Hubo un autogolpe el 92 y otro autogolpe el 22. Ambos utilizaron el mismo verbo memorable: “Disolver”, para los mismos fines, casi en el mismo orden de enunciación.
Ahí acabaron las semejanzas. El golpe del 92 se preparó durante más de un año y medio; el del 22 en menos de una hora y media. El del 92 movilizó a todas las Fuerzas Armadas (FF.AA.) y a la Policía; el del 22 solo movilizó palabras leídas desde una hoja temblorosa. El del 92 duró ocho años; el del 22 poco más de 88 minutos. El del 92 fue un riesgo calculado; el del 22 un suicidio inmeditado.
¿Qué pasó? Y sobre todo, ¿por qué pasó? ¿Qué pulsión autodestructiva llevó al expresidente Pedro Castillo a la ciega apuesta de lanzarse al abismo?
IDL-Reporteros ha tratado de reconstruir la secuencia de hechos a partir de documentos y entrevistas con varios personajes cercanos a los acontecimientos, algunos de los cuales declararon abiertamente, mientras otros pidieron reserva de sus nombres.
A continuación, la crónica de hechos inverosímiles que, sin embargo, resultaron verdaderos.
Las horas previas
El martes 6 fue el día previo al debate de la moción de vacancia presentada en el Congreso. Las horas decisivas del debate empezarían después del mediodía.
En crescendo incesante, las acusaciones formuladas, las confesiones reveladas y los cómplices delatores confluyeron en un pandemonio comunicacional, cuyo evidente propósito era presionar la votación, pero que, según parece, no llegaron a alterar una realidad numérica. ¿Se llegaba o no a los 87 votos? El asunto no era solo verbal y menos logorreico, sino aritmético. ¿Daba o no daba la suma de los votos?
Hasta el final del martes 6, con bulla o sin bulla, los votos a favor de la vacancia no sumaban los 87.
Benji Espinoza, el abogado del entonces presidente Castillo, pasó toda la tarde de ese día alistando su alegato.
“Ayer [martes 6] estuvimos seis horas en Palacio, toda la tarde” dijo Espinoza a IDL-R, “Yo llegué como a las 12:30 y estuvimos hasta las seis. El Presidente llegó a las cuatro. Revisamos detalles, la jurisprudencia. Salí pasadas las 6 de Palacio […] Yo tenía listos mis alegatos, terminando de cerrarlos”.
Durante esas seis horas, “en ningún momento se abordó el tema de la disolución del Congreso”, dice Benji Espinoza, “ […] Yo sentí ayer al Presidente convencido de que íbamos bien al Congreso”. De hecho, añade Espinoza, “anoche [Pedro Castillo] firmó mi apersonamiento para el Congreso. Nos acreditó a mí y a José Palomino como abogados”.
Durante la tarde, el Ejecutivo había afinado la estrategia de defensa reforzada que se iba a presentar el miércoles 7. Además de los abogados Espinoza y Palomino, varios ministros iban a intervenir en el debate. Así que, refiere Espinoza, “estuvieron los ministros Chero, Salas, Sánchez, y llegó también Landa”.
En todo ese largo proceso, Benji Espinoza dice que “honestamente no noté algo inusual o raro en el presidente”.
En la mañana del miércoles 7, Espinoza llamó a Pedro Castillo, “a las 9 o 9:30 para hacer coordinaciones. Le dije que nos veíamos allá, según lo acordado. No hubo ninguna consulta.[…] Nosotros [Espinoza y Palomino] íbamos a llegar a las 2 [de la tarde] o un poco antes”.
A las 11:42 Castillo anunció el autogolpe.
Para Benji Espinoza, el abogado que había coordinado mejor la defensa del Presidente, “todo ha sido sorpresivo. Estoy absolutamente asombrado. No sé quién le dijo que haga lo que hizo. […] Nunca se abordó lo del cierre del Congreso en ningún momento en nuestras conversaciones”.
Espinoza no dudó sobre su siguiente paso. A las 12:36, publicó en su cuenta de Twitter que había renunciado irrevocablemente a la defensa de Castillo.
“Mi renuncia es irrevocable. No podía avalar una conducta antidemocrática”.
El autogolpe resultó literal: impactó a quien lo perpetró, el propio Castillo.
Las renuncias cayeron en cascada: el primero en renunciar fue el ministro de Trabajo, Alejandro Salas, a las 11:59 a.m. Siete minutos después lo hizo el canciller César Landa. La última en renunciar fue la titular del MIDIS, Cinthya Lindo, a las 2:10 p.m. El penúltimo fue el ministro de Defensa, Gustavo Bobbio, que renunció a la 1:59 p.m.
A esas alturas, el autogolpe se había desinflado por completo.
Todo golpe de Estado necesita, si aspira al éxito y no al suicidio, de un cierto pie de fuerza, para ser aplicado en puntos claves, con coordinada precisión. Cuanto menor sea la fuerza, mayor será el riesgo de un desenlace cruento.
Y cuando no hay ninguna fuerza, el desenlace no es operático sino operético.
Castillo, como se verá, no disponía ni de su escolta.
Pero en el momento que dio su mensaje, mucha gente sufrió de incertidumbre, teniendo en cuenta las draconianas medidas (toque de queda, etc.) que anunció Castillo, sobre qué fuerzas podía movilizar el presidente.
El día anterior, el martes 6, se supo que el comandante general del Ejército, general EP Wálter Córdova, había redactado una carta de renuncia a su cargo. A las siete de la mañana del miércoles 7, Córdova visitó a Castillo en Palacio, junto con el ministro de Defensa, Bobbio, quien ingresó antes que él. Cada uno estuvo alrededor de diez minutos con Castillo. Poco después de las 8 de la mañana, Bobbio firmó el cargo de la carta de renuncia de Córdova.
El Ejército quedaba esa mañana sin comandante general. Para algunos, ese fue un signo ominoso cuando se lo aparejó con el anuncio del autogolpe, hecho unas pocas horas después.
Las dos horas siguientes al mensaje de Castillo, apenas pasadas las 11 de la mañana, fueron, para muchos, las más largas del año. Varias instituciones (la Junta Nacional de Justicia, el Poder Judicial, la Fiscalía de la Nación), se pronunciaron contra el golpe, pero se mantenía el silencio de las FF.AA. y la PNP.
Un comunicado del Ejército, a la una de la tarde, avivó inquietudes:
Había inamovilidad total. ¿Era este un 5 de abril con retraso horario?
No había ningún retraso, ni menos un 5 de abril. De hecho, las fuerzas de seguridad habían previsto los posibles escenarios de conflicto en el día de debate de la moción de vacancia y estaban preparados para enfrentarlo.
Soldados de la ley
Días antes del miércoles siete de diciembre, el alto mando de la PNP se reunió con los jefes del Comando Conjunto para determinar hipótesis de situación y de acción.
La cooperación entre instituciones depende en buena medida de la relación de confianza entre sus líderes. El jefe del Comando Conjunto, general EP Manuel Gómez de la Torre, cultivó una buena relación con la PNP durante su gestión, como se demostró en la presentación de la Operación Patriota, en el VRAEM, hace pocos meses.
Tanto el comandante general de la PNP, general PNP Raúl Alfaro, como el jefe de Estado Mayor, general PNP Vicente Álvarez, mantienen una cercanía cordial con el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas (CCFFAA). El general Álvarez, en especial, cooperó estrechamente con el CCFFAA en la lucha contra Sendero Luminoso en el VRAEM durante varios años.
En las reuniones, quedaron claros los principios que iban a orientar su acción: ninguna orden que significara fracturar o quebrar la legalidad democrática sería acatada.
Esto no era nuevo, sino continuaba lo que estableció el jefe anterior del Comando Conjunto, el general EP César Astudillo, en 2020.
Poco después de la vacancia del entonces presidente Vizcarra, cuando el gobierno usurpador de Manuel Merino enfrentaba movilizaciones de creciente intensidad, Merino ordenó a las FF.AA. que intervinieran para sofocar las manifestaciones.
Astudillo y sus oficiales se negaron a través de un comunicado que marcó el carácter de las FF.AA. del siglo XXI y, de paso, aceleró la caída del gobierno usurpador.
El Comando Conjunto del 2022 obedecía exactamente a esos principios. El alto mando de la PNP también.
Apenas se supo el contenido de lo que Castillo iba a decir, el CCFFAA se reunió con el alto mando de la PNP. El general PNP Alfaro estaba con descanso médico, de manera que el general Álvarez asumió su representación como comandante general accidental.
A la 1:30 de la tarde, terminaron las dos horas más largas de este año, cuando el CCFFAA y la PNP publicaron el siguiente comunicado.
No tenía la redacción inspirada del comunicado de 2020, pero su significado era meridianamente claro.
El autogolpe, ya casi desinflado, colapsó en ese momento. Nació agónico y se extinguió dos horas después.
Entonces, el general Álvarez supo que el nuevo expresidente Castillo se embarcaba en vehículos con su familia y dejaba Palacio. La escolta de Castillo, formada por oficiales de la PNP, recibió la orden de este de dirigirse a la embajada de México.
Álvarez ordenó entonces que se detenga al ya expresidente. La orden fue transmitida a la escolta de Castillo por el jefe de Seguridad del Estado, general PNP Iván Lizzetti. Pretextando un problema de seguridad, la caravana viró a la derecha en el cruce de Garcilaso con la Av. España y se dirigió al local de la Prefectura (donde está la Sétima Región Policial). Ahí esperaba el general Álvarez, quien comunicó a Castillo que quedaba arrestado, en flagrancia, por el intento de autogolpe.
Ahí se acabaron el golpe, la libertad de Castillo y, a la vez, la amenaza contra la democracia. La vicepresidenta Dina Boluarte juró como presidenta de la República, tal como correspondía. La ultraderecha, que durante meses buscó inhabilitarla, tuvo que resignarse a su presidencia, por ahora.
Y así terminó, en un día de eventos sorpresivos y desenlaces inesperados, la corta y turbulenta historia de la presidencia de Pedro Castillo, surgida en medio de los traumas de la peste, que suscitó tanto miedos como esperanzas y no justificó ni lo uno ni lo otro, sino una cadena de desilusiones y crecientes indignaciones frente a cutras, deshonestidades e incompetencias, donde apareció el principal enemigo de su presidencia: el propio Castillo, autor de inéditas decepciones y con un especial talento, que describe una expresión, para «rescatar la derrota de las fauces mismas de la victoria».
Texto original publicado por IDL-Reporteros