. No somos suizos, no somos ingleses. Somos un país donde la intervención extranjera, la felonía, la traición, hay que decir nunca más a eso. Y lo que queda, —y no estoy haciendo lírica ni poesía— es que para poder contrarrestar el odio, se combate con verdad y amor. 

Es muy brutal ver la cara de ciertas personas cuando tú le dices las verdades sin levantar la voz, datos, hechos, se contraen. Entonces, ¿qué les dicen a sus familias? ¿Cómo asumen? Son tantas cobardías nunca asumidas. Ahí hay una herida que supura, tanto como la que tenemos muchos de los que nos mataron a nuestros seres queridos. 

La mentira, la cobardía, ser cómplice del asesinato y violación de hombres y mujeres: casi 60% obreros y campesinos sin militancia política, 29 años de promedio. Nos mataron a una generación, a los mejores. Sin hablar de los que quedaron como zombies después que los destruyeran a golpes.

 Entonces, sí, ahora queda la reconstrucción. Reconstruir el alma es complejo. Pero para reconstruir el alma hay que construir y aquí lo que hay que construir es una ciudadanía que sepa identificar a los políticos corruptos. Identificar a quienes han proliferado y se han enriquecido con la corrupción y abocarse a la seguridad. Hay que despejar el temor. El temor de ayer, hoy día es otro, pero es tan brutal como el de ayer. Y por supuesto, darnos la mano. Vamos a tener que trabajar muchísimo en América Latina, juntos, porque lo que enfrentamos es para enfrentarlo juntos, no es para enfrentarlo por separado. Para poder edificar y construir democracias más sólidas.

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Carlos F. Chamorro

Carlos F. Chamorro

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Fundador y director de Confidencial y Esta Semana. Miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha sido Knight Fellow en la Universidad de Stanford (1997-1998) y profesor visitante en la Maestría de Periodismo de la Universidad de Berkeley, California (1998-1999). En mayo 2009, obtuvo el Premio a la Libertad de Expresión en Iberoamérica, de Casa América Cataluña (España). En octubre de 2010 recibió el Premio Maria Moors Cabot de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York. En 2021 obtuvo el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria periodística.

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