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La caída de Dilma y de la hegemonía del PT

Ahora la incógnita es saber quién podrá llenar el vacío que va a dejar el fin del predominio del PT lulista

Manifestantes gritan consignas en una protesta contra la destituición de la expresidente brasileña Dilma Rousseff, en la ciudad de Río de Janeiro. EFE/ Antonio Lacerda.

Infolatam

1 de septiembre 2016

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El juicio político a Dilma Rousseff ha escenificado el final de la hegemonía del lulismo en Brasil. Una hegemonía que se inició con la victoria de Lula da Silva en las presidenciales de 2002 y que se ha prolongado hasta la destitución de su sucesora y heredera. Ahora la incógnita es saber quién podrá llenar el vacío que va a dejar el fin del predominio del PT lulista.

Brasil ha vivido desde la caída del Imperio en 1889 cinco grandes hegemonías: la de la élite paulista-minera  durante la llamada Republica Velha (1889-1930), la de Getulio Vargas entre 1930 y 1954, la del régimen militar entre 1964 y 1985, la de Fernando Henrique Cardoso desde 1994 a 2002 y la última, la del PT de Lula da Silva, desde 2002 hasta 2016.


Las urnas enterraron las hegemonías de los militares y de Cardoso mientras que otras acabaron de forma abrupta: la de los estados de Sao Paulo y Minas Gerais por un golpe de Estado en 1930, la del varguismo por el suicidio del líder en 1954 y ahora la del lulismo a causa de un impeachment al que han sometido a Rousseff.

Hace tan solo cinco años (2011) el lulismo y el PT estaban en lo más alto de su trayectoria histórica. Lula, tras dos mandatos en los que Brasil, había escalado a gran potencia emergente, veía como era capaz de dejar a su heredera (Dilma Rousseff) colocada en el Palacio de Planalto.

Por su parte, el PT acumulaba tres mandatos, que se convirtieron en cuatro en 2014, en el poder desde que en 2002 Lula derrotada a José Serra en las presidenciales. Pero en 2015-2016 el PT, y Lula son la viva imagen de la decadencia y del fin de toda una época.

La caída de Rousseff y de la hegemonía del PT dejan varias enseñanzas:

1-. La política importa

Se puede ser una mujer muy preparada y competente e incluso contar con el respaldo de un líder carismático comoLula da Silva. Ese ha sido el caso de Dilma Rousseff. Pero todo ello es insuficiente por sí solo.

Además es necesario tener y desplegar habilidades políticas, mantener buenas relaciones con los ministros y un trato fluido con los partidos oficialistas, sobre todo en un régimen como el brasileño de presidencialismo de coalición.

Cuando se maltrata a los colaboradores y se desprecia el papel de los partidos que integran la base oficialista se está cosechando posibles venganzas políticas que, en el caso de Brasil, han llegado en 2016 de la mano de la ruptura del PMDB con el gobierno lo cual ha detonado el impeachment.

El carácter de Roussef ha contribuido a su anticipado final. Como sostuviera en mayo de 2015 Carlos Pagni en el diario El País, “pasaron seis meses desde las elecciones presidenciales y la vida pública en Brasil presenta un rostro irreconocible. Si no fuera porque a menudo el estruendo de las cacerolas exige “fuera Dilma”, no hay demasiados indicios de que el Gobierno esté en manos de Rousseff. La presidenta ya no es aquella jefa autoritaria y absorbente a quien denominaban “gerentona”. Alejada de la TV y de cualquier presentación pública, su figura se ha desdibujado. Es un eclipse visual, pero también conceptual y político. El país está a cargo de otra gente, con otras ideas. Para salvar su Gobierno, Dilma tuvo que ceder un monto incalculable de poder”.

2-. Una larga hegemonía que ha desgastado al PT y a Lula

El PT ha gobernado Brasil de forma ininterrumpida desde 2003. 16 años en los que no ha introducido verdaderos cambios en cuanto a la forma de gobernar y ha recurrido para mantenerse en el poder al clientelismo a la vez que algunos dirigentes han caído en actos de corrupción, como queda a la vista con casos como el “Lava Jato”y el de Petrobras

El historiador Lincoln Secco, autor del libro “História do PT”, sostiene que “la corrupción fue uno de los grandes errores del PT… porque no impulsó una reforma política que disminuyese la influencia del poder económico en las elecciones”.

Se trata, asimismo, del final del predominio del PT y del liderazgo incontestable de Lula. Los grandes liderazgos (Lula y Fernando Henrique Cardoso) que marcaron la transición y consolidación de la democracia en Brasil han desaparecido.

Cardoso es una figura influyente en el principal partido de la oposición, el PSDB, pero ya no está en la política activa. Lula, que ha anunciado su intención de ser presidenciable en 2018, ve su figura muy golpeada tras ser imputado por corrupción.

Como le dijo María Herminia Tavares a Infolatam, “Lula es difícil que sobreviva políticamente. Es una figura nacional e internacional con gran apoyo popular pero la investigación de corrupción ha pasado de ser por motivos electorales (como fue el mensalao en 2005) a lo que actualmente se está viendo: que la corrupción fue para enriquecimiento personal y eso le daña mucho más. La operación anticorrupción estaría mostrando que Lula es sospechoso de poseer un apartamento tríplex en la costa y una casa de campo en São Paulo….El PT es un gran partido que tiene militantes, alcaldes y gobernadores. Lo que es verdad es que ha perdido mucho de su influencia y respetabilidad. El PT se puede convertir en una fuerza mucho más pequeña de lo que es y, sonre todo, delo que ha sido desde 1989″.

3-. La decadencia de las diferentes izquierdas en América latina

La salida del poder del PT y de Rousseff parece ir en consonancia con la crisis por la que atraviesan los gobiernos de centroizquierda y de izquierda “bolivariana” en la región. 

Tras la derrota en 2015 del kirchnerismo en las presidenciales de Argentina y del chavismo en las legislativas de Venezuela, en 2016 se ha producido la derrota de Evo Morales en el referendum de Bolivia y ahora el fin de la hegemonía del PT en Brasil.

Sin duda el desgaste de esos largos periodos de predominio, unido a la ralentización económica y al malestar social por la ineficiencia del Estado ha provocado el final del kirchnerismo argentino y el lulismo brasileño a lo que se une la crisis por la que atraviesa el chavismo en Venezuela.

Carlos Malamud señala que “es indudable que América Latina ha comenzado una nueva coyuntura política de la mano del nuevo ciclo económico impulsado por el descenso del precio de las materias primas. De momento la nueva coyuntura presenta bastantes imprecisiones aunque todo indica que el declive y la pérdida de prestigio de algunos de los gobiernos “largos” comenzados en la década anterior es una de sus principales características”.

Esos problemas para las izquierdas pueden aumentar por la imposibilidad de que en Bolivia Evo Morales se presente a la reelección en 2020 tras haber perdido este año el referendum para reformar la constitución.

O la necesidad que tiene en Ecuador el oficialismo (Alianza País) de buscar un sustituto a Rafael Correa quien, en principio, no puede concurrir a las presidenciales de 2017.

Además, en Venezuela en 2016 o 2017 podría tener lugar el referendum revocatorio que podría acabar con el chavismo en el poder (si es antes del 10 de enero de 2017) o al menos con el mandato de Nicolás Maduro (si se celebra después).

Todo indica que a lo que asiste América latina es, más que un nuevo giro, a un cambio de modelo.

Como apunta el analista Steven Levitsky “el retroceso de la izquierda tiene dos causas principales. El primero es el desgaste natural después de haber gobernado por tres o cuatro periodos presidenciales. Pocos partidos ganan más de tres elecciones presidenciales consecutivas (en EEUU, la última vez fue hace casi 70 años), y en democracia, casi ninguno gana más de cuatro.  Después de tres periodos, los gobiernos pierden los reflejos políticos; se distancian de la gente, y muchas veces, crece la corrupción.  Aun cuando no son muy corruptos (como en el caso de la Concertación en Chile), la gente se cansa.  Tarde o temprano, el desgaste afecta a todos los gobiernos. Doce años (Argentina) o 13 años (Brasil) en el poder es mucho.  Nada es permanente en la democracia.  Nadie gobierna para siempre”.

Además del desgaste, existen otros factores estructurales vinculados al nuevo contexto regional e internacional en materia económica.

“El segundo factor que debilita  a la izquierda latinoamericana es el fin del boom de las materias primas.  El tremendo éxito electoral de la izquierda en Brasil (reelecto en 2006 y 2010), Chile (reelecto en 2006), Venezuela (reelecto en 2006 y 2012), Argentina (reelecto en 2007 y 2011), Bolivia (re-electo en 2009 y 2014), Ecuador, (re-electo en 2009 y 2013), y Uruguay (re-electo en 2009 y 2014) fue facilitado por el boom económico que empezó en el 2002. El boom se acaba, y algunas economías han caído en recesión.  Las crisis económicas –serias en Brasil y Argentina, infernal en Venezuela–generan descontento. Y los electores descontentos no suelen reelegir a sus gobiernos”, concluye el artículista del diario La República, Levitsky.

4-. Un golpe para el papel de las mujeres

El fracaso de Rousseff es también un golpe para el papel de la mujer en política. Que su gestión acabe así, de esa forma tan abrupta, se une a las enorme dificultades por las que atraviesa Michelle Bachelet en Chile (con solo un 15% de aprobación) o los escándalos que rodean la gestión de Cristina Kirchner en Argentina.

Si en los 90 las gestiones presidenciales de Violeta Chamorro en Nicaragua o Mireya Moscoso en Panamá se saldaron con éxito, en esta década la situación ha variado considerablemente y la impopularidad de estas dirigentes o el final abrupto de sus mandatos  es la tónica predominante.

Por desgracia, algunos se preguntan cuándo se podrá ver de nueva a una presidenta en Planalto tras el mal final protagonizado por Dilma Rousseff.

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