23 de abril 2023
“En un lugar, que me vio jugar de niño, tuve amistad, un amigo que no jugará más …”
Se escucha en un rincón de La Haya, en Holanda, la canción del dúo Guardabarranco. Un puñado de voces de nicaragüenses exiliados y residentes cantando al unísono entre la nostalgia y la melancolía por no poder regresar a la tierra que los vio nacer.
Desde la insurrección cívica, miles de nicaragüenses han emigrado por la represión de la dictadura Ortega-Murillo. En Holanda existen alrededor 100 personas solicitantes de asilo debido a las amenazas de muerte y cárcel que han recibido de grupos armados y del régimen.
Familias completas tratan de iniciar una nueva vida en un país totalmente diferente al que nacieron. Luchan para adaptarse al sistema, aprender el idioma y trabajar para apoyar a sus familias que aún viven en Nicaragua.
Aunque han pasado cinco años desde la insurrección cívica de 2018, las nicaragüenses en Holanda, aún mantienen viva la lucha y esos recuerdos que los atan al pasado. Estar conectados con sus seres queridos en Nicaragua los hace conscientes que la situación en el país no ha cambiado y que el país aún vive bajo la injusticia e impunidad.
Un retrato de monseñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa, encarcelado por la dictadura, se extiende en el palco de oración junto a las fotos de los que han sido asesinados en Nicaragua. Un inmenso respeto y admiración por su valentía y coraje frente a la adversidad se siente entre los exiliados respecto a monseñor, considerado como un padre para los que aún continúan tras las rejas.
“Impunidad, nunca más. Dictadura nunca más”, exclaman los presentes en el acto que conmemora a las víctimas que ha dejado el régimen. Estar lejos no ha cambiado el sentimiento de seguir luchando y denunciando la violación de derechos humanos que existe en nuestra nación.
No es nada fácil tratar de seguir viviendo con normalidad cuando sabes que en tu país las cosas empeoran, y la impotencia aumenta cuando a la lejanía solo se puede hacer eco de lo que ocurre en Nicaragua. El activismo social, desde nuestras trincheras, no cesa, pero en momentos los ánimos decaen cuando transcurren los años y el dictador permanece en su trono.
Sin embargo, se recargan las baterías y volvemos a salir a las calles, esta vez en suelo extranjero, sin miedo a que la Policía nos ataque y aparezcan grupos paramilitares para matarnos.
La brisa caía sobre La Haya, y el viento frío primaveral nos envolvió en nuestro clamor, gritando libertad para Nicaragua y los que aún están presos. No sé si los holandeses comprendían nuestras frases, pero el mensaje ha clavado en sus mentes, de un país donde no existe la democracia, ni la justicia.
Luego de tanto tiempo, pudimos salir a protestar y entonar el himno nacional. Por un momento, esa tarde de abril en Holanda, la convertimos en una pequeña, pero ruidosa Nicaragua. No sé qué podemos esperar, pero si tenemos claro que, aunque el dictador no nos permita regresar, siempre seremos nicaragüenses por gracia de Dios, y eso es algo que nadie nos podrá quitar.
“Dale una luz a este pueblo que ama tanto vivir, en Nicaragua”.